16. BIEN O MAL (Trueno)

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MARÍA

Llevaba días sin poder escribir.

Al principio no lo vi como algo preocupante; los exámenes seguían sin dejarme apenas tiempo para respirar y los pocos minutos de los que disponía los utilizaba para desconectar la mente dando un paseo con mis amigos, yendo a visitar a mis abuelos o simplemente quedándome tirada en el sofá reflexionando sobre la vida. Todo lo que no conllevase pasar más tiempo delante de una pantalla o cualquier tipo de texto.

El problema vino cuando, un fin de semana en el que no tenía mucho que hacer, encontré un hueco de dos horas para poder avanzar en la novela que estaba escribiendo. Me puse ropa cómoda, me preparé un zumito de naranja y me senté delante del portátil con la intención de escribir al menos un par de capítulos nuevos. 

Tuvo que pasar una hora y media para que pudiese escribir una línea, que acabé borrando al cabo de otros diez minutos sin añadir nada más.

Me dije a mí misma que no pasaba nada, que un día era un día y que era normal estar algo bloqueada de vez en cuando. Esa misma noche probé a sentarme delante del teclado otra vez. Y la siguiente. Y la siguiente más.

No había manera. Estaba completamente seca.

Intenté reprimirme, pero me agobié. Nunca me había pasado nada parecido y el hecho de que las palabras no consiguiesen plasmarse en el documento en blanco no hacía otra cosa que complicar un poco más mi situación actual: mudanza no deseada, ¿novio? tóxico al que no era capaz de dejar, una mejor amiga que había dejado de serlo, la presión académica oprimiéndome el pecho día sí y día también, un hermano que apenas daba señales de vida y un grupo de amigos por el que empezaban a colarse los primeros secretos. Toda fortaleza tiene sus grietas, pero no podía permitir que la mía se derrumbase y me dejase completamente desprotegida. No en ese momento.

Intentaba por todos los medios buscar un hueco cada día para conseguir solucionarlo. A veces conseguía escribir medio párrafo. Otras, no llegaba ni a las dos líneas. Era un poco desesperante, pero estaba convencida de que si intentaba exprimirme lo suficiente acabaría saliendo algo bueno. Tenía que hacerlo.

Ámbar, Blanca y Guille se presentaron una tarde de viernes en mi casa sin avisar, en medio de uno de esos intentos por recuperar mi expresión creativa. No me importó porque, al fin y al cabo, no les había dicho nada al respecto, pero no voy a negar que sí me sentí un poco frustrada. Había conseguido escribir una frase en cinco minutos. Todo un récord.

Les recibí en la puerta vestida con el jersey y los pantalones que había llevado esa mañana al instituto y con mis zapatillas enormes con forma de unicornio.

- ¡Ey, pensábamos que te había dado algo! –exclamó Ámbar al entrar.

- Perdón. He estado un poco liada y... -me detuve al cerrar la puerta y ver que venían cargados con un montón de bolsas de colores-. ¿Qué es todo esto?

- Habíamos quedado para ultimar los disfraces de Carnaval –respondió Guille levantando las cejas-. ¿No has leído el grupo?

- Ah, sí, es verdad –mentí-. No me acordaba. ¿Pero no queda mucho para eso?

- Es el lunes –contestó Blanca sonriendo-. Quedan tres días.

Miré el calendario en el móvil y abrí los ojos al darme cuenta de que tenían razón.

Muy bien, María, ya has perdido hasta la noción del tiempo.

- Sentaros en el salón –dije cogiendo un par de bolsas-. Voy a preparar algo para picar.

Volví a los cinco minutos con una bandeja de metal cargada de aceitunas, palomitas y algunas golosinas que encontré en la lacena donde guardábamos los aperitivos. Ellos me esperaban sentados en la alfombra, alrededor de la mesa de centro, mientras sacaban de las bolsas tela, cartulinas y complementos varios. Habíamos decidido disfrazarnos de Parchís y a mí me había tocado ser la ficha roja, así que dejé la bandeja encima de la mesa y cogí algo de aguja e hilo para terminar de hacerme el vestido.

El momento perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora