45. 1932 (La Maravillosa Orquesta del Alcohol)

16 5 0
                                    

DAVID

Apenas pude dormir durante las noches previas al miércoles. Decir que pensé en morirme de un ataque de nervios sería faltar al respeto a la realidad por escasez. María y Scarlett conseguían levantarme la moral de vez en cuando, pero no podía engañar a nadie. Estaba aterrorizado.

Era consciente de que aquel no iba a ser el primer reencuentro. Habíamos vuelto a vernos por primera vez en el funeral de la abuela, pero no podía considerarlo como un encuentro real al no haber intercambiado más que unas pocas palabras de consuelo mutuo. Cuando fui a saludarlo con Carla al llegar, apenas pude reconocerle. Sí, estaba presente, pero una parte de él se había ido para siempre y la que quedaba no estaba lo suficientemente entera como para hacer algo más que acto de presencia.

Mamá insistió para que se quedase unos días con nosotros, pero él ya había cogido un vuelo para esa misma noche. No se veía capaz de volver a casa sin la abuela durante las primeras semanas, así que optó por marcharse al apartamento de Londres con su hermano. Lo de huir cuanto más lejos mejor parecía genético.

Carla vino a buscarme a mi cuarto unos minutos después de que nuestros padres hubiesen salido hacia el aeropuerto con la excusa de ir preparando la mesa para facilitarle trabajo a Juana, quién aceptó agradecida.

Mi hermana estaba más callada de lo normal. Me había pasado los dos últimos días prácticamente atrincherado en mi habitación, por lo que no habíamos hablado demasiado tras el encuentro del sábado con Gisela y temía que estuviese molesta por ello.

- ¿Qué tal está yendo la semana, enana? –pregunté para romper el hielo.

- Bien –respondió seca-. ¿Y la tuya? Parece que vives en una cueva.

- Un poco. Tengo mucho trabajo con la universidad y... -puso los ojos en blanco y me detuve-. ¿Qué pasa? ¿Por qué pones esa cara?

- No me gusta que me mientan, David, y mucho menos que lo hagas tú –se me cayeron un par de tenedores y la miré fijamente, sin entender nada-. Sé que lo haces para protegerme, pero estoy mucho mejor y ya no soy una niña pequeña. No lo voy a pasar bien viéndote mal, por supuesto, pero no significa que vaya a afectar directamente a mi propio duelo. Me duele más ver que no eres capaz de contármelo. "Ey, Carla, no voy a salir de la habitación esta semana porque estoy completamente aterrorizado ante la idea de volver a ver al abuelo" –percibió mi expresión desencajada y aflojó el tono, sonriendo-. ¿De verdad pensabas que no iba a darme cuenta de lo asustado que estás?

- Y yo que pensaba que sabía disimular –respondí intentando quitar hierro al asunto.

Carla negó con la cabeza y se acercó un poco, aun sonriendo.

- ¿Qué es lo que tanto te preocupa? –preguntó con cautela-. No tienes ningún problema con él, ¿no?

- El día del entierro fue la primera vez que nos vimos desde que me marché a Nueva York –contesté-. No hemos hablado todavía de lo que pasó y, aunque creo que puedo imaginármela, no sé si estoy preparado para oírle verbalizar su opinión al respecto.

Carla tardó más de lo que me esperaba en responder. Me mordí la lengua, arrepentido por sacar el tema de mi marcha, porque seguía sin estar seguro de la versión que conocía mi hermana. Nunca quise condicionar su relación con nuestros padres ni su visión acerca de nuestra familia, así que nunca llegué a confesarle el auténtico motivo. Sin embargo, sabía que no era tonta y que, aunque no tenía constancia de todos los detalles, sí era capaz de reconocer el papel protagonista de nuestro padre en aquella historia.

- Creo que la única persona que podría sacar el tema durante la cena eres tú –contestó-. Ya ves que ni los papás ni yo lo hemos hecho desde que llegaste. El abuelo sabe que te fuiste por culpa de papá y que echarle un vistazo a esa vieja herida no haría otra cosa que iniciar un conflicto. Es lo último que necesita, ¿no crees?

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora