88. Con sólo una sonrisa (Melendi)

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MARÍA

Lejos de lo que hubiese podido imaginarme, mi relación con David permaneció imperturbable pese a los sucesos de la noche del viernes. A nuestra rutina se incorporaron los besos, la necesidad del contacto físico constante y las noches compartiendo colchón y abrazos nocturnos, pero nada cambió realmente en lo que respecta a debajo de la piel.

Tenía la sensación de que aquella escapada estaba haciéndonos realmente felices a ambos, así que me apeteció tener un detalle con él para intentar compensárselo de alguna forma. La tarde después de habernos encontrado a Cachorro en el jardín, le pedí que fuese a colgar carteles por el pueblo mientras yo preguntaba por algunas casas de la zona. Él cumplió su parte, por supuesto, pero yo apenas hice acto de presencia en un par de puertas antes de volver para cumplir mi verdadero propósito.

Una de las ventanas de la buhardilla daba acceso a un amplio tejadillo que, según David, era lo bastante resistente como para soportar el peso de unas tres personas. Quizás lo más lógico hubiese sido cuestionarme dicho supuesto al tener en cuenta que esas tres personas de las que él hablaba no habían sido más que niños jugando a poner los pies en las tejas a espaldas de sus padres, pero no tenía demasiado tiempo para pensar algo mejor. Coloqué como base unos cuantos cojines y un par de mantas que encontré en el salón y saqué algunos cuencos con comida para picotear. No era la sorpresa más asombrosa del mundo, pero no había nada que se me apeteciese más que pasar una noche juntos bajo la luz de las estrellas de verano.

David llegó justo cuando intentaba sacar mi nulo intento de pizza casera del horno y me sostuvo la bandeja sin rechistar cuando lo conduje escaleras arriba intentando taparle los ojos, tal y como él había hecho el día de mi cumpleaños (aunque con un buen puñado de centímetros menos).

- ¡Tachán! –exclamé satisfecha al mostrarle nuestro refugio para pasar la noche.

Él dejó la bandeja junto a la repisa de la ventana antes de asomarse a ella para observarlo todo con una sonrisa.

- ¿Qué es todo esto?

- El escenario de la mejor noche de tu vida –su silencio me hizo perder la seguridad durante unos segundos antes de atreverme a preguntar-: ¿Te gusta?

La rapidez con la que suprimió la distancia entre nuestros labios fue respuesta más que suficiente.

- Me encanta –susurró-. Esto y tu capacidad de hacer de las cosas más simples algo completamente extraordinario.

Disimulé el rubor de mis mejillas colándome a través de la ventana abierta y ocupando mi sitio entre dos cojines. David no tardó en seguirme, dejando la pizza caliente entre nosotros. Cenamos en silencio observando el tintineo que la luz de las estrellas dibujaba sobre la oscuridad del mar, que se alzaba ante nosotros, imponente.

- Me pone un poco nerviosa verlo tan oscuro –comenté.

- ¿Talasofobia?

- No creo que llegue a tanto. Creo que tiene más que ver con mi miedo a la oscuridad que con lo que pueda haber o no debajo.

- A mí sí que me da un poco de angustia –confesó-, pero trato de no pensar demasiado en ello porque no quiero que el miedo me prive del placer que supone darse un baño en playas como las de Lipto.

- Es curioso –reflexioné sorprendida-, tengo la sensación de que conozco la mayor parte de tus traumas, pero no tengo ni idea de cosas tan triviales como que te asusta el mar.

- Eso tiene fácil solución –respondió acomodándose sobre los cojines-. Soy un libro abierto para ti. Pregúntame algo básico. Lo que quieras.

- Si fueses un animal, ¿cuál serías?

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