69. Deseos de cosas imposibles (La Oreja de Van Gogh)

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DAVID

Me pasé los siguientes días tratando de autoconvencerme de que todo había sido un mal sueño. Cada mañana, al levantarme, me debatía entre aislarme para mantener la mente ocupada o dejar que las horas volasen en compañía de María, que, ya graduada, afirmaba disponer de todo el tiempo del mundo para escucharme tocar.

Supongo que lo más sensato hubiese sido tomarme un tiempo para pensar y desenredar así el nudo de emociones que parecía ahogarme por dentro. Sin embargo, estaba tan obcecado en que nada cambiase entre nosotros que preferí optar por seguir manteniendo nuestra rutina habitual, como si nada hubiese pasado. En su momento me pareció la decisión más valiente, pese a que, en realidad, estuviese comportándome como un auténtico cobarde. Autoengañarse es siempre mucho más sencillo que afrontar las consecuencias de la verdad, pero nunca suele ser la mejor opción.

- ¿Sabes qué día es hoy, David?

Caminábamos por el parque una tarde cualquiera de junio y, en medio de toda aquella gente, escuchar aquella pregunta me hizo sonreír.

- No lo sé. ¿Jueves?

- Jueves, dieciséis de junio –completó-. ¿Sabes lo que significa eso?

- ¿Que mañana será viernes diecisiete? –sugerí.

- Y que quedan 20 días para mi cumpleaños.

Tras dejar atrás la graduación, el número de días que restaban para alcanzar la mayoría de edad se había convertido en su principal preocupación. No podía culparla. Los dieciocho siempre se reciben con especial ilusión.

No lo confesaría jamás, pero yo también repetía la cuenta atrás día tras día en el interior de mi cabeza. Pese a que el margen de tiempo era todavía bastante amplio, la planificación y puesta en marcha de su regalo ocupaba ya la mayor parte de mis pensamientos. La idea había cruzado mi mente una mañana, sentado frente al piano y, aunque era arriesgada, haría todo lo que estuviese en mi mano para que estuviese a la altura de las circunstancias.

- ¿Has pensado ya cómo vas a celebrarlos?

Negó con la cabeza y frenó en seco, mirándome con los ojos muy abiertos.

- ¿Crees que debería tenerlo ya pensado? –preguntó preocupada.

- ¡Claro que no! Yo ni siquiera los planeé.

- ¿No celebraste los dieciocho?

Se me escapó una carcajada ante su expresión horrorizada.

- Claro que sí. Pero no fueron premeditados. Lo mejor de cumplir el primer día del año es que todo el mundo está de celebración. Me encontré con mis amigos en el bar de tus padres después de comernos las uvas, soplé las velas en un cruasán de las máquinas expendedoras y bailé con ellos hasta que el sol del mediodía nos advirtió de que era hora de irse a casa –cuando me giré para mirarla en busca de una respuesta, me encontré con un pequeño brillo de curiosidad tintineando en sus pupilas-. ¿Sorprendida?

- Un poco –confesó-. Supongo que me esperaba algo más...

- ¿Glamuroso? ¿Cuadriculado? ¿Extremadamente caro? –sus mejillas se tiñeron de rojo y sonreí-. Sería lo esperable de alguien como mi padre, desde luego. Supongo que el hecho de ser su hijo condiciona la dirección de todos los focos que hay puestos sobre mi cabeza, incluso la de aquellos que van más allá del ámbito profesional.

- David, no pretendía... -la tomé suavemente de la mano, intentando hacerle ver que no me importaba en absoluto, y ella sacudió la cabeza, desconcertándome por un momento-. Eres la única persona con la que vas a compartir el resto de tu vida y, por ende, la única cuya felicidad deberías priorizar. Solo tú sabes qué es lo que realmente te proporciona bienestar. Me parece un motivo más que suficiente para convertirte en el único que pueda dirigir ese dichoso foco.

Escondí una sonrisa y le toqué la punta de la nariz con el dedo.

- Espero que seas capaz de aplicarte el consejo cuando te den las notas de selectividad.

Podría haber resultado un comentario sin importancia, pero sus labios pasaron de esbozar una sonrisa a una mueca de horror en cuestión de milésimas de segundo.

- David, ¿qué día es hoy?

- ¿Otra vez? Dieciséis de...

- Junio –interrumpió-. Las notas.

- ¿Qué?

- Las notas de selectividad. Salían hoy.

Mi boca realizó el mismo recorrido que la suya, me atrevería a decir que incluso marcando los tiempos.

- ¿No vas a mirar a ver si te han llegado? –pregunté impaciente al ver que no reaccionaba.

- Debería hacerlo, ¿verdad?

Parpadeé, perplejo. Acababa de ser consciente de lo que estaba a punto de venir y su única muestra de nerviosismo había sido un pequeño gesto bucal.

- ¿Cómo puedes estar tan tranquila en un momento así?

- Estoy tan nerviosa que soy incapaz de exteriorizarlo. ¿Eso es normal?

- ¿Cómo definirías normal?

- Aunque me encantaría, no es el momento para una de nuestras charlas existenciales.

- Entonces, partamos de la base de que lo es. ¿Quieres verlas o no?

- ¡Claro que quiero! –exclamó-. Voy.

Desbloqueó el teléfono y lo puso entre nosotros, dejándome total visibilidad. Las notificaciones no dejaban de deslizarse sobre la parte superior de la pantalla.

- ¿Han salido? –pregunté.

Se mordió el labio y entró dentro del chat.

- Las tienen.

Su voz fue apenas un susurro, pero deduje que hablaba de sus amigas.

- ¿Te importa si me alejo un poco? –preguntó con ojos de cachorrito-. No voy a irme a ninguna parte. Pero creo que necesito hacer esto sola.

Asentí y decidí ser yo quien continuase caminando, dejándole intimidad. Los escasos segundos que tardó en correr hacia mí y saltar sobre mi espalda, gritando como una loca, se hicieron eternos.

- ¡David! ¡Un trece! ¡He sacado un trece!

Me di la vuelta para abrazarla y comenzamos a girar ante la atenta mirada de los curiosos. Podría seguir autoengañándome durante años, pero sentir la felicidad de una persona como si fuese la tuya propia no es más que una señal de lo mucho que la quieres.

- ¡Enhorabuena, guindillita! –susurré contra su oído-. Estoy muy orgulloso de ti.

Me dejó un beso en el cuello antes de separarse y sonreír como una niña pequeña.

- ¡Estoy súper emocionada! ¡Lo he conseguido! ¡Entro de sobras!

- ¿Cuánta nota tiene Enfermería?

Me miró como si me hubiese vuelto completamente loco.

- ¿Enfermería? Hablaba de Periodismo.

Definitivamente, no tenía ninguna duda. Acababa de darme de bruces contra cinco tipos diferentes de señales.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora