62. Amasijo de huesos (Sidecars)

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MARÍA

Estaba a punto de darme por vencida cuando descolgó el teléfono al sexto tono.

- ¿Hola?

- Miguel.

Su nombre salió de entre mis labios en un suspiro ahogado. Llevaba tantos días sin saber de él que temía que le hubiese pasado algo. A él o... al bebé.

Qué rara seguía sonando aquella palabra cuando estaba vinculada con mi hermano.

- ¿Cómo estás? –pregunté-. No sabemos nada de ti. Ni un mensaje, ni una llamada... A mamá va a darle algo como no aparezcas pronto por casa.

Me sentía egoísta por estar enfadada con él, pero no podía evitarlo. Apenas habíamos hablado del tema desde aquella noche de domingo y, aunque entendía que estuviese asustado, no podía seguir encerrándose en sí mismo de aquella manera.

- Lo siento –murmuró-. He estado un poco liado. Tatiana se está instalando aquí y estamos empezando a gestionarnos para llevar todos los gastos a medias. Y luego está todo el tema de las ecografías, los nombres... Es todo mucho más complicado de lo que pensaba.

El enfado se me pasó de golpe al escucharlo hablar del bebé.

- ¿Ya habéis hecho ecografías? –pregunté emocionada-. ¿Está todo bien? ¿Sabéis ya el sexo? ¿Tienes fotos?

- María...

- Perdón. No quiero agobiarte. Sólo quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites. Lo sabes, ¿verdad?

- Claro que sí. Gracias.

Me mordí la lengua durante un par de segundos para procesar lo que estaba a punto de decir.

- Sé que no te ves preparado y que sientes que todo se te está haciendo un poco grande, pero creo que te vendría bien contar con el apoyo de los papás –una bocanada de aire al otro lado de la línea me indicó que a él no le parecía tan buena idea-. Miguel, no son tontos. Saben que algo pasa y están preocupados por ti. Escondiéndoselo no ganas nada. Sólo te hundes más en el miedo.

- Lo sé. Tatiana ya se lo ha contado a los suyos y no deja de insistirme para que yo haga lo mismo. El problema es que no sé cómo. Ella ya les había hablado a sus padres de mí y ellos al menos sabían de mi existencia. Si no saben siquiera que tengo... novia –contuve la risa al ver que seguía costándole horrores pronunciar aquella palabra-, se caerán hacia atrás del susto al saber que van a ser abuelos.

- ¿Y no crees que el golpe de realidad va a ser cada vez más fuerte conforme sigas dejando pasar el tiempo? -sugerí-. Oye, yo tengo selectividad en un par de días. ¿Por qué no vamos todos juntos a comer cuando termine?

- ¿Estás segura? Ya vas a estar con los nervios a flor de piel y...

- Si no estuviese segura, no te lo habría propuesto –respondí-. ¿Tú lo estás?

- No. Pero lo estaré. ¿Te parece si lo comento primero con Tatiana?

- Claro que no. Habladlo con calma y me dices. Yo me encargo de los papás.

- Te quiero mucho, canija. Siento no decírtelo tanto cómo debería.

No lo hacía nunca. Pero sabía que lo sentía y me bastaba con ello.

- Y yo a ti. Siento decírtelo más de lo que a ti te gustaría.

Escuchar de nuevo su risa, aunque esta fuese casi un susurro, me liberó de buena parte de la carga que había tenido sobre los hombros durante toda la llamada.

- Mucha suerte con la selectividad. Vas a petarlo.

- Por el bien de mi salud mental, espero que así sea –quise sonar despreocupada, pero mi hermano no era el único que se encontraba bajo la tutela del miedo aquellos días.

- Eres una persona salvavidas. Consigues mantener a flote a todos los que te rodean. Si sientes que no puedes más, recuerda esa capacidad y úsala para impulsarte a ti misma.


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