99. Every time you go away (Paul Young)

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DAVID

No voy a mentir. Ralenticé todo lo que pude mi salida del edificio con la esperanza de que María apareciese de un momento a otro para impedir que me marchara. No lo hizo, por supuesto. La vida real no funcionaba igual que las comedias románticas que ella leía y lo más probable es que ni siquiera hubiese visto aún el regalo que le había dejado en el buzón.

Apenas pegué ojo durante la noche anterior debatiéndome en si debía ir o no a despedirme. Por un lado, el pequeño rincón de mi mente que escapaba al dominio de la conciencia me decía que hacerla conocedora de la decisión que había tomado realmente la haría sentir orgullosa. Sin embargo, era consciente de que aquel no era el único motivo por el que todo se había estropeado. La había engañado durante demasiado tiempo. Y la decepción provocada por una mentira tan dolorosa era difícil de superar.

El camino hasta el aeropuerto fue extraño. Mi padre no había vuelto a dirigirme la palabra desde el día anterior, por lo que conducía con el semblante serio y la visión completamente fijada en la carretera, casi sin parpadear. Si por él hubiese sido, lo más seguro es que ni siquiera se hubiera dignado a venir, pero supuse que mi madre habría intercedido por una vez en su vida.

- Te echaré de menos, cariño, pero nos veremos de nuevo en Navidad.

Era todo lo que me había dicho en lo que se refiere a mi marcha. Ni un comentario acerca de mi nuevo proyecto de futuro, ni una pedida de explicaciones..., nada. Como siempre.

En la parte de atrás me acompañaba Carla. Siendo realistas, su presencia en aquel coche parecía la única diferencia con respecto al viaje que había hecho meses atrás en sentido opuesto, cuando volvía a casa. Me reforzaba el tenerla cerca en un momento como aquel, aunque evitaba cruzarme con su mirada. Era la misma que me había dirigido cuando, antes de subir al coche, me giré con desánimo para echar un último vistazo al portal. No le había dicho lo que había pasado, pero podía imaginar lo que intuía. Y no había cosa que más pudiese terminar de hundirme en aquel momento que tener que decirle que estaba en lo cierto.

Cuando llegamos, insistí para que me dejasen en el aparcamiento y pudiese entrar en el propio aeropuerto yo solo. Mi hermana y mi madre trataron de negarse, pero mi padre apoyó mi petición alegando que era mi decisión. No me dolió ser consciente de que lo hacía para quitarme de su vista lo antes posible, porque en cierta medida sentía lo mismo que él. Ya no huía de nada y me marchaba para cumplir mi sueño, pero eso no quitaba que aquella despedida doliese tanto o más que la anterior. Si ya bastante costaba dejar atrás el nuevo mundo que había descubierto, hacerlo en presencia de mi padre lo volvía todavía más insoportable.

La despedida fue breve, aunque más intensa de lo que esperaba. Cuando mi madre rompió a llorar al abrazarme, la sorpresa me empujó a desahogarme haciendo exactamente lo mismo. No sabía por qué lloraba ella. Mi sentido de la razón me decía que por pena ante la marcha de su hijo. Mi ilusión deseaba que fuese por orgullo ante la decisión que había tomado. Y, sin embargo, el argumento que pesaba con más fuerza era el aportado por mi intuición: llorar de impotencia por no haber ejercido nunca el papel defensor que uno siempre hubiera esperado de su madre.

Carla no lloró, pese a estar convencido de que, junto al abuelo, era la única persona de la familia a la que realmente le importaba mi marcha. Se mostraba contenida y flaqueé un poco al comprender que estaba tratando de hacerse la fuerte para hacer de aquella despedida algo un trago más fácil de sobrellevar. En algún momento perdido entre mi llegada meses atrás y aquel instante, se había convertido en una hermana pequeña mayor. No podía sentirme más orgulloso y agradecido por ello.

Mi padre se despidió con un apretón de manos demasiado formal para lo que debería ser un vínculo entre progenitor e hijo, pero era hora de aceptar que, mientras no fuese capaz de disociar sus propios intereses de los de sus seres queridos, el nuestro nunca sería un lazo típico. Supe por su expresión que estaba tratando de encontrar algo que decir, pero decidí intervenir en un último intento de supervivencia:

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora