53. Hey Jude (The Beatles)

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DAVID

Soy la persona más anticonflictiva del mundo. Desde niño, mi filosofía de vida se ha basado en evitar los problemas y entregarme a la agotadora tarea de complacer: a mis padres, a mi hermana, a mis amigos y a cualquier persona que pudiese esperar algo de mí. A todos, excepto a mí mismo. Por ello me parece curioso que, pese a odiar los conflictos, llevase toda la vida peleándome con mi yo interior sin darme cuenta.

Aún a día de hoy, tantos años después, soy incapaz de explicar con palabras la vorágine de emociones que me sacudió durante los días siguientes a aquella noche frente al piano. María fue quién me empujó para que diese el primer paso, pero a partir de ahí tuve que empezar a caminar solo. Asustaba, pero era un sendero que conocía. El único que de verdad me hacía pensar que no caminaba sin rumbo, que el esfuerzo que empujaba mis pasos no era en vano, que de verdad iba a alguna parte.

Por las noches, cuando todos dormían, me encerraba en la sala de música hasta casi llegado el amanecer. Y tocaba. Mis dedos recorrían el sendero de baldosas blancas y negras a toda prisa, recuperando el tiempo perdido, sintiéndose vivos de nuevo. Yo me dejaba hacer, reencontrándome con las canciones que alguna vez habían formado parte de la banda sonora de mi vida y dejando que entrasen en ella otras nuevas.

Temí seriamente volverme loco para acabar ignorando la preocupación con el paso de los días. Si eso sucedía, no dejaba de ser el precio a pagar por volver a sentirme vivo de nuevo. Perder esa sensación sí sería algo que mi cuerpo no sería capaz de soportar. Al menos, no de nuevo.

Nadie lo supo jamás. Solo María, siempre María, que subía las escaleras de dos en dos cuando me quedaba solo en casa a plena luz del día para escucharme tocar y descargaba de Internet partituras de canciones que le gustaban "por si me quedaba sin ideas".

Mantuvimos el secreto durante más tiempo del que me esperaba y menos del que me hubiese gustado, hasta una tarde de mediados de abril en la que todo parecía más o menos normal.


David:

Casa sola durante media hora.

¿Descansito del estudio y tocamos?

María:

Ojalá, pero no puedo. Estoy que no duermo con el festival.

María:

¿Bajas tú y charlamos un rato?


Me encontré llamando a su puerta apenas dos minutos después. Ella también estaba sola, con aspecto cansado y el flequillo rizado tan revuelto como los cientos de papeles que tenía sobre el escritorio del estudio.

- ¿Y esto? –pregunté.

- Ni me preguntes –resopló-. Los que se encargaban de reservar el teatro para el festival de la semana que viene han tenido problemas con los permisos y ahora el ayuntamiento ha cambiado la fecha para el primer fin de semana de mayo.

- ¿Y cuál es el problema? Mejor, incluso. Así os coincide con el puente.

- Ese es el problema. Llevo toda la tarde avisando a los que actuaban y muchos lo están cancelando porque se van de puente. Si ya antes estaba estresada porque no encontraba LA actuación –deslizó las manos abiertas por el aire para darle énfasis-, ahora no sé qué voy a hacer.

Sonreí, porque me hacía gracia ver cómo lo vivía todo con tanta intensidad, y la rodeé con el brazo para darle ánimos.

- Encontrarás una solución. Y si no, no pasa nada. La gente va a ir para ayudaros con la graduación o para ver a sus amigos, no para ver un espectáculo del Circo del Sol.

- Lo sé, lo sé. Todos decís lo mismo –suspiró-. El problema ahora es que nos estamos quedando sin amigos a los que ir a ver. Ha cancelado hasta Belén.

- No sé quién es Belén.

- Una de mis propias amigas. Canta muy bien y siempre está metida en ese tipo de cosas, pero justamente ese fin de semana tampoco puede.

- ¿Puedo ayudarte de alguna forma? –pregunté.

- Como no conozcas a alguien que sepa cantar...

No tardó ni dos segundos en procesar lo que acababa de decir. Antes de que yo mismo pudiese reaccionar y salir de allí por patas, la tenía colgada del cuello, pegando saltitos eufóricos.

- ¡David, David, David! –exclamó contenta-. ¡Ya está! ¡La solución eres tú!

- A ti se te ha ido la pinza. Ni de coña.

- Pero...

- ¡Que no! –exclamé separándome-. ¿Tú te das cuenta del lío en el que me puedes meter si mi padre se entera?

- No tiene por qué hacerlo...

- Mi hermana actúa e irán a verla. Y, aunque no fuese así, el hecho de volver a tocar ya ha sido lo suficientemente impactante. Las sacudidas de una en una.

- Lo sé –suspiró, asintiendo con la cabeza-. Lo siento.

Chasqueé la lengua, molesto. Ya no sabía si con ella, con mi padre o conmigo.

- No te disculpes. Sé que no lo haces con mala intención –no contestó y me pasé las manos por la cara, un poco abrumado-. Podría llegar a planteármelo si mi padre no fuese, guindillita, pero es complicado.

- ¿Y si pudiésemos conseguir que no estuviese? –resoplé, agotado, y ella siguió pensando en voz alta-. Podría poner a tu hermana de primera y a ti en último lugar. Simplemente tendríamos que encontrar una excusa para que se marche antes de que termine el festival.

- No es una mala idea –confesé-, pero no tardaría ni cinco minutos en enterarse. Ya hemos hablado cientos de veces acerca de cómo corren las noticias aquí...

- ¿Has cantado alguna vez en público?

- En algún recital del conservatorio, pero poca cosa. Soy más de que el piano hable solo.

- En ese caso, sería bastante difícil que alguien reconociese tu voz, ¿no? –asentí, dubitativo, porque no entendía muy bien hacia dónde quería llegar-. Si la gente tampoco pudiese reconocerte físicamente, nadie sabría que eres tú.

- No pienso actuar disfrazado.

- No era lo que tenía en mente, pero gracias por la sugerencia –le pegué un codazo y se rio como una niña pequeña-. Ahora en serio. Sales con un antifaz, bajamos la luz al mínimo, y ya está. Serás el Pianista Silencioso.

- Va a salir increíblemente mal –advertí.

- O increíblemente bien. No voy a obligarte a que aceptes. Simplemente dale un par de vueltas. No por mí –recalcó-, sino por ti mismo.

Le prometí que me lo pensaría. No porque me sintiese presionado, sino porque bajo todas aquellas capas de miedo e incertidumbre había una pequeña chispa de confianza.

La decisión se tomó sola al cabo de un par de días.

No sé a quién de los dos le hizo más ilusión.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora