80. No puedo vivir sin ti (Los Ronaldos)

16 5 0
                                    

MARÍA

El estrés de la boda se hizo mucho más llevadero teniendo a David cerca. Retomamos de nuevo la rutina de sentarnos juntos frente al piano todos los días, aunque esta vez con un nuevo objetivo definido: preparar un repertorio musical acorde a los intereses de los novios.

Miguel me pasó una lista de canciones que debían aparecer sí o sí durante la velada, incluida la del baile nupcial.

- Deja el resto a elección de David –me indicó en una nota de voz-. Y dale las gracias de nuestra parte por todo.

Tanto él como Tatiana estaban dispuestos a pagarle lo que fuese por haber accedido a actuar con tan poca antelación, pero David rechazó el dinero alegando que se trataba de su regalo de boda.

- La oportunidad que me están dando vale mucho más que cualquier billete con el que puedan pagarme –justificó-. No veo justo llevarme algún tipo de comisión extra cuando estamos haciendo un intercambio de favores.

Seguía sin estar demasiado conforme, pero su explicación me pareció razonable y no me quedó otra opción que aceptarla, aunque fuese a regañadientes.

- Déjanos, al menos, que nos hagamos cargo de los gastos del traje –le pedí una tarde.

- Mi padre tiene al menos veinte trajes guardando polvo en el armario de casa. No voy a comprarme otro.

- ¿Y qué piensas decirle cuando te pregunte para qué lo necesitas?

No tardamos ni una hora en estar entrando por la puerta de una tienda de ropa de etiqueta en la ciudad. Nunca había tenido a David por una persona a la que le importase demasiado la apariencia física. Aunque el buen gusto y la calidad de su ropa hacían que siempre estuviese impecable, afirmaba predicar el arte de coger lo primero que pillaba del armario para "evitar quebraderos de cabeza innecesarios". Sin embargo, se notaba que aquella era una ocasión especial y que quería causar una buena impresión ante los ojos del tío de Tatiana. Durante las casi dos horas que estuve sentada en la butaca de piel que se encontraba frente al probador, debió de probarse todos los trajes de la tienda. Acabó decidiéndose por uno clásico de color azul oscuro que seguramente combinaría con alguno de sus pares de zapatillas estrafalarias.

- Pensé que no ibas a decidirte nunca –bromeé cuando salió del probador ya vestido de calle.

- No se me dan bien estas cosas. Cuando mis padres tenían algún evento social de etiqueta, intentaba escabullirme siempre que podía.

- Huir de los problemas no es nunca la solución, David.

Fingió una sonrisa tensa antes de acercarse con paso rápido a la caja para pagar y yo me mordí la lengua al darme cuenta de que detrás de aquella frase se escondía mucho más que una simple broma.

- Ha sido sin querer –aclaré cuando salimos fuera.

- No hace falta que te disculpes –respondió él sacudiendo la mano-. Ha sido un comentario sin importancia.

- No quiero que nos hagamos daño, David.

Decirlo se sintió como una liberación pese a provocarle una efímera pérdida de brillo en la mirada. Siempre habíamos sido un libro abierto para el otro, pero no podía dejar de pensar que David me había cerrado el acceso a algunas de sus páginas durante aquellos diecinueve días.

- El otro día me dijiste que tenías miedo a volver y que todo hubiese cambiado –murmuró como si pudiese leerme la mente-. Dime, ¿lo ha hecho?

- Supongo que sí –respondí siendo honesta-. Pero, para mí, no ha pasado nada en absoluto. Seguimos siendo tú y yo.

Sonrió para sí mismo y sus dedos acariciaron los míos con suavidad.

- Llegué aquí completamente perdido y tú me hiciste descubrir un camino que ni siquiera sabía que buscaba. Por mucho que nuestras emociones evolucionen, tu huella dentro de mí es demasiado profunda como para que algún día pueda mirarte de forma diferente a como lo hago.

- David...

- ¿Sí?

- Creo que te quiero.

"Oh, oh...".

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora