DAVID
Nunca he creído en los presentimientos, pero cuando cerré la puerta de casa a mis espaldas al volver de salir a correr, noté que algo había cambiado durante mi ausencia. La luz del salón se adivinaba encendida en el reflejo del suelo del pasillo y las voces que habría jurado escuchar a través de la puerta aún cerrada enmudecieron de golpe.
- ¿Carla? –pregunté a sabiendas de que mis padres no estaban en casa.
La ausencia de respuesta me hizo caminar con paso rápido hacia el salón, donde el olor a fresas con nata me azotó incluso antes de llegar a rozar el pomo de la puerta entreabierta con los dedos.
- Hola –susurró.
Diecinueve días después de nuestra última conversación, allí estaba. El pelo rizado, echado hacia atrás por una cinta roja, rozaba los hombros de una camiseta ancha del mismo color, no sabía si elegida a propósito o por simple casualidad. En sus ojos, tristes, brillaba la duda al mirarme con las piernas encogidas, como si estuviese protegiéndose ante una posible mala reacción por mi parte.
Éramos nosotros y, al mismo tiempo, no lo éramos, porque en la distancia que nos separaba se había sembrado un campo de emociones que no parecíamos dispuestos a recoger por el momento. Al menos, no mientras el miedo continuase ahogándolas con su riego.
- Os dejo solos –decidió Carla al ver que nadie rompía el silencio-. ¿Estás segura de que no quieres nada, María? Aunque sea un vaso de agua.
- Estoy bien, pero muchas gracias, de verdad.
Mi hermana asintió y se levantó del sofá que compartían sin añadir nada más. No pasé por alto la mirada de advertencia que me dedicó antes de desaparecer por la puerta, cerrándola tras de sí.
Pintaba bien el asunto.
- Es adorable –comentó María ya a solas-. Me abrió la puerta cuando llegué y me ofreció esperarte aquí hasta que llegases. No me ha dejado sola ni un minuto.
- Le caes bien –me limité a contestar-, así que qué menos.
Ella asintió y se pasó la lengua por los labios, sin saber muy bien qué decir.
- Me alegro mucho de verte.
- ¿De verdad? –pregunté con ironía-. Porque he tenido mis dudas a lo largo de estas últimas semanas.
Me arrepentí de aquella contestación al segundo de haberla pronunciado, pero no podía desactivar el mecanismo de defensa. No cuando había vuelto así, de repente, después de tantos días de silencio. No cuando yo había estado a punto de querer rendirme.
- Te debo una disculpa –murmuró-. No supe cómo gestionarlo y pensé que la mejor opción sería apartarme durante un tiempo. Sigo pensando lo mismo, de hecho, pero quizás debería haber reflexionado un poco más con respecto a cómo iba a sentarte a ti. Lo siento mucho.
Todo el aire que había estado conteniendo hasta entonces dejó de asfixiarme de golpe.
- Yo también –respondí-. No sé qué se me pasó por la cabeza. No quería hacerle daño. Te lo juro.
- Lo sé.
Apenas le había dejado tiempo para levantarse del sofá cuando volví a estrecharla de nuevo entre mis brazos. La informé acerca del estado de mi camiseta sudada; ella optó por ignorarlo y me apretó más fuerte, acoplándose a mi cuerpo como si fuésemos uno. Probablemente, desde aquella madrugada de Carnaval, siempre lo habíamos sido.
- Te he echado de menos, ¿sabes? –susurró sin despegarse-. Llevo días agonizando al imaginarme escenarios catastróficos de nuestro reencuentro. Si he tardado tanto en volver ha sido porque me aterraba la idea de vernos y que todo hubiese cambiado.
- ¿Y por qué has cambiado de idea?
Se separó un poco para mirarme a los ojos y sentí cada centímetro de distancia como un pequeño pinchazo en el corazón.
- Porque, pese a la sacudida, sigo creyendo en ti. Y creo que deberías escuchar lo que tengo que decirte.
Se pasó los siguientes minutos describiéndome con pelos y señales todos los detalles de los preparativos de la boda de su hermano. Cuando estaba a punto de detenerla para preguntarle qué tenía que ver con todo aquello, la palabra actuación salió de entre sus labios como un huracán en llamas. Y, entonces, lo entendí todo.
- No voy a hacerlo, María –interrumpí.
Chasqueó la lengua al no haberle dado tiempo siquiera para ofrecérmelo.
- Déjame terminar, por favor. Luego, la decisión será exclusivamente tuya.
- Ya hemos pasado por esto una vez –zanjé-. No voy a volver a poner en riesgo mi futuro.
- ¡No tienes por qué hacerlo! –exclamó-. Puedes volver a actuar como El Pianista Silencioso. Ese hombre tiene que haber visto el vídeo. Si se acuerda y te ve, tal vez...
- Frena, frena –murmuré apoyando las manos sobre sus hombros-. ¿De qué estás hablando ahora?
Ella dejó escapar un suspiro antes de descubrirme el motivo de su insistencia.
- El tío de Tatiana trabaja como productor en una discográfica de la zona. Estará entre el público, escuchándote. Si te presentas como El Pianista Silencioso y le interesa lo que ve, buscará tu nombre en Internet y verá la repercusión que tuvo tu vídeo en redes. Es una oportunidad increíble.
Nos debíamos mucho más que una disculpa. Conocía a María y a su necesidad de dejar todos los cabos atados en cualquier contexto. Ella necesitaba explicaciones, desahogos, puede que incluso una conversación para la que todavía no se sentía preparada. Sin embargo, había decidido aparcarlo para presentarme el sueño de mi vida en una bandeja de oro. Una bandeja que ni siquiera mis peores demonios se atrevían a rechazar.
- Que actúe frente a él no significa nada –aclaré para poner mis propios pies en el suelo.
- No te lo habría ofrecido si no te viese con posibilidades. O si no estuviese desesperada por encontrar a un cantante de calidad para la boda con tan poca antelación –añadió sonriendo con los dientes.
- ¿Cómo de desesperada?
- Mucho. Demasiado. Híper. Extremadamente.
- Está bien, está bien –reí-. Lo haré.
- ¿De verdad? –exclamó emocionada.
- De verdad –repetí-. Solo si me prometes que no vamos a volver a separarnos de este modo.
Volver a sentir su abrazo fue como salir a la superficie tras horas ahogándome bajo el mar.
- Puedes estar tranquilo –respondió-. No voy a irme a ninguna parte.
Sus palabras me hicieron apretarla más fuerte contra mi pecho al darme cuenta de que, probablemente, el único de los dos que no cumpliría su promesa sería yo.
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El momento perfecto
RomanceDavid Palacios ve tambalear de nuevo su mundo cuando, dos años después de su marcha, se ve obligado a regresar al lugar al que juró que nunca volvería. ... María Gayoso ha nacido para escribir. Sin embargo, una mudanza obligada la capultará a una s...