41. So much more than this (Grace VanderWaal)

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DAVID

"A las ocho y media de la tarde en el campo municipal".

Quique me había escrito hacía un par de días para avisarme de que, ese martes, podía pasarme por el entrenamiento para echar un vistazo. Él aún no sabía que ya había decidido quedarme, pero opté por seguir guardando el secreto hasta el último momento por si me acababa echando atrás.

Scarlett casi se desmayó de la impresión cuando le conté que iba a ir a entrenar. Incluso se ofreció a comprarme unas botas nuevas y enviármelas a casa. No accedí (error) porque me apetecía experimentar la sensación de rescatar mis viejas botas del desván para volver a sentir su tacto bajo mis pies.

Me presenté delante de la puerta del estadio a las ocho en punto. Llegaba con media hora de antelación, pero no me veía capaz de sobrevivir medio segundo más sentado a los pies de la cama, no sabía si muerto de nervios o de ilusión. Caminé directamente hacia los vestuarios con la intención de cambiarme antes de que llegase el resto del equipo y tomarme un tiempo para procesar la situación, pero Quique, al que no había visto sentado en el banquillo al llegar, me interceptó antes de que pudiese darme cuenta.

- ¡David, chico! –exclamó dándome una fuerte palmada en la espalda-. Pensé que te había dicho que el entreno era a y media –asentí y me miró de arriba abajo, extrañado, reparando entonces en la mochila que llevaba colgada del hombro-. No me jodas. ¿Vienes a probar?

- He estado replanteándomelo hasta el último momento –confesé-, pero la verdad es que, si tienes un hueco para mí, me gustaría volver a entrar al equipo.

Si tuviese que hacer una lista de los cinco momentos que más me marcaron durante mi regreso al pueblo, no tengo la menor duda de que la cara de sorpresa de mi entrenador seguida del fraternal abrazo que compartimos estaría entre ellos. Puede parecer un poco contradictorio, pero no es nada fácil volver a formar parte de algo que en el pasado fue tan importante para ti. El fútbol no era mi gran pasión, pero me había dado algunos de los recuerdos más felices de mi vida. No me gustaba ver la imagen de aquellos maravillosos años en el equipo empañada tras la neblina de rechazo que había supuesto mi marcha a Nueva York. Por eso me marcó tanto aquel abrazo con Quique. La nube de negatividad era consecuencia de mi propio dolor, pero las personas que habían formado parte de mi vida antes de que todo explotase seguían viéndome a mí con claridad, como al David de siempre, y eso no podía reconfortarme más.

...

El resto del equipo no tardó en llegar. Tuve un recibimiento bastante efusivo (más por parte de unos que de otros) y, tras un pasillo de collejas inicial, comenzamos a entrenar con normalidad, como si realmente fuese un miembro más.

Me costó un poco coger el ritmo al principio. Salir a correr todos los días, tanto aquí como en Nueva York, me había permitido no perder la resistencia física, pero no era lo mismo que volver a un entreno normal. Sin embargo, sí que es cierto que la mecánica de Quique seguía siendo más o menos la misma en cuanto a planteamiento, por lo que pude ir cogiéndole el truco con el paso de los minutos. Empezamos suavemente, con un par de ejercicios de activación para hacer la primera toma de contacto con la pelota. Tino y Román estuvieron muy pendientes de mí en todo momento, dándome consejos para mejorar la coordinación y aclarándome las dudas que me surgían ante los ejercicios que no conocía. Era raro volver a empezar de cero en algo que años atrás hacía con tanta naturalidad, pero ver sus sonrisas cuando conseguía hacer un buen pase o incluso animarme a tirar a portería lo hacía mucho más llevadero.

Fue una lástima comprobar que para otras personas mi llegada no había sido una noticia tan gratificante. Itzan no me quitó el ojo de encima en ningún momento, mirándome con superioridad en todos y cada uno de los ejercicios.

Hacia el final del entreno, Quique siempre organizaba un partido de prueba entre dos equipos elegidos específicamente por él, para comprobar si la alineación que tenía pensada para el partido de esa semana funcionaba o no como había planeado. Como es lógico, me tocó jugar con el equipo de los que seguramente arrancarían el sábado como suplentes, contra Román, Tino y, por supuesto, Itzan, que se había coronado como capitán del equipo durante las dos últimas temporadas. Intentar hacer un partido decente con él como contrincante fue misión imposible. Si tenía la pelota, me daba las patadas que fuesen necesarias para quitármela; si alguien iba a pasármela, se echaba sobre mi como un león, bloqueando cualquier tipo de contacto conmigo.

- Pasa de él, tío –me dijo Román de camino a los vestuarios-. Tiene el ego un poco subido desde que es capitán y estará marcando territorio.

Opinaba lo mismo que él, pero tenía la sensación de que lo estaba marcando en un campo que nada tenía que ver con el fútbol.

Tino propuso ir a tomarnos unas cañas todos juntos para darme la bienvenida al equipo. Acepté sin pensármelo dos veces y me cambié todo lo rápido que pude. Me había encontrado muy a gusto con la mayoría y me apetecía integrarme un poco más con el grupo. Sin embargo, Quique tenía otros planes para mí.

- ¡David! –gritó desde la taquilla cuando salíamos del túnel de vestuarios-. Pásate por aquí antes de irte.

- ¿Vas a presionarlo para que te invite a venir de cañas con nosotros, míster? –bromeó Tino.

- Me gusta como piensas, chaval, pero no iría ni aunque quisiese. Alguien tiene que mirar por el equipo mientras vosotros os vais de juerga.

Todos se despidieron entre risas y Román prometió mandarme la ubicación para que me uniese cuando hubiésemos terminado.

Quique me invitó a pasar al interior de la taquilla para hablar resguardados del frío, prometiendo no retenerme más de cinco minutos.

- Me sabe fatal decirte esto, chico, pero he llamado a la federación y, sintiéndolo mucho, no creo que puedas competir esta temporada.

- Oh –pese a que no era sorprendente, no pude evitar sentir una pizca de desilusión-. Era lo esperable, Quique. No te preocupes.

- Lo siento mucho –dijo con sinceridad-. Créeme cuando te digo que no hay nadie a quien le hiciese más ilusión que a mí. Pero no te desanimes. Quiero que sigas viniendo a entrenar, como si fueras un miembro más. Puedes venir con nosotros a los partidos y sentarte en el banquillo, incluso. Nadie lo notará y así irás viendo la dinámica de los otros equipos para que, en septiembre, puedas inscribirte ya como un jugador de pleno derecho.

Debería haberle dicho que eso no iba a ser así. Haberme negado, confesarle que mi estancia en el pueblo era temporal, que yo en septiembre no iba a seguir allí, que no podía permitirme volver a retomar el contacto con algo que me gustaba tanto si finalmente no iba a poder disfrutarlo en su potencial.

Debería haber hecho o dicho muchas cosas, pero en ese momento ninguna de ellas me pareció más importante que las cañas que iba a tomarme con el equipo. De nuevo, mi equipo. Así que asentí, sonreí, recibí sus características dos palmadas en la espalda con gusto y me despedí momentáneamente, porque volveríamos a vernos el viernes, en el mismo lugar, a la misma hora.

Salí del estadio arrastrando los pies. Román me escribió a los pocos segundos, como si hubiese estado esperando a que terminásemos la conversación, avisándome de que estaban en El Arce. Mis pies comenzaron a trazar el camino hacia el local casi por inercia, porque mi cabeza no estaba para darles órdenes. Estaba seguro de mí, de mi decisión, pero había algo que se me escapaba.

No lo había hecho por el equipo. Ni por Tino y Román. Tampoco por Scarlett. Ni siquiera por María.

Entonces, ¿por quién?

"Por ti. Lo has hecho por ti".


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