18. Girls just want to have fun (Cyndi Lauper)

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MARÍA

La adolescencia es una etapa generalmente intensa de por sí, pero cuando te aproximas a sus últimos años, esa potencia enérgica con la que ves todo lo que sucede a tu alrededor se multiplica. Comienzas a darte cuenta de que, más pronto de lo que imaginas, dejarás de ver a tus amigos todos los días, los botellones y las salidas nocturnas serán sustituidos por largas veladas de trabajo y estudio y el nido de papá y mamá se abrirá para empujarte a un mundo lleno de obligaciones y responsabilidades. La presión a la que estás sometido tanto académica como moralmente es agotadora, y a menudo te hace olvidar lo verdaderamente importante: debes disfrutar el presente al máximo porque esa etapa jamás volverá.

Supongo que no somos más que eso, recuerdos y experiencias que vamos dejando atrás con el paso de los años y que dan sentido al lugar que ocupamos en el mundo a día de hoy. No hay nada peor que pasarte la vida planificando un futuro incierto sin dejar un buen pasado que recordar.

La mayor parte de mis amigos estaban deseando marcharse lo antes posible a estudiar fuera. A mí me aterraba. Así que cada uno tenía dentro de sí su propia motivación para aprovechar el momento al máximo. Unos queríamos exprimirlo y quedarnos a vivir en aquella remembranza eterna; otros pretendían gastarlo cuanto antes para ver si el tiempo conseguía volar un poco más deprisa.

Mi grupo estaba especialmente entusiasmado aquella noche. Los exámenes parecían habernos dado una pequeña tregua durante aquella semana y nuestro último Carnaval preuniversitario no podía ser más ilusionante. Era la noche perfecta para liberar un poco de adrenalina y desconectar por completo de todas las responsabilidades y problemas que nos atormentaban, ya fuesen de tipo académico, familiar o social.

Éramos un grupo muy extenso y habíamos dividido nuestros disfraces en diferentes categorías: cuatro dálmatas, dos ninfas, una vaquera, tres ratitas y nosotros, las fichas del parchís. No teníamos trajes demasiado elaborados, pero sí muy poco sentido del ridículo y muchas ganas de pasárnoslo bien, que era lo que importaba.

Como cada Carnaval, El Arce estaba hasta arriba de gente. Mis padres no habían abierto la puerta del local hasta las ocho y nosotras nos habíamos acercado a primera hora para poder asegurarnos un sitio más o menos decente. Después de los correspondientes saludos con mi familia, conseguimos acomodarnos en nuestra mesa habitual y dejamos allí nuestras cosas para ponernos de pie y acercarnos hasta la barra. La multitud no tardó en llegar y amontonarse a nuestro alrededor. Si no estabas acostumbrado a ir por allí, podía llegar a resultar un poco asfixiante, pero a nosotros no nos importó demasiado. Mis amigas no tardaron en ponerse lo suficientemente a tono como para dejar de notar si se encontraban muy apretadas o no, y yo simplemente intenté evadirme de todo dejándome llevar por el ritmo de la música.

- ¡Cada día me cuesta más entender a la gente borracha! –gritó Guille agachándose para pegarse a mi oreja.

Me reí bajito y le di un pequeño trago a mi cerveza. Probablemente aquella era la única bebida alcohólica que iba a probar en toda la noche. Ni Guille ni yo solíamos beber cuando salíamos de fiesta. Al principio, cuando empezamos a salir, solíamos ser un poco el centro de las miradas de todo el mundo. A día de hoy sigo sin entender por qué la gente cree que no puedes pasártelo bien sin emborracharte. Los sucesos siguen siendo los mismos, con la única diferencia de que, si no te pasas con el alcohol, tú sí podrás recordarlos con nitidez a la mañana siguiente. A mí me parecía una auténtica proeza no haberme emborrachado ni una sola vez a mis, por entonces, casi dieciocho años de edad. Y no lo digo por pretender que se me tome como un ejemplo a seguir, (no hay una edad determinada para nada en la vida), sino porque había sido capaz de sortear siempre todos los ofrecimientos y comentarios que me habían hecho por ello. Siempre me ha parecido terrible que cientos de adolescentes en todo el mundo se sientan obligados a hacer cosas que a veces no les apetecen en absoluto simplemente por el miedo a no encajar, al qué dirán, a vernos menos queridos o respetados por nuestro grupo de amigos. Deberían educarnos para sentirnos libres de tomar nuestras propias decisiones cuando nos sintamos preparados para ello, no para ser una marioneta más en este tóxico mundo de apariencias.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora