91. Caballos salvajes (Sidecars)

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DAVID

Nunca he sido una persona de sueño fácil, pero las últimas noches en Lipto se hicieron especialmente largas entre remordimientos, comeduras de cabeza y suspiros de culpabilidad al abrir los ojos y encontrarme la imagen de María durmiendo cobijada contra mi pecho.

Quizás esa angustia parsimoniosa fue lo que evitó que me asustase aquel amanecer, cuando el tono de llamada de mi teléfono interrumpió la calma de nuestro cuarto sin previo aviso. María, capaz de despertarse también con el simple pasar de una mosca, se incorporó de golpe con los ojos como platos.

- ¿Quién es? –preguntó mientras yo me quedaba mirando la pantalla, en trance-. ¿Ha pasado algo?

La llamada llegó a su fin y mi instinto me obligó a levantarme con el teléfono en la mano, temeroso ante las consecuencias.

- Seguro que no es nada –respondí para tranquilizarla-. Tú sigue durmiendo. Ahora mismo vuelvo.

Me despedí agachándome de nuevo sobre la cama para dejar un beso suave sobre su frente y salí de la habitación antes de que pudiese añadir algo más.

Desde la ventana de la buhardilla, a donde recurrí en busca del valor suficiente para devolver la llamada, veía los primeros destellos de luz acariciando el mar. Un nuevo día se abría paso, lleno de oportunidades. Lástima que las mías estuviesen a punto de marchitarse en apenas un par de tonos.

- Pensé que iba a pasar otro día sin noticias tuyas –dijo nada más descolgar.

- Buenos días a ti también, papá.

Responderle de mala forma solo me haría rebajarme a su nivel y no me apetecía demasiado entrar en conflictos morales a aquella hora de la mañana.

- No me vengas ahora con formalismos, David. Llevamos sin saber nada de ti desde que te marchaste a Lipto.

- He hablado con Carla y con el abuelo –respondí con indiferencia.

- ¿Y no tienes tiempo para llamar a tus padres?

- Vosotros tampoco me habéis llamado a mí.

- Sí, hace tan solo unos minutos. Y no me has cogido el teléfono.

- Papá, son las seis y media de la mañana...

- No veo impedimento alguno -rebatió-. Yo llevo ya un buen rato en la oficina, ¿sabes?

- Me parece genial. Yo estoy disfrutando de las vacaciones que me recomendaste para "poner rumbo a mi vida" –comenté con retintín-. Comprenderás que nuestros horarios son diferentes.

- No te he llamado para discutir.

"Permíteme que lo dude", pensé.

- ¿A qué se debe el placer, entonces? –pregunté poniendo los ojos en blanco.

- ¿Has mirado tu correo electrónico hoy?

- Pero, ¿tú has visto la hora que...?

- Te he mandado el billete de avión.

La frase se me quedó atascada en la punta de la lengua al escucharlo. Puse el altavoz para oírle divagar de fondo sobre lo mal que estaba últimamente la atención en primera clase mientras buscaba como un loco el mail en cuestión. Sabía que no vacilaba, pero una inocente parte de mí se agarraba a la idea de que todo aquello fuese una broma.

Cuando mi pasaje hacia la Gran Manzana apareció en la pantalla, casi pude escuchar como la poca ilusión que quedaba dentro de mí se rompía en cientos de pedazos. Por muy mentalizado que puedas estar al respecto sobre algo, el choque de realidad es inevitable cuando lo que se te escapa de entre las manos son nada más y nada menos que los sueños de toda una vida.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora