73. Whatever it takes (Imagine Dragons)

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DAVID

Durante mis años en la cantera del equipo, nunca fui un niño que encajase mal las derrotas. Supongo que, al estar acostumbrado a los constantes reproches de mi padre, había desarrollado cierta resistencia a la frustración cuando las cosas no salían como debían. Sin embargo, aquel día, no pude evitar arrojar la botella de agua al suelo, con rabia, al marcharnos al vestuario con dos goles en contra.

No estaba enfadado. Al menos, no con el equipo. Itzan había dejado un hueco muy grande por cubrir y, aunque yo no era malo en su posición, se notaba que la mayor parte de la plantilla estaba acostumbrada a la forma de juego que ÉL marcaba. Supongo que la decepción por no ser capaz de tirar del equipo hacia delante, habiendo sido elegido capitán, estaba empezando a hacer acto de presencia. María estaba allí. Mi familia estaba allí. MI PADRE, en mayúsculas, estaba allí. Me dolía ver que seguía esforzándome por complacerlos a todos, pero no estaba seguro de poder soportar aquella derrota.

Tino y Román me dieron un par de palmadas en la espalda cuando me senté entre ellos, ya en los bancos del vestuario, para escuchar lo que Quique tuviese que decirnos.

- Lo estás haciendo de puta madre, en serio –susurró Román-. No estamos teniendo mucha suerte.

Asentí, porque no iba a sentirme mejor rechazando sus palabras de consolación, y levanté la cabeza cuando nuestro entrenador entró en el vestuario. Se detuvo en el centro con los pies bien juntos, sin mirarnos, y se aclaró la garganta con fuerza antes de comenzar a hablar.

- No sé qué nos está pasando. Y fijaros que hablo en primera persona, porque, en un día como hoy, no me parece lógico echaros a vosotros todo el marrón –me sorprendí al ver que no elevaba la voz ni un decibelio, sino que parecía pronunciar cada palabra con más serenidad que la anterior-. Pese a las dificultades con las que llegábamos, no estamos teniendo un mal ritmo de juego. Ahora mismo, estoy convencido de que la mayor parte del público está pensando que se debe a la mala suerte o a la falta de puntería. Precisamente por eso estoy tan dolido, chicos, porque vamos a dejar escapar la ilusión de la temporada por culpa de un capricho del azar.

Entre todos nosotros se instaló un silencio que solamente Tino se atrevió a romper unos segundos después:

- ¿Qué hacemos ahora, míster?

Quique levantó la cabeza, sorprendido por la pregunta, y tragué saliva al reconocer lo que se escondía detrás de su mirada. No era el enfado ni la frustración a la que tantas veces nos había acostumbrado; era una desilusión tan aplastante como solo puede ser aquella que te sacude cuando ves escapar un sueño justo delante de tus ojos.

- No está todo perdido –me encontré hablando casi sin querer-. Aún queda la mitad del partido. Siendo optimistas, puede que incluso un poco más.

Quique pareció volver a la vida ante mi respuesta.

- Son los últimos minutos de la temporada. Lo único que os pido es que salgáis ahí y disfrutéis lo que queda. Lleváis nueve meses luchando por llegar aquí e, independientemente de lo que suceda, lo habéis conseguido. Saltad al campo y disfrutad de vuestra pasión. Una noche como la de hoy se vive una sola vez, pero se recuerda toda una vida.

Tras un par de indicaciones técnicas, salimos de nuevo al terreno de juego con las pilas recargadas. Si la realidad estaba a punto de darnos un golpe, que por lo menos nos pillase gozando de lo que más nos gustaba.

A día de hoy, sigo pensando que fue la ausencia de presión la que nos hizo resurgir. Si algo aprendí durante aquella final es que, cuando realmente disfrutas de lo que haces sin preocuparte por el resultado o las consecuencias, es cuando de verdad sacas a relucir la mejor versión de ti mismo. Y, cuando realmente eres consciente de ese poder, tal y como fuimos nosotros cuando Hugo García anotó el primer gol a nuestro favor, te vuelves prácticamente invencible.

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