97. La gent que estimo (Oques Grasses ft. Rita Payés)

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DAVID

Cuando entré a formar parte del equipo de Arquitectura Palacios, mi padre me situó rápidamente en una mesa cercana a su despacho acristalado, supongo que para poder controlar las escasas tareas que me asignaba (y que posteriormente se encargaba de revisar al dedillo, sacando fallos prácticamente de cada trazo). Lo único bueno de aquella localización era que, al estar tan pegada a la de mi padre, tenía un control periférico de la mayor parte de la oficina. Puede parecer irrelevante, pero matar el aburrimiento cotilleando lo que hacían el resto de empleados se había convertido en una afición recurrente durante los últimos días.

Ese día la oficina estaba prácticamente vacía cuando terminé de recoger mis cosas. Todos se habían marchado para aprovechar el descanso para comer; todos menos dos personas: Isidro Palacios (al que dejar la oficina vacía a plena luz del día le parecía la mayor de las aberraciones) y el pringado de su hijo (que se encontraba metiendo en una caja de cartón las escasas pertenencias con las que había intentado dar un poco de vida a su triste mesa de trabajo).

Eché un vistazo al reloj que colgaba de la pared y cogí aire con fuerza. Calculaba que quedaban unos diez minutos para que los primeros empleados empezasen a aparecer y mi padre y yo pudiésemos marcharnos a comer. Diez minutos en los que estábamos completamente solos. Sin interrupciones. Sin obstáculos que me permitiesen cumplir mi propósito.

Abandoné mi puesto y me planté frente a su puerta, nervioso. Pese a que me había visto perfectamente (por algo las paredes de su despacho eran de cristal), se hizo el interesante durante unos segundos antes de levantar la mirada e invitarme a pasar.

- ¿Has terminado ya de recogerlo todo? –preguntó cuando tomé asiento frente a su mesa.

- Sí. No tenía demasiadas cosas.

- Tendrías más si hubieses pasado aquí más tiempo. Espero que hayas aprendido algo de provecho, al menos.

- La verdad es que sí –respondí con sinceridad.

- Sólo a ti se te ocurre hacer la carrera a distancia, con todo lo que se aprende a pie de obra...

- Papá, ¿no puedes darme un respiro ni siquiera el último día?

Me arrepentí al instante de haber pronunciado aquellas palabras, pero mi cuerpo se destensó al comprobar que, sorprendentemente, despertaban un extraño y efímero intento de risa por su parte.

- Tienes razón. No hay necesidad. Mañana ya te marchas y todo volverá a la normalidad.

Bien, ahí estaba. Era el momento.

- De eso precisamente quería hablar contigo...

No me había dado cuenta de la escasa atención que me estaba prestando hasta ese momento, cuando su mirada se centró de lleno en la mía y su respiración se ralentizó durante unos segundos.

- ¿Algún ajuste de última hora que haya que solucionar? –preguntó con recelo-. El vuelo, el apartamento...

- Para nada. Todo eso está en orden.

- ¿Entonces?

Pese a que había ensayado el discurso la noche anterior frente al espejo, tuve que reorganizarlo de nuevo en mi cabeza palabra por palabra antes de volver a hablar.

- No te he mentido al decirte que he aprendido mucho durante los últimos días. No sólo en el ámbito de la arquitectura, sino también con respecto a lo que quiero y no para mi propio proyecto de futuro.

- Me alegra verte con las ideas claras. Es lo que siempre he querido inculcarte.

- Lo sé. Y, por eso, tengo algo que enseñarte.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora