DAVID
El tiempo continuó avanzando a su ritmo habitual, como si nada hubiese pasado. Salía a correr cada mañana nada más despertarme, volviendo a casa con el tiempo justo para comer algo rápido, darme una ducha e ir a recoger a Carla al instituto. Por las tardes, me encerraba en mi cuarto de estudio y me ponía al día con todo lo relacionado con la universidad.
Llamaba a Scarlett siempre que podía para que me ayudase a continuar con el ritmo académico y para mantenernos al tanto sobre nuestro día a día. No quise hablarle sobre la bronca con mi padre y ella tampoco me preguntó nada acerca de cómo iba nuestra relación. Supongo que lo más sencillo para todos era hacer como que no existía, porque verdaderamente era lo que parecía suceder durante aquellos días.
No compartíamos habitación nada más que a las horas de las comidas (no en todas), y ese poco tiempo no servía de mucho si tenemos en cuenta el hecho de que no nos dirigíamos la palabra en absoluto. Él por decepción, yo por priorizar mi bienestar mental.
Mi madre jamás se posicionó a favor de ninguna de las dos partes. Carla tampoco lo hizo, pero sabía que ella sí tenía su propia opinión sobre el asunto al verla cada vez más callada, más ausente. Lo de la abuela había sido un golpe duro, pero el miedo a ver como su familia se desmoronaba no estaba ayudando en absoluto. Me dolía pensarlo, pero ya no era una niña y era capaz de visualizar lo que sucedía más allá de la superficie. Me había perdido ese proceso, ese cambio de mentalidad. No sabía si le gustaban más las ciencias o las letras, tampoco los nombres de sus amigas más cercanas o si alguna vez se había sentido atraída por alguien. Me sentía más culpable que nunca, pero intenté recuperar todo el tiempo perdido yendo a recogerla al instituto, llevándola a merendar a la churrería del pueblo o escuchándola ensayar con el chelo cada tarde.
Un miércoles de mediados de mes vino a despertarme por la mañana para decirme que no fuese a buscarla a mediodía, que esa tarde tenía ensayo para el festival y que comería un bocadillo en la cafetería del instituto.
- Salgo a las cinco y media, pero puedes venir un poco antes para verlo, si quieres.
No iba a hacerlo en un principio, (una cosa era recuperar el tiempo y otra muy diferente invadírselo), pero no tenía demasiado trabajo con la universidad y acabé acercándome diez minutos antes de la hora al darme cuenta de que no tenía nada mejor que hacer.
Empujé las puertas de la entrada del instituto con cuidado y me dirigí directo al salón de actos, situado junto a la ventanilla de secretaria, a la entrada del pasillo principal. Apenas había público, así que elegí una silla de la última fila con la intención de molestar lo mínimamente posible.
Carla empezó a tocar poco después, acompañada al principio por otros tres pequeños instrumentistas de cuerda y finalmente sola. Estaba a punto de acabar la segunda de sus piezas en solitario cuando noté una novedosa presencia en la hasta ahora vacía fila de butacas. Los ojos se me abrieron como platos e intenté darle un poco la espalda al darme cuenta de quién se trataba, pero fue imposible ocultarme. Me había visto.
La saludé con la mano y me hizo un gesto para que me levantase y la siguiese al pasillo. No podía negarme. Si ella quería tener una conversación conmigo, por mínima que fuera, iba a tenerla sí o sí, y prefería que fuera en un lugar en el que mi hermana no estuviese desviviéndose con su instrumento.
- Así que es verdad que has vuelto -murmuró con su voz de terciopelo-. No me lo creí cuando me lo contaron. Supuse que de ser así habrías tenido la decencia de escribirme, al menos, pero ya veo que estaba equivocada.
Me mordí el labio inferior al no saber qué responder. Habían pasado dos años desde la última vez que nos habíamos visto, pero la presencia de Gisela seguía imponiendo tanto como el primer día. Sus ojos de gata me analizaban desafiantes, como si estuviese esperando a que dijese algo para confirmar que estaba allí de verdad. Estaba algo distinta; su pelo corto y castaño se había transformado en una melena larga y clara. Pese a eso, seguía como siempre, con sonrisa envenenada adornando su rostro angelical.
- Yo también me alegro de verte, Gil –respondí medio irónico, medio en serio.
- ¿Qué te trae por aquí? –preguntó aleteando las pestañas-. Porque venir a verme no creo que sea una opción.
- Podría serlo.
- No lo es.
- No, no lo es. He venido a ver a mi hermana ensayar.
- Eso ya lo suponía. Me refería a qué te trae por el pueblo, no por el instituto en sí.
- Ah -miré hacia la puerta del salón de actos por si Carla había terminado de tocar, pero no era el caso, así que volví a posar mis ojos sobre ella al no encontrar otra escapatoria-. He tenido que volver para el entierro de mi abuela. Fue a principios del mes pasado.
- Lo sé –respondió cortada-. Me acerqué hasta el tanatorio, pero, al no verte, supuse que no habrías venido. Lo siento.
Se acercó, dubitativa, y me rodeó con los brazos en un intento de abrazo que no supe corresponder demasiado bien. La conocía lo suficiente como para saber que no daba una puntada sin hilo, y aquel gesto de cariño tan repentino tenía pinta de pretender ser la versión moderna del caballo de Troya.
Nos separamos despacio y nos miramos a los ojos en silencio.
- Te he echado de menos –susurró.
Ahí estaba. Lo había soltado con toda la delicadeza que había sido capaz de reunir, con sus manos todavía agarradas a mi espalda, con su nariz perfilada a escasos centímetros de mi mentón...
- Gil, así no...
Me dolió ver la expresión de su cara cuando deslicé mis manos sobre las suyas para separarlas de mí antes de que siguiera acercándose. Mentiría si dijese que, durante una breve milésima de segundo, no me apeteció besarla, que no seguía sintiéndome atraído por la llama que en su día había conseguido avivar en mi interior. Pero no era el momento. Simplemente no podíamos hacerlo. Por su bien y por el mío.
- Perdona –dijo terminando de apartarse de golpe-. Soy una tonta.
- No eres tonta. Pero no es ni el lugar ni el momento.
- Nunca lo ha sido, supongo.
- Gisela, llevo una temporada bastante mala y de verdad que lo último que necesito es ponerme a discutir contigo sobre asuntos que ya están más que aclarados.
Asintió y me apartó la mirada, jugueteando con el labio.
- Solo quería que supieras que si necesitas algo voy a estar ahí, ¿vale? –respondió con la boca pequeña-. Como siempre. Nunca me he ido.
- Voy a quedarme por aquí un tiempo –confesé tras unos segundos de tenso silencio-. Llámame si te apetece quedar algún día. No para nada que tenga que ver con el pasado, sino para tomar un café y charlar un rato. Como dos personas normales que se tienen cariño y que se respetan. ¿Te parece?
Movió la cabeza de arriba abajo, intentando disimular su falta de convencimiento, y nos despedimos con un abrazo corto justo cuando el sonido del chelo dejó de sonar en el salón de actos.
Aquella tarde no fui a merendar con Carla a la churrería. Ella había quedado para dar una vuelta con sus amigas y yo tenía una cita pendiente con mis compañeros los fantasmas, concretamente con los que tenían piernas largas, melena clara y larga y ojos de gata.
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El momento perfecto
RomanceDavid Palacios ve tambalear de nuevo su mundo cuando, dos años después de su marcha, se ve obligado a regresar al lugar al que juró que nunca volvería. ... María Gayoso ha nacido para escribir. Sin embargo, una mudanza obligada la capultará a una s...