MARÍA
Aún no había tenido tiempo a asimilar la inesperada visita de David cuando el nombre de Ámbar iluminó la pantalla de mi teléfono.
- ¿Qué ha pasado? –pregunté nada más descolgar. No era normal que estuviese despierta un domingo por la mañana, mucho menos después de una noche de fiesta.
- ¿Estás libre hoy? Tenemos que hablar.
A las cinco de la tarde, después de volver a pelearme contra las teclas del ordenador y de adelantar parte del trabajo que tenía para la siguiente semana, me puse un abrigo gordito y un par de botas y deshice el camino que separaba nuestros hogares; un poco más pequeño, incluso, desde que me había cambiado de casa.
Intenté prepararme mentalmente para cualquier tipo de situación. No había soltado prenda durante toda la mañana y no tenía ni la menor idea de qué podía decirme. Aunque fuese probable, (las noticias en aquel pueblo corrían como la pólvora), me parecía un poco extraño que el rumor de Itzan se hubiese extendido ya. Sin contar a David, nadie nos había visto discutiendo y dudaba que hubiese sido el propio Itzan el que lo hubiese ido largando por ahí. No porque no lo dejase a él en un buen lugar, (eso solo serviría para reforzar aún más su reputación y no había nada que le gustase más que eso), sino porque al hacerlo habría dejado de ser Itzan Santana, el todopoderoso y extravagante hombre al que todo le daba igual, para ser simplemente Itzan: un chico que dejaba entrever sus debilidades al relatar la discusión que había tenido con su presunta exnovia.
Tampoco confiaba en que Salma se hubiese ido de la lengua. Dejando a un lado mi pobre esperanza inocente de que todavía sintiese algo de simpatía por mí, (algo que, vistos los acontecimientos, no parecía demasiado probable), estaba el factor del victimismo. Salma siempre buscaba llevar la razón ante cualquier enfrentamiento, la tuviese o no, y lo que había pasado no ayudaría a que la gente la mirase con tan buenos ojos como los que estaba acostumbrada a recibir.
La madre de Ámbar me abrió la puerta con una sonrisa cansada dibujada en los labios, y se despidió instantáneamente de mí alegando que, pese a ser domingo, tenía que marcharse a trabajar. Eva (así se llamaba) me parecía una mujer extraordinaria. Había criado a su hija sola, como quién dice, ya que el padre de Ámbar solo había estado presente en sus vidas para gastarse el dinero de las cuentas comunes en vicios y casas de apuestas. Trabajaba como camarera en un restaurante del pueblo de lunes a viernes y como limpiadora autónoma durante los fines de semana. No conseguía un gran sueldo, pero era suficiente para poder garantizarle una vida más o menos digna a su hija y para pagar la hipoteca de la minúscula buhardilla en la que vivían.
Cuando éramos pequeñas, recuerdo que Ámbar solía disgustarse porque su madre no pasaba el tiempo suficiente con ella, o porque estaba siempre demasiado cansada para jugar al llegar de trabajar. Conforme te vas haciendo mayor, vas comprendiendo mejor todos los sacrificios que tus padres, (en este caso, su madre), han hecho a lo largo de su vida para poder garantizarte un plato de comida caliente, un techo y un futuro, y aprendes a mirarlos con otros ojos.
Ámbar me estaba esperando descalza, sentada con las piernas cruzadas sobre el colchón, moviendo repetidamente el pie derecho de arriba abajo, como hacía siempre que estaba inquieta.
- ¿Quieres algo de beber? –preguntó cuando me dejé caer sobre la silla de su escritorio.
- No, gracias –respondí sincera-. Acabo de tomarme un zumo antes de salir.
Asintió y nos quedamos unos segundos en silencio, con el sonido que producía el golpeteo de su incansable piececillo sobre el colchón como único fondo.
- Bueno... -musité al ver que no pronunciaba palabra alguna-. ¿Os acostasteis o simplemente os habéis enrollado así un poco?
Abrió los ojos como platos y di gracias a Dios porque estuviese sentada en el centro de la cama, porque podría haberse caído del susto.
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El momento perfecto
RomansDavid Palacios ve tambalear de nuevo su mundo cuando, dos años después de su marcha, se ve obligado a regresar al lugar al que juró que nunca volvería. ... María Gayoso ha nacido para escribir. Sin embargo, una mudanza obligada la capultará a una s...