68. Qué caro es el tiempo (El Canto del Loco)

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MARÍA

Si tuviese que resumir el día de mi graduación en apenas unas pocas líneas, creo que me limitaría a centrarme en dos aspectos fundamentales y, quizás por consecuencia, similares: lo que aprendí y lo que me llevé.

Aprendí a comparar el tiempo con una de aquellas feas gomas elásticas que mi padre fingía guardar en cajones perdidos de la cocina; por mucho que trates de estirarlo, siempre seguirá el curso de su propia naturaleza, avanzando sin descanso. Llevaba tantos años soñando con aquella noche que pretendí alargarla hasta la eternidad. Después, necesité unos días para procesar el hecho de haberla dejado atrás y, sobre todo, para entender que gran parte de su magia recaía dentro de su efimeridad. Mi graduación del instituto no volvería. Tampoco todas las anécdotas compartidas antes de ella, las mañanas eternas cargadas de clases infinitas o la hasta entonces imperceptible felicidad que suponía encontrarme con mis amigos todos los días. Su marcha era triste, sí, pero también enriquecedora, haciéndome plenamente consciente de lo importante que era valorar lo cotidiano antes de que se pierda en lo más profundo de tu memoria para siempre.

En cuanto a lo que me llevé, cabe decir que no fue una noche eterna, pero sí un buen puñado de recuerdos y anécdotas que me hacen añorarla como una de las mejores de mi vida. Desde el inicio del acto hasta el final de la fiesta que vino después, no hubo un momento para los problemas o los miedos. Entre nosotros solamente existía hueco para la alegría compartida, los brindis por cualquier cotidianidad y las risas, sobre todo para las risas.

Era la primera vez en toda mi vida que me ponía unos tacones (si es que se pueden llamar tacones a mis sandalias de apenas cinco centímetros) y todavía sigo sin creerme cómo mis pies aguantaron toda la noche. No debí de estar sentada más allá de unos pocos minutos y, cuando mi cuerpo me suplicó hacerlo, me desplomé en uno de los sillones de la terraza del restaurante, exhausta.

La escena debió de ser un poquito más dramática de lo que tenía previsto en un principio, porque Ámbar no tardó en venir a socorrerme.

- ¿Necesitas tomar el aire? –preguntó sentándose a mi lado-. ¿O el vino está empezando a subírsete a la cabeza?

- Ambas –confesé-. Necesito un descanso. Llevo sin sentarme desde que terminó el acto.

- Te entiendo. Mañana voy a tener unas ampollas terribles. ¿Recuerdas aquella que me salió en fin de año? Era enorme.

- No sé si tengo el cuerpo ahora mismo como para ponerme a visualizar tus ampollas –comenté con tacto.

- Una anécdota más –respondió ella encogiéndose de hombros-. Tengo la sensación de que me llevo más en este curso que en ningún otro.

- ¿Ampollas? –pregunté asqueada.

- Anécdotas, imbécil –el insulto nos empujó a intercambiar un par de codazos antes de que ella optase por apoyar la cabeza sobre mi hombro-. Ha sido un año movidito. En todos los sentidos.

- Me atrevería a decir sin miedo a equivocarme que el más intenso de mi vida. Pero lo hemos vivido bonito. Tenemos que estar orgullosas de ello.

- Supongo que sí –respondió sin demasiado convencimiento.

- ¿Cómo estás con lo tuyo? ¿Has vuelto a saber algo de él?

- Absolutamente nada.                                                                     

- ¿Y lo llevas bien?

- Mejor de lo que esperaba –confesó sorprendida-. Esa herida llevaba abierta demasiado tiempo. No podía seguir viviendo a su merced. Ya no únicamente por una cuestión de amor propio, que también, sino porque me estaba desvinculando de mis propios valores. El día que se descubrió todo, me sentí la peor persona del mundo. No me gusta mentir y mucho menos a mis amigos.

- No estuvo bien, pero el hecho de seguir culpabilizándote no sirve de nada. Además, nadie pareció darle demasiada importancia. La mayoría de nuestros amigos se olvidaron del asunto a los dos días.

- Creo que lo más correcto sería decir que fingieron olvidarlo –matizó-. A veces tengo la sensación de que no somos más que la imagen que proyectamos a la gente de nuestro entorno. ¿Sabes por qué quise ocultar lo de Cristian esta vez? –negué con la cabeza, animándola a continuar, y dejó escapar un pequeño suspiro-. No tenía miedo a meterme en problemas por el hecho de que siguiese estando con Úrsula. Creo que, en ese momento, habría dejado que me detuviesen si él me lo pedía. Más que las consecuencias, lo que realmente me aterraba era el qué diría la gente al enterarse. Volvería a decepcionar a todo el mundo.

- El engaño es siempre la peor de las decepciones, Ámbar, y su peso se incrementa con el paso del tiempo.

- Lo sé. Por eso me arrepiento tanto. He desperdiciado el que podría haber sido el mejor año de mi vida por alguien que no merecía la pena.

- No hables de estos últimos meses como si fuesen un fracaso.

- ¿Acaso no lo han sido?

- ¡Claro que no! –exclamé-. Fracaso es un año sin aprendizaje. Y tú has aprendido mucho.

- Me he graduado sin saber conjugar el presente simple en inglés –bromeó.

- Pero conociendo de primera mano la importancia de priorizarte a ti misma.

Apretó los labios y una sonrisa tímida se fue abriendo paso a través de ellos conforme procesaba lo que acaba de decirle. Por primera vez en mucho tiempo, Ámbar empezaba a sentirse orgullosa de sí misma y yo, que la había visto caer paso tras paso en el mismo pozo de desesperación, no podía alegrarme más por ella.

- ¿Y tú? ¿Con qué te quedas este año?

La pregunta me cogió un poco por sorpresa, pero, sorprendentemente, opté por no darle demasiadas vueltas y responder lo primero que se me viniese a la cabeza.

- Con los recuerdos, los que se quedaron enterrados en cajas de cartón durante la mudanza y los que he ido viendo nacer en mi nuevo hogar. Con las personas que he conocido o he descubierto más en profundidad, incluyéndome a mí misma. Con las historias que he escrito y que escribiré, porque ya se han quedado grabadas en algún aleatorio de mi cabeza. Con todo lo vivido; con eso es con lo que tenemos que quedarnos siempre. Al final, es lo único que vamos a llevarnos.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora