MARÍA
Cuando era pequeña, mi tía nos prohibió a mis primos y a mí acercarnos a la cabaña del sendero que había tras su jardín. Javi y Andrea, que eran bastante más tercos que yo a la hora de acatar ese tipo de decisiones, hicieron caso omiso a las advertencias y acabaron convenciéndome para seguir yendo allí con frecuencia. Una tarde de invierno, cuando ya estaba demasiado oscuro para jugar fuera, mi tía salió a buscarnos y nos pilló con las manos en la masa. Lo más predecible hubiese sido echarnos la bronca, pero nos cogió a los tres por la mano y nos sacó de allí lo más rápido que pudo. Apenas una hora después, la cabaña se vino abajo.
Habíamos visto las grietas de sus paredes cientos de veces, pero seguíamos fingiendo que no existían. Nadie las había arreglado nunca, simplemente habían ido acumulándose con el tiempo y no habían impedido que la cabaña siguiese en pie, así que no nos parecieron importantes. Otros lo solucionarían por nosotros.
Sin embargo, hubo una última grieta, la que provocó Javi con su balón aquella tarde, que consiguió tumbar la cabaña. Quizás, si hubiese salido un mes antes, con diez fisuras menos, no hubiese pasado nada. Pero pasó. Años más tarde, recordando la anécdota con mis primos, comprendimos que no había sido la grieta de Javi. Habían sido las cincuenta anteriores que, por unas razones o por otras, nadie se había atrevido a arreglar.
...
El día que mi grupo de amigos vio nacer su primera grieta coincidió con el decimoctavo cumpleaños de Ámbar. Guille y Blanca la vieron venir de lejos cuando, unos días antes de la fiesta sorpresa que habíamos estado organizando durante las últimas semanas, quedamos los tres solos para terminar los últimos preparativos.
- ¿Creéis que las cosas están bien? –preguntó Blanca atando una de las guirnaldas.
Guille y yo intercambiamos una efímera mirada de preocupación. Para que Blanca dudase acerca de si algo iba bien o no, teníamos que estar al borde del apocalipsis.
- ¿A qué te refieres? –sabía la respuesta, pero quería escucharla salir de los labios de Miss Paz Mundial.
- A nosotros. No a vosotros y a mí –matizó señalándonos-, sino a nosotros como concepto grupal –Guille, la persona más lenta que conozco para captar cualquier tipo de indirecta, levantó una ceja en señal de interrogación-. ¡Jolín! ¡Al grupo de amigos! ¿Vosotros veis las cosas bien?
- Aunque se ignora, creo que todo el mundo conoce mi opinión al respecto –respondí encogiéndome de hombros.
Ninguno de los dos respondió. Todo el mundo seguía empeñado en nuestra reconciliación. Todos menos Blanca y Guille. Me conocían lo suficientemente bien como para saber que existía una razón de peso para que yo hubiese tirado la toalla. Una razón que, por motivos aún desconocidos para ellos, no estaba preparada para ver la luz. Por eso habían dejado de insistir y optaban ahora por el silencio, dejándome espacio y tiempo suficiente hasta estar preparada para enseñar la espina que tenía clavada bajo las capas de indiferencia.
- Lo que me preocupa, Meri –murmuró al cabo de un tiempo-, es que a veces tengo la sensación de que tu opinión es la misma que la de la mayoría, pero nadie se atreve a pronunciarla.
- ¿Nadie se atreve o simplemente resulta mucho más cómodo hacerlo delante de un grupo más reducido de personas? –contestó Guille-. Pecamos mucho de eso. "Somos demasiados. No todo el mundo va a tener la misma opinión que yo. Voy a refugiarme entre las cuatro personas que sí la comparten y hacer pequeñas montañitas de mierda escondida". Nos pasó con lo de Ámbar y Úrsula y con cada conflicto que se nos ha puesto por delante. Estamos acostumbrados a convivir con ello. Lo que te está pasando, Blanca, cielo, es que está empezando a haber más montañitas de mierda de las que estamos entrenados para ignorar. Porque sí, la estrategia es muy buena, hasta que se sobrepasa el límite y el marrón acaba asomando por algún sitio.
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El momento perfecto
RomanceDavid Palacios ve tambalear de nuevo su mundo cuando, dos años después de su marcha, se ve obligado a regresar al lugar al que juró que nunca volvería. ... María Gayoso ha nacido para escribir. Sin embargo, una mudanza obligada la capultará a una s...