MARÍA
El estridente pitido de mi móvil resonó por encima de los acordes de los vinilos de mi padre, interrumpiendo mi placentera inmersión en mi habitual nebulosa de pensamientos. En un principio pensé en ignorarlo, pero al cabo de unos instantes comenzó a repetirse cada pocos segundos, así que no me quedó más remedio que levantarme de la cama para ir a contestar, (aunque también podría silenciarlo y seguir fantaseando con mi idílica vida de rica si pudiese ser un personaje de Gossip Girl).
Desbloqueé la pantalla y me asusté al ver que todos los mensajes eran de mi hermano. A sus treinta y dos años, Miguel era un caso único en la inquietante especie de los milenialls: apenas usaba el teléfono si no era para avisar de que le había ocurrido algo o para felicitarte por tu cumpleaños, (y solamente a mí, que conste, así que debería de sentirme una privilegiada).
Abrí su chat imaginándome la peor de las desgracias, pero respiré aliviada al encontrarme unos pocos mensajes de no más de tres palabras.
Miguel:
Eh
Miguel:
Estoy abajo
Miguel:
Con la furgo
Miguel:
Baja
Miguel:
Es importante
Miguel:
Trae ganchitos
Miguel:
Besos
Miguel:
Espabila
Me asomé a la ventana con el teléfono aún en la mano y sonreí al ver su furgoneta de colores aparcada justo delante del portal. Apagué el tocadiscos, me puse unas Vans negras y una sudadera y pasé por la cocina a por un paquete de ganchitos de maíz antes salir y empezar a bajar las escaleras del edificio como una loca, (los vecinos estaban hasta las narices de mí y de mis carreras por los rellanos, pero no solían atreverse a decírmelo personalmente).
Cerré la puerta del portal detrás de mí y rodeé corriendo la furgoneta para subir a ella y saludar a mi hermano con un efusivo abrazo.
- Joder, María, que no me he ido a la guerra -protestó rodeándome con el brazo con el que no sujetaba el volante-. Cierra la puerta, anda, que tenemos prisa. ¿Has bajado los ganchitos?
Enseñé la bolsa de colores fosforitos, sonriente, y la abrí, llenando la pequeña cabina con un fuerte (y delicioso) olor a maíz frito.
- No comas dentro, anda, que luego el jefe me echa la bronca -levanté una ceja, sorprendida, y él se rio antes de meter la mano en la bolsa-. Es broma. Gracias por traerlos. Llevo repartiendo desde las seis de la mañana y necesito un poco de energía.
- ¿No has comido nada? -pregunté mirando la hora en mi reloj de pulsera. Pasaban de las cinco de la tarde y yo ya había ido a saquear la nevera un par de veces desde la comida de a mediodía.
- Un bocadillo a media mañana -contestó arrancando de nuevo la furgoneta-. A ver si consigues arreglarme la radio, como tenga que conducir un par de horas más sin música voy a volverme loco.
Asentí sin demasiado convencimiento y cogí primero mi móvil para poner Spotify y disfrutar de un poco de sonido ambiental. A nuestros oídos llegaron las primeras notas de "Live is life", de Opus, la canción que papá y mamá siempre ponían en el coche cuando nos íbamos de vacaciones. Miguel la reconoció al momento y comenzó a silbar la melodía, tamborileando con los dedos sobre al volante al ritmo de la música.
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El momento perfecto
RomansaDavid Palacios ve tambalear de nuevo su mundo cuando, dos años después de su marcha, se ve obligado a regresar al lugar al que juró que nunca volvería. ... María Gayoso ha nacido para escribir. Sin embargo, una mudanza obligada la capultará a una s...