71. Tempestades de sal (Sés)

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DAVID

Saber que, a tan solo un piso de diferencia, María se encontraba revelándoles a sus padres lo que quería hacer realmente con su futuro me dio fuerzas para hacerles a los míos una proposición, aunque esta fuese chiquitita.

Poco después de despedirme de mi amiga guindilla, Quique me había llamado para ver si podía pasarme esa misma tarde por el estadio.

- No te molestaré más allá de unos pocos minutos –insistió-. Pero es un asunto del que me gustaría hablar en persona.

Acepté, claro, porque siempre había buscado ayudar al equipo en la medida de lo posible, y recorrí la distancia que separaba la plaza del pueblo del estadio municipal alargando ligeramente el paseo. Mi entrenador me esperaba sentado en el interior de la taquilla, anotando palabras inconexas en el cuaderno que siempre llevaba consigo.

- Siéntate, David, chico. Dame medio minuto.

Tomé asiento en una de las pocas sillas que había en el cuarto y lo observé con atención. De vez en cuando, entre anotación y anotación, se le escapaban palabras de entre los labios como "delantero" o "jugada". Solía pasarle cuando estaba nervioso. Debía de ser un asunto importante si no podía esperar al entreno que tendríamos al día siguiente.

- Tengo una propuesta para ti –comenzó a decir sin mirarme-. ¿Puedes ponerte un momento de pie, por favor?

Me incorporé y él hizo lo mismo, acercándose a mí con la libreta aún en la mano.

- Tenéis alturas bastante diferentes, pero podría conseguirte una camiseta a tiempo –murmuró.

- ¿De qué me hablas, Quique?

- ¿Cómo te ves físicamente, chico? A nivel de juego.

La pregunta me cogió un poco por sorpresa.

- Mejor que al principio, supongo.

- ¿Lo suficiente como para reemplazar a Itzan Santana en la final del sábado?

- ¿Perdón?

Lo había escuchado mal, seguro.

- Voy a serte muy sincero, David. Esa copa ha sido mi gran ambición durante toda la temporada. Hace tiempo que veo a mis jugadores sin demasiada motivación. El nivel es bueno, por supuesto, pero la cuestión está en las ganas. Ser campeones de copa sería un chute extra de adrenalina para todos.

- Lo entiendo. Pero, ¿qué pinto yo en todo esto? –pregunté.

- Santana y tú jugáis en la misma posición. No estoy preparado para hacer un cambio en el estilo de juego y necesito un sustituto nato. Viendo tu progreso en los últimos entrenos, estás más que capacitado.

- ¿No es demasiado arriesgado? –comenté preocupado-. No estoy inscrito en el equipo oficialmente. Podrían descalificarnos por alineación indebida.

- Me he visto en esta tesitura otras veces y nunca he tenido problemas. Jugarás con la camiseta de Santana, como si fueses él. El colegiado no notará la diferencia.

- No lo veo muy claro, Quique...

- Dale una vuelta y me dices algo esta noche. Sin presión.

Terminé confirmándoselo apenas media hora después porque, pese a la insistencia de que no había compromiso alguno, no podía evitar tomármelo como un favor personal. No sabía si sería la forma más adecuada de ayudar al equipo, pero, en palabras de mi entrenador, no parecían quedar demasiadas alternativas. Además, qué demonios, estaría siendo un hipócrita si dijese que no me moría de ganas de jugar un partido como aquel.

Así pues, esa misma noche, quise seguir los pasos de María a mi manera y proponerles a mis padres ir a verme jugar la final de la Copa Regional. No prestaban demasiada atención a mi vida y, cuando me veían salir de casa con una bolsa de deporte, creían que era para ir al gimnasio, así que suponía que no estaban todavía al tanto de mi vuelta al equipo. Sin embargo, estaba preparado para cargar con el peso de las explicaciones pedidas si así conseguía acercarnos un poco más.

- Este sábado es la final de la Copa Regional –comenté para introducir el tema.

Nuestra empresa llevaba siendo patrocinadora del equipo prácticamente desde su fundación, así que conseguí despertar la curiosidad de mi padre.

- ¿Juegan en el estadio municipal? –preguntó.

- En el de la ciudad, para que sea territorio neutral –aclaré-. ¿Vais a ir a verlo?

- Sí, ¿por qué no? Supongo que podré conseguir un par de entradas en tribuna.

Carla, convencida de que mi participación en el equipo debía de ser aún un secreto para nuestros padres, me miró fugazmente con el ceño fruncido.

- A mí no me apetece mucho –dijo sin dejar de mirarme-. ¿No sería mejor pasar la tarde de sábado en otra cosa?

- ¡Claro que no! –respondió mamá-. Será divertido. Nunca hacemos nada los cuatro juntos.

- En realidad, yo no voy a ir. O, al menos, no con vosotros –miré a mi hermana en busca de ánimos para encarar la confesión, pero tuve que aguantarme la risa al comprobar que su cara seguía siendo un auténtico poema-. Llevo unas semanas yendo a entrenar con el equipo. Ya sabéis, para hacer algo de deporte y eso. Me han convocado para jugar y me gustaría que vinieseis.

No era la verdad absoluta, pero al menos, era una buena toma de contacto. Analicé atentamente sus reacciones en busca de algún posible signo de tormenta. Sin embargo, ni siquiera parecían haberme escuchado.

- Una razón más para ir, entonces –comentó mi madre para romper el hielo-. Nos alegramos por ti, cielo. Seguro que va estupendamente.

- ¿Cuánto tiempo llevas entrenando? –preguntó mi padre.

Aquello tenía toda la pinta de derivar en una conversación incómoda acerca de mi futuro, así que opté por maquillar un poco la verdad.

- No demasiado. Unas pocas semanas, quizás.

Asintió, no demasiado convencido, y se aclaró la garganta antes de dejar caer un nuevo comentario.

- Te veo cada vez más adaptado a tu vida aquí. No te encariñes demasiado o la vuelta te resultará complicada.

- Aún queda tiempo para eso –levantó una ceja ante mi respuesta, desafiante-. Ya ha terminado el curso. No tiene sentido marcharme antes de que acabe el verano, ¿no?

- Hablas como si alguna de tus decisiones soliese tener sentido alguna vez.

Una patada en la espinilla durante la final me dolería menos que aquello.

- ¿Marcharme a Columbia no fue una decisión con sentido? –escupí.

- Claro que lo fue. Una lástima que la estés desaprovechando de esta forma.

- ¿No deberíamos cambiar de tema?

Ignoré la sugerencia de mi madre y me puse de pie, molesto.

- ¿Sabes qué, papá? No hace falta que vengas al partido. Si tan poco sentido tienen mis logros para ti, no veo motivo alguno para perder noventa minutos de tu tiempo.

Su silencio me sorprendió, pero no tuve la valentía suficiente como para mirarlo antes de salir del comedor. Apenas unos segundos después, en la soledad de mi cuarto, me pregunté si realmente llegaría a tenerla algún día.

Quizás, mientras siguiésemos compartiendo el mismo techo, los fantasmas nunca llegarían a irse del todo.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora