64. Qué bonita la vida (Dani Martín)

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MARÍA

Creo que toda persona que haya pasado por el estrés que supone la selectividad (o cualquier otro examen cuyo sobrenombre venga acompañado de la frase "jugarse el futuro"), estará de acuerdo conmigo en que, cuando sales de allí, conoces realmente el significado de la palabra liberación, independientemente de la impresión que tengas acerca de los futuros resultados.

No lo concebí como un evento traumático. A día de hoy, en algún rincón perdido de la galería de mi teléfono, sigo conservando fotos de mis amigas rodeadas de cientos de folios, sentadas en las mesas de la cafetería o en el propio pasillo, apurando los últimos nervios antes de entrar al examen siguiente. No las miro con añoranza, pero tampoco con rechazo. Simplemente como una experiencia que, lejos de cumplir las falsas premoniciones de hundirme, me dio impulso para seguir trazando el camino que tenía previsto.

Mi primera impresión al cruzar la puerta al terminar fue rara. Había sabido controlar bien los nervios y, en general, tenía expectativas bastante positivas en cuanto a cómo había sabido desenvolverme, pero no podía evitar notarme un poco inquieta. La pregunta que Guille me había hecho durante la fiesta en el albergue no tardó en abrirse paso para volver a cobrar vida de nuevo en mi mente. Ahora que todo había pasado, después de tantos años preparándome para ello, ¿qué se suponía que tenía que hacer?

- Vivir –respondió mi padre cuando lancé la pregunta al aire en el interior de nuestro coche-. ¿Qué otra cosa si no? Has trabajado como nadie, estás a punto de cumplir 18 años y tienes una vida asombrosa por delante. No apures el viaje. Relájate y disfruta de las vistas.

Sonreí a modo de respuesta y subí un poco el volumen de la radio antes de cerrar los ojos y dejarme caer hacia atrás en el asiento del copiloto.

Vivir.

Qué verbo tan bonito y que poquita importancia le damos cuando lo confundimos con sobrevivir.

Medité brevemente sobre ello durante el trayecto, consciente de que, seguramente, la diferencia entre aquellas dos palabras comenzaría a hacerse un poquito más notoria tras lo que estaba a punto de suceder. Papá aún no lo sabía, pero su percepción sobre la vida estaba a punto de dar un giro tan drástico como el que había dado la mía cuando me enteré de que mi hermano iba a ser padre.

Fuimos los primeros en llegar al restaurante que Miguel había elegido para revelar la noticia. Mi hermano lo hizo apenas unos minutos después, acompañado por una chica bajita y de pelo corto a la cuál identifiqué como Tatiana. Me incorporé para presentarme con dos besos rápidos y una sonrisa amable antes de saludar a mi hermano con un fuerte abrazo.

Mientras esperábamos a mamá, que se había retrasado un poco al venir directa desde el trabajo, no pude evitar analizar a la recién llegada sutilmente con la mirada. Mis ojos volaron directos hacia su vientre, que apenas se dejaba entrever debido a la sudadera ancha que había elegido para la ocasión, no sabía si a propósito o sin querer. Lejos de lo que esperaba en un primer momento, no parecía demasiado nerviosa. O, al menos, sabía disimularlo bastante bien. Respondió a las preguntas que mi padre lanzaba para romper el hielo con total normalidad, como si no estuviese a punto de contarle que iba a ser abuelo en escasos minutos, y no dudó en interesarse por cómo me había ido a mí con selectividad.

Quien sí estaba tenso era mi hermano, cuya expresión se ensombreció todavía más al ver entrar a mamá por la puerta.

- Perdonad la tardanza. No encontraba sitio para aparcar y... -se calló de golpe al cruzar miradas con Tatiana, que esbozó una sonrisa tímida-. Tú debes de ser Tatiana. ¡Qué ganas tenía de conocerte! Soy Manuela, encantada.

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