17. I gotta feeling (Black Eyed Peas)

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DAVID

Nunca he sido uno de esos chicos a los que les pierde el mundo nocturno. Antes de ir a la universidad, cuando mi vida y mi estabilidad emocional aún eran más o menos normales, sí me gustaba ir de vez en cuando a tomarme unas cervezas con mis amigos los sábados por la noche. No era lo habitual, (normalmente solía irme temprano y quedarme el resto de la madrugada componiendo en la sala de música), pero sí que es cierto que había determinadas noches a lo largo del año que suponían una excepción: cumpleaños, Fin de Año, Halloween, las fiestas del pueblo y, por supuesto, Carnaval.

Los Carnavales de mi pueblo no eran nada del otro mundo, más bien rozaban lo cutre, pero por algún extraño motivo era la celebración más aclamada de todo el año, solamente con permiso de las fiestas patronales. El sentimiento de alegría era contagioso fueses a donde fueses y se extendía por todo el pueblo hasta bien entrado el amanecer. Todas las generaciones de estudiantes, tanto de instituto como de universidad, nos reuníamos en El Arce para celebrarlo como se merecía, con vestimenta y decoración adecuada para la ocasión y con el bar convertido en una claustrofóbica lata de sardinas. Era imposible llegar de una punta a otra en menos de diez minutos y no porque fuese un local grande, sino porque apenas había sitio para caminar. Supongo que, en ese contexto, no resultaba excesivamente incómodo; todo el mundo iba demasiado feliz como para no dejarte pasar.

Aquel lunes de Carnaval era diferente.

Tino y Román habían insistido durante días para que saliésemos los tres juntos, como antes, pero yo no estaba por la labor. Cuando estás de bajón, hay momentos en los que el cuerpo te pide hundirte más en tu propia mierda, como si necesitases tocar fondo del todo para completar bien la faena. No sabía si era mi caso, pero lo que sí tenía claro era que deseaba quedarme en casa, probablemente encerrado en mi habitación sin hacer nada más que enfrentarme al insomnio que me atormentaba desde hacía semanas. Quería aislarme del mundo, y estaba seguro de que si acudía al Arce comenzaría a encontrarme con preguntas que no sabía si estaba preparado para responder. Todo el mundo hacía ese tipo de preguntas en un pueblo como aquel.

A Carla la habían invitado a dormir en casa de una amiga, mis padres se habían marchado a cenar fuera aprovechando que al día siguiente no tenían que trabajar y Juana había terminado la jornada hacía ya un buen rato, por lo que tenía la casa libre para mí solo desde una hora temprana. Tino y Román parecían haber desistido en su intento por sacarme de la cueva y todo apuntaba a que finalmente pasaría una velada solitaria y silenciosa, acompañado únicamente por mi maraña habitual de pensamientos. Sin embargo, cuando el reloj de mi mesilla de noche dio las diez, el sonido del portero me hizo levantarme de la cama de golpe.

Mi primer pensamiento no se equivocó: eran ellos.

- ¿Qué narices hacéis aquí? –pregunté invitándolos a pasar. Me detuve para observar su vestuario y me mordí el labio para aguantarme la risa-. ¿De qué se supone que vais vestidos?

Ambos me miraron como si fuese idiota.

- De policías seductores –respondió Román levantando una ceja-. ¿No es evidente?

- Lo de policías puede colar –respondí señalando las gorras con la cabeza-. Pero, ¿con esos pantalones con tirantes y el pechito descubierto? Vais a pillar una pulmonía.

Se miraron entre sí y sonrieron, orgullosos. El disfraz estaba compuesto por una gorra de policía, unos pantalones oscuros de los que se escapaban un par de tirantes y... poco más. Estaban completamente desnudos de cintura para arriba, con los cuatro pelos del pecho de Tino y la barriguilla de Román tomando absoluto protagonismo. Si a ello le sumábamos las porras y las esposas que llevaban colgadas del cinturón, parecía que se habían escapado de un club de estriptis de carretera.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora