25. Yesterday (The Beatles)

25 9 0
                                    

DAVID

Una minúscula estela de luz se reflejó contra mi rostro y me obligó a abrir los ojos despacio, con cierta dificultad. La cabeza me daba vueltas y tenía la sensación de que iba a caerme al suelo de un momento a otro, así que volví a cerrarlos con toda la fuerza que fui capaz de reunir e intenté, sin éxito, volver a dormirme. No lo conseguí.

Me di la vuelta sobre mí mismo y le di la espalda al diminuto rayo de luz, pero tampoco sirvió de nada. Había algo, no sabía muy bien qué, que me mantenía despierto pese al cansancio que consumía cada rincón de mi cuerpo, que me hacía sentirme ido, confuso, quizás un poco perdido.

"¿Qué hiciste anoche, David?", quise preguntarme. "¿Por qué no eres capaz de levantarte de la cama?".

No sabía cómo había llegado allí. De hecho, ni siquiera era capaz de recordar qué había tomado o qué había hecho. Todo estaba borroso, pero al mismo tiempo tenía la sensación de que había sucedido algo importante, aunque no tuviese ni idea de qué se trataba.

Volví a girarme hacia el diminuto rayo de luz y, al abrir los ojos, me di cuenta de que la ventana estaba abierta. En ese momento, no fui capaz de pensar que no recordaba haberla abierto al llegar a casa y que, teniendo en cuenta mis lagunas existenciales, tampoco debía de estar en condiciones de haberlo hecho. No pude pensar en ello porque, por aquel hueco que borraba los límites entre mi cuarto y el patio de luces, entraba algo, una melodía que me resultaba vagamente familiar y que reconocí como la culpable de la interrupción de mi sueño. Sin embargo, y por mucho que quisiese, no conseguía encontrarla molesta. Era dulce, sencilla, y tiraba de mí con una fuerza sobrenatural. Me incorporé y me levanté a trompicones de la cama, intentado descifrarla, saber su procedencia, y aparté las cortinas para asomarme con cautela al patio de luces.

Entonces la vi.

Y lo comprendí.

Y la recordé.

Y volví a sentirla.

...

Bajé las escaleras que separaban mi casa del piso de abajo de dos en dos y me detuve durante un par de segundos delante de la puerta de madera. Me pregunté qué pensaría cuando, al timbrar, me encontrase allí, un martes de Carnaval plantado delante de la entrada de su piso, con un chándal viejo y unas zapatillas de andar por casa que mi hermana me había comprado las Navidades pasadas, con algunas legañas aun colgándome de las pestañas y con un discurso que parecía difuminarse conforme pasaban los segundos de espera. A lo mejor pensaba que estaba loco, que se me había ido la olla. Quizás ella no se acordaba de la noche anterior, o quizás sí, porque yo no recordaba haberla visto borracha, solo risueña, triste, pura, sincera. Una contradicción de pelo rizado y piernas de muñeca a la que acababa de contemplar escribiendo algo en un ordenador en una habitación con la ventana abierta, como la mía, como la que habíamos abierto entre nosotros la noche anterior, sin darnos cuenta.

La mano no me tembló al pulsar el botón del timbre. Su expresión sí lo hizo al abrir la puerta y reconocer mi rostro en la penumbra del rellano, pero supo disimularlo bien.

- Hola –dije levantando la mano con torpeza.

- ¿Qué haces aquí? –preguntó directa.

Y entonces me di cuenta de lo precipitado que había sido todo aquello, porque la verdad es que ni yo mismo lo sabía.

- ¡Ey! ¡Hola! –exclamó sacudiendo las manos delante de mi cara al ver que no contestaba-. Madre mía. ¿Todavía te dura el pedo?

- ¡No, no! ¡Estoy bien! O eso creo. Bueno, en realidad estoy un poco dormido, pero... -sus cejas se levantaron en una expresión de diversión e incredulidad y me mordí la lengua-. Dios mío, no sé qué hago aquí.

- Eso mismo te estaba preguntando.

Inspiré hondo, tratando de ordenar las ideas, y ella se mordió las comisuras de los labios, mirando hacia atrás.

- Oye, David, no sé si necesitas algo, pero mis padres están durmiendo, yo tengo que estudiar, y la verdad es que no...

- He venido para disculparme –la interrumpí-. Anoche me acompañaste a casa y yo me comporté como un estúpido. No soy así, te lo prometo. Lo siento mucho.

Parpadeó repetidas veces, como si no se esperase para nada aquello, y por primera vez desde que la había conocido, la encontré sin respuestas.

- No me sentí incómoda en ningún momento –contestó al cabo de un silencio prolongado-. No hace falta que te disculpes.

- Sí que hace –insistí-. Acabo de despertarme con un dolor de cabeza horrible, sin acordarme de nada de lo que había pasado, ni de lo que había bebido, ni de con quién había estado. Y entonces he visto que la ventana estaba abierta. Y sonaba música. Creo que era una canción de los Beatles. Y me he asomado y te he visto aquí, en el piso de abajo, sentada en una mesa de escritorio con un ordenador delante, y me he acordado de todo. De que me ayudaste a esconderme de mi ex, de que me invitaste a una cerveza en un portal, de que me llevaste a ver las estrellas y de que insististe en acompañarme a casa después de pasarnos diez minutos metidos dentro de un fotomatón. Hacía tiempo que no me divertía tanto y casi lo estropeo todo por culpa de un par de copas. Lo siento muchísimo, en serio.

Sus labios se curvaron en una mueca que acabó transformándose en una sonrisa sincera, y asintió.

- Disculpas aceptadas. Aunque espero que sí seas capaz de recordar lo del bolso de cervezas.

Nos reímos.

- Así que..., ¿vives aquí? –me atreví a preguntar, pese a la evidencia.

- Sí, pero desde hace muy poco. Apenas unas semanas.

- No me había enterado. Siento también haberte confundido con la becaria de mi padre. Es mucho mejor que seas una vecina a secas.

- ¿Tan mal valoradas tenéis a las becarias? –preguntó con sorna.

- No me meto en los asuntos familiares –respondí en el mismo tono-. Pero créeme, no es algo demasiado entretenido.

Asintió, medio sonriendo, y volvió a morderse las comisuras de la boca.

- Debería volver adentro –murmuró-. Mis padres estarán a punto de despertarse y tengo ochocientos trabajos que entregar. Gracias por las disculpas.

- ¡Espera! –exclamé adelantando el pie para que no cerrase la puerta-. El nombre.

- ¿El de la canción de los Beatles? Yesterday.

- No, no. Ese no. El tuyo –respondí en un susurro.

- ¡Ah! –sonrió y puso los ojos en blanco al mismo tiempo, ese gesto tan suyo y que tantas veces le había visto hacer la noche anterior-. María.

María.

Cinco letras que se quedaron atrapadas en mi lengua cuando cerró la puerta, sin despedirse.

María...

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora