27. Volverá (El Canto del Loco)

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DAVID

El martes por la tarde, aprovechando el festivo, había partido amistoso en el estadio municipal. No sabía qué rendimiento tendrían mis amigos después de la noche anterior, pero no había fallado a un encuentro desde que habíamos retomado la relación y aquella no iba a ser una excepción.

El estadio estaba más vacío de lo habitual. Seguramente mucha gente se habría marchado de puente aprovechando el parón escolar. No los culpaba. Mi familia habría hecho lo mismo si mi padre no tuviese compromisos en el pueblo aquellos días.

Perdimos por cuatro goles de diferencia. No era un partido demasiado importante, pero el equipo estaba alejándose progresivamente de la buena dinámica a la que había estado acostumbrado durante varios años. Tino y Román ya me lo habían comentado hacía unas pocas semanas.

- Quique dice que el problema es la falta de compromiso –explicaba Tino mientras nos bebíamos unas cervezas en la terraza de la hamburguesería-, pero no podemos dar más. El fútbol es mi vida, pero la universidad es mi futuro. No podemos estar en dos sitios al mismo tiempo y es inevitable tener que priorizar.

Vinieron a saludarme antes de meterse en el túnel de vestuarios, como siempre.

- ¿Os espero para tomar algo? –pregunté después de comentar un poco por encima el partido.

- Hoy no podemos, tío –respondió Román con gesto cansado-. Tenemos cena de equipo y mañana salimos temprano hacia la ciudad. No te parece mal, ¿verdad?

- No, no, tranquilos. Ya quedaremos otro día.

- Me parece bien –contestó Tino cruzándose de brazos-. Tendrás que contarnos dónde narices te metiste ayer.

- Me fui –respondí algo seco-. No me pusisteis en una situación demasiado cómoda y necesitaba mi espacio.

Un tenso silencio se instaló entre nosotros y ninguno de los dos fue capaz de mantenerme la mirada.

- ¡Tino, Román! –la voz de Quique llegó hasta nuestros oídos desde la entrada al túnel de vestuarios-. ¡Adentro! ¡Ya!

- Tenemos que irnos –dijo Román-. Pero hablaremos de esto en cuanto podamos, en serio. No era nuestra intención...

- ¡¿Es que no me habéis oído?! ¿Qué estáis haciendo ahí?

Quique, que caminaba ya por el medio del campo con la intención de venir a buscarlos, se detuvo de pronto al verme. Achinó los ojos con los pies firmes sobre el césped, y me examinó con detenimiento, sin decir nada, como si estuviese intentando asegurarse de que me había reconocido.

- Hola, Quique –saludé para destensar la situación-. Cuánto tiempo.

- ¡David, hijo! –se acercó a nosotros dando saltitos y me envolvió con sus brazos regordetes para estrecharme en un fuerte abrazo-. ¡No sabes cuánto me alegro de verte!

- Yo también. Mucho –respondí sincero.

- ¿Estás por aquí de pasada? ¿O vas a quedarte un tiempo?

- Me quedaré una temporada, según lo previsto.

- ¿Y tienes algo que hacer hoy? Podrías venirte con nosotros a la cena de equipo. No hay mucha gente nueva, seguro que todos se alegran de verte.

Intenté rechazar la propuesta, pero no pude resistirme. Las miradas de súplica de Tino y Román se aliaron instintivamente con la expresión ilusionada de Quique, que esperaba mi respuesta con ojos brillantes.

- Supongo que podría..., pero no hasta muy tarde.

- ¡Perfecto! Saldremos de aquí sobre las ocho y media. Si quieres, quedamos en la entrada y bajamos todos juntos.

Asentí, porque ya no tenía escapatoria, y me despedí alegando que me iba a casa a darme una ducha rápida y cambiarme de ropa. No había nadie cuando llegué, así que dejé una nota sobre el mueble del recibidor avisando de que cenaría fuera. Después, cumplí lo prometido y, tras ponerme un jersey ajustado y unos vaqueros cómodos, volví caminando con paso lento al campo de fútbol.

Había visto a algunos de los chicos la noche anterior, pero la mayoría pareció sorprenderse bastante con mi llegada. Recibí abrazos sinceros por parte de los veteranos y apretones por parte de los nuevos. Durante el desfile de presentaciones y reencuentros, Quique volvió a sacar el tema de aquel famoso gol que metí en la semifinal de la copa regional y Román y Tino casi se cayeron para atrás de la risa.

Cuando llegó el turno de Itzan, intenté disimular todo lo bien que pude la tensión que se me acumulaba detrás de los ojos. Cada destello de la sonrisa irónica que llevaba siempre dibujada en la cara me traía la imagen de los ojos vidriosos de María, de su lamento, de las lágrimas de rabia que se había tragado al relatarme su historia para intentar mantener en pie su orgullo. Me lo imaginé riéndose de ella con una chica a la que no puse cara, probablemente aquella tal Salma, y quise borrarle aquella chulería de un plumazo. Pero, obviamente, ni era el momento ni la situación iba realmente conmigo, así que me mordí la lengua hasta casi hacerme sangre y escuché lo poco que tenía que decirme con más atención incluso de la que merecía.

Al llegar al restaurante, no tuve demasiada suerte a la hora de elegir dónde sentarme. Itzan se colocó justo enfrente de mí, al lado de un Quique que no paraba de hacerme preguntas. Román, sentado a mi izquierda, miraba por detrás de mi espalda a Tino a medida que iba avanzando la conversación, como si de verdad estuviesen disfrutando el verme allí, otra vez de vuelta en la que había sido mi casa durante tantos años.

- ¿Juegas en algún equipo allí en Nueva York? –preguntó Quique.

- No, pero no porque haya dejado de gustarme –aclaré-. La universidad no me deja mucho tiempo.

- ¿Ni siquiera para salir de fiesta? Tiene que ser increíble. Seguro que le tienes el ojo echado a alguna neoyorquina...

Tanto Tino como Román intentaron no darle importancia al comentario de Itzan, pero no pudieron evitar mirarme de reojo con cierto interés.

- No te creas.

- ¡Venga ya! ¿Dos años allí y no te has fijado en ninguna? En comparación con un pueblo como este, aquello tiene que ser el paraíso.

- No creo que las chicas de un pueblo como este –recalqué entre dientes-, tengan nada que envidiarle a las de Nueva York.

Se encogió de hombros con indiferencia y se sirvió un poco de una de las tortillas que acababan de servirnos, como si el tema no fuese con él.

- ¿No echas de menos el fútbol, David? –Quique parecía ansioso por retomar de nuevo la conversación.

- Sí, claro. Me lo pasaba muy bien.

Mi antiguo entrenador aprovechó el instante de silencio que se había formado en la mesa para realizar su proposición:

- ¿Y por qué no vuelves a jugar con nosotros? Nos haría mucha ilusión.

Román se atragantó, Tino abrió los ojos como platos, Itzan detuvo el movimiento del cuchillo sobre la tortilla y otros quince pares de ojos se volvieron de golpe hacia mí, expectantes.

- No puede inscribirse a un jugador nuevo a estas alturas de la competición, ¿no? –pregunté intentando ganar tiempo.

- Tendría que consultarlo, aunque no creo que hubiese ningún tipo de problema. Los nuevos directores de la organización han cambiado algunas normas últimamente. De todas formas, en el caso de que no pudieses jugar de forma oficial, podrías venir a los entrenos, como uno más. ¿Qué me dices?

El corazón me latía tan fuerte que temí que pudiese escucharse en medio de aquel abrupto silencio.

- N-no sé qué d-decir, Quique –tartamudeé.

- Prométeme que te lo pensarás, al menos -suplicó.

- ¡Dale, tío, anímate! –exclamó alguien desde la otra punta de la mesa.

- ¡Eso, eso!

- Venga, David –insistió Itzan con tono pausado-. No tenías mal juego y nos vendrá bien algún refuerzo.

Miré a ambos lados, buscando la aprobación de Tino y Román, que asintieron repetidamente.

- Me lo pensaré. Eso sí que puedo prometértelo.

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