60. Me equivocaría otra vez (Fito y Fitipaldis)

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MARÍA

Tuve la decencia de enviarle un mensaje a Itzan al día siguiente para saber cómo estaba. Cada día que pasaba, el hueco que me había dejado su herida cicatrizaba un poquito más, pero seguía siendo alguien importante para mí. Lo menos que podía hacer era preocuparme.

No intercambiamos más que unos pocos mensajes cordiales, donde me informó de que se trataba de una fractura de húmero. No era demasiado grave, pero le haría perderse lo que quedaba de temporada. Era plenamente consciente de que el fútbol era su vida entera, así que no me costó deducir por sus palabras que aquel hecho le había dolido infinitamente más que el propio hombro.

Fuera de esa efímera conversación, no dediqué mucho más tiempo a acordarme de Itzan durante los siguientes días. Ese mismo lunes comencé a organizarme para empezar a estudiar todo el temario de selectividad, lo que me obligó a tener la cabeza ocupada.

Había conseguido la matrícula de honor en bachillerato y llevaba una media muy alta, pero no quería confiarme. No tenía otra prioridad en mi vida que no fuese entrar en Enfermería. Apenas salía de casa y, si lo hacía, era porque mis neuronas se ponían en huelga, exigiendo un respiro para poder seguir memorizando todo lo que tenían por delante.

En muchos de esos momentos de descanso, subía a charlar con David para que me enseñase alguna canción nueva y me dejase robarle las tabletas de chocolate que tenía escondidas en uno de los armarios de la sala de música. Era un momento de desconexión para ambos, siempre hablando de todo y de nada a la vez.

- ¿Te das cuenta de lo sencilla que sería la selectividad si no existiese la presión? –preguntó una tarde cualquiera.

- Prometimos que no hablaríamos de nada relacionado con...

- Lo sé, lo sé –me cortó-. Lo siento. Me interesa saber cómo lo estás llevando. Cuando yo estaba en tu sitio, me gustaba que la gente de la universidad viniese a tranquilizarme diciéndome que no era para tanto.

- A mí eso no me funciona –objeté-. Todas las montañas parecen pequeñas desde la distancia. No ves el tamaño real hasta que te encuentras a sus pies, a punto de escalarla.

- ¿Tienes miedo?

- No. Creo.

- Ese creo no suena muy convincente –sonrió-. Te lo digo de verdad, guindillita. Lo jodido de selectividad es la puta mochila de presión que te ponen a la espalda. Es muy importante, pero si no sale bien el mundo no se termina. ¿Qué es lo peor que puede pasarte?

- No entrar en Enfermería.

- Vale, ¿y? –chasqueó la lengua al ver que no respondía-. ¿Qué harías si eso sucediese?

Mi mente se quedó completamente en blanco, como si realmente nunca me hubiese planteado esa posibilidad.

- No lo sé –confesé.

- ¿No tienes más opciones?

Negué con la cabeza. No recordaba el momento en el que había decidido ser enfermera. Ni siquiera estaba demasiado segura de qué me había empujado a hacerlo.

- Tienes que tener mucha vocación, entonces. Eso está muy bien.

- Supongo –respondí encogiéndome de hombros.

- ¿Y de dónde te viene?

- No estoy muy segura. Supongo que lleva tanto tiempo dentro de mi esquema mental que ya no soy capaz de recordarlo.

- Pero tendrás que por qué quieres dedicarte a ello el resto de tu vida, ¿no?

El resto de mi vida. Eso era mucho tiempo. Más de lo que nunca me había parado a imaginar.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora