44. No me digas nada (Quevedo)

17 5 0
                                    

MARÍA

David vino a buscarme el domingo por la tarde para descansar un rato del estudio y dar un pequeño paseo por el camino que bordeaba el río del pueblo. El sábado había sido un día movidito para ambos y no sé cuál de los dos tenía más novedades que contarle al otro.

- Mi mejor amigo estaría impresionado con la metáfora del agujero negro –no pude evitar pensar en Guille cuando David me relató su conversación con Gisela-. A veces explica sus propias emociones con términos relacionados con la física. Le encanta. Y esta es buena. No descartes que yo misma la incluya dentro de una novela.

David me dio un pequeño golpe con la bufanda que llevaba colgada al cuello a modo de respuesta. Su abuelo llegaría en apenas unos días y estaba un ligeramente más seco de lo habitual, pero lo entendía. Tenía miedo. Podía verlo brillar en sus ojos.

- A mí no me gusta tanto –replicó-. Es un concepto horrible. Bastante mal estoy yo como para arrastrar conmigo a las personas que me importan –nuestras miradas se cruzaron un nanosegundo y aceleró un poco el paso, apartando la vista-. ¿Tú crees en las segundas oportunidades, guindillita?

Medité la respuesta unos segundos.

- Creo en ellas, pero hay que ganárselas –me miró de nuevo y sonrió de lado, invitándome a continuar. Siempre hacía eso cuando algo de lo que decía le dejaba con la intriga-. Todos vamos a cagarla más de una vez en la vida. Es lo natural. Y, después de ese error, lo que toca es aprender y recapacitar. Pero para eso hay que querer hacerlo. Todo el mundo se merece otra oportunidad, pero siempre y cuando ponga de su parte para reparar lo que ha roto. ¿Me explico?

- Entiendo lo que quieres decir –asintió-. Pero a veces con la actitud no basta. Por mucho que te esfuerces en no hacerlo, puedes volver a liarla otra vez. Y entonces necesitas una oportunidad más. Y otra. Y otra. Y, conforme pasa el tiempo, van haciéndose más caras.

- Eso se nota. He dado tantas segundas, terceras, cuartas oportunidades en mi vida que a veces creo que llevo la frase "de buena, tonta" tatuada en la frente. ¿Me arrepiento? –pregunté casi más para mí misma que para él-. De algunas sí. De muchas no, pese a que quizás en algún momento volvieran a equivocarse. Las personas buenas no están exentas de hacerte daño o de cometer un error, pero a la hora de la verdad hay que diferenciar quién lo hace sin querer y quién lo hace sin quererte.

- Creo que ya entiendo por qué no quieres perdonar a esa tal Salma –respondió con tono tristón.

- No es que no quiera. Ha ocupado uno de los huecos más importantes de mi vida durante los últimos años y lo que más me gustaría en el mundo es pasar página y que todo volviese a ser como antes. Cada día que pasa, en lugar de superarlo, la echo más de menos. Pero no a la persona que es ahora, sino a la que en mi momento fue mi amiga. A la Salma que yo conocía le daría todas y cada una de las oportunidades del mundo, pero a la actual no puedo. Me encantaría ser capaz de fingir que no ha pasado nada, como todos han hecho, pero si sigo ese camino considero que estoy faltándole al respeto a mis propios principios. No está luchando por una oportunidad, ni siquiera parece quererla. Así que no hay mucho que hacer ahí.

- ¿Cómo están las cosas ahora, después de lo de ayer? ¿Ha cambiado algo?

- Al principio fue un poco incómodo, no te lo voy a negar. Ámbar se vino abajo después del momento de empoderamiento y a la gente no le sentó nada bien que hubiese estado ocultando lo de Cristian otra vez. Pero se decidió correr un tupido velo y seguir adelante con la fiesta. Nadie estaba en condiciones de mantener una charla seria y aún no era tarde para rescatar el cumpleaños, así que supongo que las consecuencias se verán más adelante.

- Como persona que ve la situación desde fuera, o al menos desde la perspectiva que tú me muestras, creo que las consecuencias no van a ser demasiado visibles –contestó suavizando el tono.

- Lo sé –suspiré resignada-. Pero me temo que eso tampoco tiene demasiada solución por el momento –se encogió de hombros, sin saber qué responderme, y le di un pequeño golpe con el brazo-. Y tú... ¿qué? ¿Crees en las segundas oportunidades? Lanzas la pregunta al aire y te quedas tan ancho con mi respuesta. No es propio de ti.

- Cómo no voy a creer, si la vida me está dando una –era una respuesta bastante optimista, pero no cuadraba demasiado con su tono de voz-. Tengo miedo de no cumplir con las expectativas que supone tal concesión, nada más.

- ¿Las expectativas de quién?

- Las mías. Cuando creo que estoy avanzado, aparece algo que vuelve a ponerme los planes del revés. Como con Gisela, por ejemplo. No puedo darle lo que me pide porque no se puede tirar de donde no se siente nada, pero siento que tampoco estoy haciendo lo correcto –hizo una pausa y se mordisqueó ligeramente la comisura del labio inferior, pensativo-. Me asusta, ¿sabes? Si no soy capaz de hacerlo bien con lo de Gisela, que es uno de los pocos asuntos que consideraba plenamente superados, ¿qué voy a hacer con mi abuelo?

- Improvisar –me miró como si me hubiese vuelto loca y me reí-. No pongas esa cara. Tú mismo lo has dicho: la vida te está dando una segunda oportunidad. Deja de comerte la cabeza constantemente con lo que pasará y aprovéchala bien. Si te esfuerzas por disfrutarla la habrás merecido de verdad.

- ¿Y si no sale bien?

- Pues vendrán otras nuevas. Y no pasa nada. Pero te recomiendo que empieces a espabilar –bromeé-. Yo concedo muchas oportunidades, pero la vida no siempre es así de maja.

- Mientras tú te quedes en ella, estoy seguro de que lo será.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora