MARÍA
Si ya hasta entonces los días en Lipto habían supuesto un sueño, después de aquella noche mi percepción de la realidad pasó a estar completamente eclipsada por una nube de arcoíris, unicornios y purpurina.
Si la María de catorce años hubiese podido mirar con unos prismáticos hacia el futuro, le habría dado un auténtico síncope (y a la de dieciocho también, aunque se hiciese la dura para guardar la compostura).
No fue una primera vez idílica. Tuvimos que volver a buscarnos a lo largo de muchas noches para que nuestros cuerpos fuesen conociéndose tan bien como lo hacían nuestras almas. Sin embargo, sí marcó un antes y un después en mi forma de ver y entender el sexo tal y como lo conocía hasta entonces. Con Itzan me limitaba a atender a un impulso primitivo. Buscaba complacerlo constantemente en un desesperado intento por no estropear el único vínculo que parecía unirnos. Funcionaba, sí, pero solo porque mi propio autoconvencimiento me obligaba a olvidar lo vacía que me sentía por dentro. Con David había sido...diferente. Me había sentido deseada por primera vez en toda mi vida, no sólo de forma física, sino también emocionalmente. Mis sentimientos importaban, nuestras preferencias se entendían como iguales... No llegué a ser consciente del infierno en el que había estado atrapada hasta que David me abrió de par en par las puertas del paraíso. Y, entonces, a mi alrededor sólo hubo paz.
Sobra decir que nos pasamos los siguientes días pegados como dos lapas. Ahora que por fin nos habíamos atrevido a cruzar la línea que durante tanto tiempo nos había reprimido, las horas no parecían llegarnos a nada si era el contacto de nuestras pieles lo que estaba en juego. Nunca me había sentido tan segura para mostrarme tan desnuda ante nadie; y no hablo precisamente del físico.
Las noches de intensa lluvia nos obligaban, para nuestra dicha, a quedarnos recluidos en la comodidad de la buhardilla. Subíamos a Cachorro con nosotros y cantábamos canciones frente al piano durante horas, hasta que las ganas despertaban de nuevo y sus dedos dejaban de lado las teclas del piano para recorrer mi propia piel.
Durante el día, paseábamos por la zona cuando el tiempo lo permitía y, cuando no, yo me dedicaba a escribir con las melodías de David sonando de fondo desde el otro lado de la casa.
Una noche, después de cantar juntos Stay, de Rihanna, no pude evitar emocionarme al pensar en lo mucho que habíamos evolucionado en tan solo unos meses. Juntos, de la mano. Como si fuésemos un único ente y, al mismo tiempo, como personas totalmente independientes.
- ¿Estás bien? –preguntó David cuando una lágrima traviesa se me escapó rodando mejilla abajo.
Asentí y sonreí. No por inercia, sino porque no me salía hacer otra cosa.
- La canción me ha puesto un poco sensible, eso es todo.
Se levantó de la butaca y se acercó a mí, apoyada contra el piano, para rodearme con los brazos y apretarme contra su pecho.
- Estoy muy orgullosa de nosotros –confesé.
- Te mereces estarlo –respondió recogiendo la lágrima con la yema del dedo.
- He dicho de nosotros, no solamente de mí –recalqué-. Si en febrero me hubiesen dicho todo lo que íbamos a vivir juntos durante los meses siguientes, probablemente no me lo hubiese creído.
- Puedo asegurarte que yo tampoco –rio-. Mucho menos cuando llegué, sin ambición alguna ni ganas de nada.
Me separé unos centímetros para observar su rostro con atención y mi sonrisa se ensanchó sin poder evitarlo.
- No puedo creerme lo mucho que hemos construido en tan poco tiempo. Yo estoy sacando adelante una novela y voy a dedicarme por fin a la palabra. Tú acabas de dejar atrás todos los miedos que te aprisionaban y tienes al alcance de tu mano un futuro más que prometedor en el mundo de la música. ¿No te parece increíble?
No le di tiempo a pensar una respuesta, porque mis labios se apresuraron a buscar los suyos como clara muestra de felicidad. Su lengua se enredó con la mía sin oponer resistencia alguna y en apenas unos minutos acabamos desvistiéndonos conmigo sentada sobre la tapa del piano.
- Ojalá el verano durase para siempre –susurró él para sí cuando, ya tumbados sobre los sillones de la buhardilla, tratábamos de recuperar el aliento perdido.
Él no tenía ni idea de las ganas que tenía yo de que lo hiciese para quedarnos juntos allí eternamente.
Yo no tenía idea de que aquello era imposible. Ni tampoco de que el para siempre con el que tanto soñaba tenía los días más que contados.
![](https://img.wattpad.com/cover/328747034-288-k730548.jpg)
ESTÁS LEYENDO
El momento perfecto
RomantikDavid Palacios ve tambalear de nuevo su mundo cuando, dos años después de su marcha, se ve obligado a regresar al lugar al que juró que nunca volvería. ... María Gayoso ha nacido para escribir. Sin embargo, una mudanza obligada la capultará a una s...