24. Photograph (Ed Sheeran)

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MARÍA

No sé qué hora era cuando decidimos volver. Solo recuerdo que era tarde, que a David ya se le había subido un poco el alcohol tomado a lo largo de la noche y que tuvimos que hacer malabarismos para subir la empinada cuesta del camino sin que él se cayese hacia atrás. Estaba triste, me dijo, porque ya se acercaba la hora de volver a casa y no había conseguido averiguar cómo diantres me llamaba.

Yo también lo estaba un poco. No por la apuesta, evidentemente, (estaba a punto de ganar un bolso lleno de cervezas, nadie puede estar triste por eso), sino por el hecho de que la noche llegase a su fin. David había conseguido que me sintiese en una nube de serenidad constante desde el momento en el que me había invitado a sentarme con él frente a aquel portal. La famosa María externa nunca dejaba asomar sus peores sentimientos al exterior, como si todas las palabras que salían de ella a borbotones cada vez que abría un nuevo documento en blanco en el ordenador no fuesen capaces de hacer lo mismo a la hora de articularlas. Con David no había sido así. Había cogido aquella capa superficial, la había dejado a un lado y me había hecho abrirme como hacía tiempo que no hacía, sin necesidad de forzarlo o insistir, simplemente limitándose a escucharme. Había sido raro, pero también liberador. Y en ese momento de descarga, me había sentido más conectada con la María interna que nunca.

Durante los últimos meses, el ayuntamiento se había dedicado a comprar algunos bajos comerciales que nadie quería debido a su diminuto tamaño y había colocado en ellos diferentes tipos de máquinas expendedoras: de comida, bebida, objetos sexuales... En uno de ellos, un espacio abierto situado justo en una de las entradas de la plaza principal, habían instalado también un pequeño fotomatón. Cuando pasamos por delante, David me cogió de la muñeca y me arrastró casi de forma literal adentro.

- ¡¿Qué haces?! –protesté.

- Salvarte de un marrón –contestó cerrando la cortina. Lo miré con expresión interrogante, sin entender nada en absoluto, y se acomodó en el asiento antes de responder-: Itzan. Está ahí. No sé si te da igual pasar por delante, pero, después de lo que me has contado, igual cruzarte con él con acompañada de otro tío no es lo más cómodo del mundo.

Me acerqué todo lo sigilosamente que pude a la cortina y la corrí un par de milímetros, intentando no asomar demasiado la cabeza. El ángulo de visión dejaba bastante que desear, pero pude distinguir a Itzan perfectamente, un poco más a lo lejos. Estaba con su grupo de amigos, sentado en uno de los bancos de la plaza, fumando. Miré mi reloj de pulsera e intenté leerle la mente desde la distancia. Eran casi las cinco de la mañana. El ambiente del Arce estaría empezando a decaer y lo más seguro sería que estuviesen esperando a alguno de sus amigos con coche para ir a continuar la fiesta a algún piso que estuviese vacío. Me conocía la rutina de memoria, habían invitado a mis amigas muchas veces a lo largo del verano anterior.

- No quiero ir –susurré.

- Tendríamos que dar una vuelta un poco más tonta, pero podemos ir por algún otro camino –sugirió él intentando ponerse de pie.

Tropezó con mis piernas y tuve que ayudarle para que no se cayese de bruces contra la cortina.

- No, no podemos. Necesitas irte a casa y ese es el camino más corto.

- ¿Sabes dónde vivo? –asentí sin darle importancia, volviendo a sacar la cabeza por la cortina, y lo escuché ahogar una exclamación-. ¡Ah, claro! Cómo no vas a saberlo...

- Creo que no van a tardar en marcharse, así que podemos quedarnos aquí un poco. Si en diez minutos no se han ido, pasaremos por delante. Tienes que irte a casa.

- ¿En qué momento has pasado de ser la chica de las cervezas a comportarte como una madre?

- Siempre me comporto como una madre con todo el mundo. Forma parte de mi personalidad.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora