70. Como si fueras a morir mañana (Leiva)

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MARÍA

Miguel y Tatiana vinieron a cenar esa misma noche para celebrar mi nota de selectividad. Todavía no había hablado con mis padres acerca de qué iba a hacer realmente con mi futuro y quizás hubiese preferido mantener esa conversación en un ambiente un poco más privado, pero venían con la mejor de las intenciones y no iba a ser yo quien rechazase su visita.

- ¡Enhorabuena! –Tatiana hizo amago de darme un abrazo al entrar, pero fui yo quien terminó acercándose a ella al percibir su cohibición-. Miguel siempre me había dicho que eras muy buena estudiante, pero ¿un trece? ¡Ni en mis mejores sueños!

- No es para tanto –respondí restándole importancia.

- ¡Claro que sí! ¡Tiene muchísimo mérito!

- Si se lo repites demasiado, se le subirá la fama a la cabeza.

El comentario de mi hermano me hizo fruncir el ceño.

- No soy yo la que va presumiendo por ahí de tener una buena estudiante en la familia... -comenté.

- Ya presumes de tener el hermano más guapo del planeta. ¿Necesitas más?

Se libró de mi puntapié revolviéndome el flequillo y estrechándome contra él para regalarme un "Felicidades" susurrado contra mi oído.

- Estoy orgulloso de ti. Sabía que lo conseguirías.

Fue una noche bonita. Ser consciente de la velocidad a la que el tiempo avanza siempre me había dado escalofríos. Ahora, después de la tormenta de cambios que había sufrido durante los últimos días, me hacía valorar aún más la belleza de lo cotidiano. Disfruté de aquella cena en familia como lo haría una niña de una tarde de juegos. El resultado de selectividad había sido la excusa perfecta, pero la realidad es que teníamos mucho más que celebrar de lo que pensábamos. Miguel se había enamorado, acabábamos de recibir con los brazos abiertos a un nuevo miembro de la familia (en apenas unos meses, uno más se uniría a la lista), mis padres disfrutaban de ver a sus dos hijos sonreír juntos de nuevo y yo..., yo estaba a punto de dar un paso hacia adelante en la lucha por ser quién realmente quería.

- Tengo que contaros algo.

Miguel y yo nos miramos sorprendidos al pronunciar las mismas palabras de forma simultánea.

- ¿Lo teníais preparado? –preguntó papá entre risas-. Porque os ha quedado de película.

Negué con la cabeza, contagiándome de su carcajada, y le hice un gesto a mi hermano para que diese el primer paso. Lo más probable era que se tratase de una noticia relacionada con el bebé (¿el sexo?, ¿el nombre?), así que mi futura carrera podría hacerse esperar unos minutos más.

- ¿Tenéis algo que hacer el 12 de agosto?

Parecía una pregunta inofensiva, pero al ver cómo Tatiana le agarraba la mano por encima de la mesa, deduje que se trataba de algo importante.

- ¿Qué día de la semana es? –preguntó mamá.

- Viernes.

- Un día de trabajo normal, me imagino –respondió papá encogiéndose de hombros-. ¿Por qué?

Fue Tatiana quién contuvo un suspiro antes de contestar:

- Hemos reservado en el restaurante de las afueras del pueblo para celebrar una ceremonia pequeñita. ¡Algo muy íntimo! Con los familiares más cercanos y unos pocos amigos en común.

Tuve que darle un par de golpecitos en la espalda a papá cuando se atragantó con el vino.

- ¿Vais a casaros?

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