DAVID
María se graduó ese mismo viernes, justo un día después de terminar selectividad. Me lo recordó a viva voz a través de la ventana del patio de luces por la mañana, con el pelo rizado recogido en un moño a medio hacer y rostro cansado, supuse que fruto de no haber dormido demasiado durante los últimos días.
- ¿A qué hora era? –pregunté.
Lo sabía perfectamente, pero la veía tan emocionada que resultaba imposible no querer escucharla hablar sobre el tema.
- A las cinco. Tengo que estar allí media hora antes para acabar de ultimar con Guille algunos detalles del discurso, así que supongo que saldré de casa a las cuatro y algo. ¿Quieres pasarte por aquí un poco antes? Así puedes ver el vestido en primicia.
- ¿Seguro que es por eso? –pregunté sonriendo-. Porque me suena más a "necesito un amigo con el que desestresarme antes de que me dé un ataque de pánico".
- Ambas. ¿Vienes o te veo allí? –insistió.
- A las cuatro en punto estoy en tu casa.
Cumplí, puntual como un reloj, porque la había visto lo suficientemente nerviosa como para volver a gritarme por la ventana si me retrasaba un triste minuto. Su madre me abrió la puerta de casa con una sonrisa sincera, tal y como había hecho la última vez.
- Pasa, cielo. Está en su habitación –se apartó hacia un lado, dejándome espacio para entrar, y se inclinó hacia mí ligeramente antes de cerrar la puerta de nuevo-. A ver si a ti te hace un poco de caso. Los nervios de selectividad aún siguen presentes y los de hoy no hacen más que aumentar la mochila de inquietud.
- Haré lo que pueda –prometí.
Para cuando me detuve delante de la puerta de su habitación, Manuela ya había desaparecido por el pasillo. Me detuve un par de segundos frente a la madera antes de llamar con los nudillos.
- ¿Sí?
- Amigo psicólogo a domicilio –respondí.
Esperé una confirmación para entrar que nunca llegó, porque fue ella misma quien vino a abrirme la puerta. El gesto me cogió por sorpresa y mi primera reacción fue soltar el pomo, asustado, e inclinarme hacia atrás. Hasta que nuestras miradas se encontraron y ella sonrió. Entonces, lo sentí.
El click.
...
- ¿Sabes cómo descubrí que realmente nunca había estado enamorada de Itzan?
Giré la cabeza de un lado a otro, mirándola con curiosidad. Estábamos tirados en mi sofá, disfrutando de nuestra compañía, un puñado de palomitas y la intro de Shrek 2 proyectada en mi televisor de pantalla plana. Durante nuestras frecuentes sesiones cinematográficas, María nunca hablaba desde el inicio hasta el final de la película, pero ese día, por algún motivo que todavía desconocía, el recuerdo de Itzan la había empujado a romper ese silencio.
- Con él no tuve el click.
- ¿El qué? –pregunté extrañado.
- El click. ¿No sabes lo que es? –negué con la cabeza y se incorporó de golpe, mirándome como si viniese de otro planeta-. Es imposible que nunca hayas sentido el click.
- No podré responderte nunca si no me explicas lo que es –concluí.
- Siempre he creído que no sabes cuándo te enamoras realmente de alguien. Si te paras a pensarlo una vez que eres plenamente consciente de ese sentimiento, te das cuenta de que, probablemente, lleva días, semanas, incluso meses acompañándote. Sin embargo, hay un momento en el que te percatas de que existe. Ese instante en el que de repente todo encaja, donde se produce la revelación. Eso es el click.
- ¿Y cómo lo reconoces?
- No hay que esforzarse en reconocerlo. Simplemente lo sientes –nos quedamos un par de segundos en silencio, mirando la pantalla, hasta que ella añadió-: Para mí, se siente un poco como esta canción.
Cogió el mando y rebobinó para poner la secuencia desde el principio.
- ¿Tu click suena como la intro de una peli de Shrek? –me burlé.
- Accidentally in love –corrigió ofendida-. Es un temazo. Espero que la recuerdes cuando, algún día, sientas en tus propias carnes el click.
Y lo hice. Vaya si lo hice.
...
- ¿David? ¿Te encuentras bien?
Parpadeé un par de veces para recomponerme y volver a la realidad. Una realidad en la que María me miraba a tan solo un par de pasos de distancia, destellando como si aquel vestido azul eléctrico estuviese hecho de polvo de hada.
- Sí, sí –balbuceé al notar que comenzaba a preocuparse-. Perfectamente. Es solo que... Ya sabes. Tú... Me ha sorprendido verte.
O el click afectaba más fuertemente de lo que pensaba, o me estaba volviendo imbécil.
- Me lo tomaré como un cumplido –respondió forzando una sonrisa-. ¿Crees que podrías quedarte un par de minutos? He hecho unos retoques de última hora en el discurso y necesito una opinión objetiva.
- Soy todo oídos.
Cuando, apenas un par de horas después, pronunció de nuevo el discurso subida al escenario, fui consciente de que, durante el ensayo improvisado en su casa, no había escuchado ni una sola palabra. Lo único que sonaba dentro de mi cabeza era una canción de Counting Crows.
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El momento perfecto
DragosteDavid Palacios ve tambalear de nuevo su mundo cuando, dos años después de su marcha, se ve obligado a regresar al lugar al que juró que nunca volvería. ... María Gayoso ha nacido para escribir. Sin embargo, una mudanza obligada la capultará a una s...