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Gala

Desde que tengo memoria, siempre he vivido bajo la sombra de las expectativas y comparaciones. Cuando provienen de tu entorno cercano, como familia o amigos, puedes aprender a gestionarlas con el tiempo, aunque no es fácil. Sin embargo, se vuelve mucho más complicado cuando parece que es prácticamente todo el mundo quien tiene la lupa sobre ti, observando cada uno de tus movimientos y decisiones.

Desde pequeña, supe que mi pasión por el fútbol no se limitaba a sentarme frente al televisor para ver partidos o discutir sobre ellos con los demás. Mi corazón latía por más, quería estar en el campo, sentir el césped bajo mis pies, experimentar la adrenalina de competir y la satisfacción de marcar un gol. Crecí en una época en la que no había referentes femeninas en el fútbol, o al menos no eran visibles como lo son hoy. Los nombres que sonaban y los rostros que adornaban las revistas y las transmisiones deportivas eran casi exclusivamente masculinos. Pero eso nunca me detuvo. Siempre he sido una persona terca, con una determinación inquebrantable. Si yo decía que algún día jugaría fútbol de manera profesional, entonces estaba decidida a hacer todo lo posible para que eso se convirtiera en una realidad.

No tuve que rogar demasiado a mis padres para que me inscribieran en un equipo. Afortunadamente, siempre me apoyaron en mis decisiones, y pronto me encontré en un pequeño equipo de barrio. Como era común en esa época, y tristemente sigue siendo en muchos lugares, el equipo estaba compuesto casi en su totalidad por niños. Pero yo no me sentía diferente ni menos capaz. Al contrario, sabía que tenía que demostrar que merecía estar allí tanto como ellos, o incluso más. Desde el primer entrenamiento, tenía mis objetivos muy claros. Quería destacar, quería ser reconocida, pero, sobre todo, tenía un sueño concreto: quería llegar a jugar con mi hermana mayor.

Mi hermana, un año mayor que yo, ya había comenzado su carrera en la Masía. Habían visto algo especial en ella, una chispa que la diferenciaba del resto, y no tardaron en invitarla a unirse a las categorías inferiores del Barça. Yo estaba decidida a no quedarme atrás. Sabía que si seguía trabajando duro, algún día los entrenadores también verían esa chispa en mí. Sin embargo, mi camino fue más largo y tortuoso. Mientras que mi hermana progresaba rápidamente y se convertía en una estrella en su equipo, yo tuve que luchar con uñas y dientes para abrirme paso. Finalmente, a los 16 años, logré mi gran objetivo: me incorporé a las categorías inferiores del Barça. Aunque me tomó más tiempo de lo que esperaba, lo logré. Y lo mejor de todo, ahora tenía la oportunidad de compartir equipo con mi hermana, lo cual era un sueño hecho realidad.

Jugar con ella fue una experiencia única. No solo éramos hermanas, sino también compañeras de equipo. Nos entendíamos con solo una mirada, nuestros estilos de juego se complementaban perfectamente, y juntas éramos una fuerza a tener en cuenta. A medida que avanzaba la temporada 2015-2016, ambas seguíamos dando lo mejor de nosotras. Fue entonces cuando recibimos una noticia que podía cambiarlo todo: el club haría una pequeña selección de jugadoras jóvenes para que entrenaran con el primer equipo. La mejor de esas jugadoras seleccionadas tendría la oportunidad de debutar en competiciones oficiales, como la Liga o la Copa de la Reina. Al escuchar esto, tanto mi hermana como yo redoblamos nuestros esfuerzos. Entrenar con el primer equipo era un sueño, pero jugar con ellas era la meta final. Sabíamos que esta oportunidad no se presentaría dos veces.

Finalmente, ambos esfuerzos dieron sus frutos y conseguimos entrar en esa selección. Entrenar con el primer equipo era un logro increíble en sí mismo. El ritmo era más rápido, la exigencia física y mental mucho mayor, y las expectativas eran altísimas. Pero estábamos listas. Sabíamos que teníamos lo necesario para triunfar, y la idea de hacerlo juntas hacía que todo fuera aún más emocionante.

Un día, nuestro entrenador, Xavi Llorens, se acercó a nosotras después de un entrenamiento. Nos felicitó por nuestro desempeño y nos dio la noticia que habíamos estado esperando: ambas seríamos probadas en el primer equipo en el próximo partido. No podía creer lo que estaba escuchando. Era nuestra oportunidad, la oportunidad que habíamos soñado desde que éramos niñas, y mejor aún, íbamos a vivirla juntas.

La semana siguiente fue un torbellino de emociones. Estábamos nerviosas, emocionadas, ansiosas. Nos apoyábamos mutuamente, hablando de lo que sería jugar en el primer equipo, imaginando cómo sería entrar al campo con la camiseta del Barça. Sin embargo, como suele ocurrir en la vida, justo cuando parece que todo está alineándose perfectamente, el destino decide jugar sus propias cartas.

Era el último entrenamiento antes del partido, el que decidiría nuestro futuro inmediato. Recuerdo que estaba dando lo mejor de mí, con cada pase, cada sprint, cada regate, cuando de repente, sentí un dolor punzante en la rodilla. Fue como si algo se hubiera roto dentro de mí. Caí al suelo, y supe al instante que algo andaba muy mal. El diagnóstico fue devastador: rotura del ligamento cruzado anterior y del menisco. La gravedad de la lesión significaba que estaría fuera de juego por al menos una temporada y media. Pero lo que más me dolía no era el dolor físico, sino el hecho de que había perdido mi oportunidad. El tren que solo pasa una vez en la vida, lo había perdido en un abrir y cerrar de ojos.

Mientras yo me enfrentaba a la dura realidad de mi recuperación, mi hermana siguió adelante. Como era de esperar, debutó en el primer equipo y no tardó en ganarse un lugar entre las mejores. Se convirtió rápidamente en la gran promesa del club, y mientras me sentía feliz por ella, no podía evitar la amargura que se apoderaba de mí cada vez que pensaba en lo que podría haber sido.

La vida me enseñó una lección difícil en ese momento: los sueños no siempre se cumplen como uno los imagina, y las oportunidades perdidas pueden dejar cicatrices que van más allá de lo físico. Pero también aprendí que el camino no termina con un obstáculo, por grande que sea. Mi pasión por el fútbol no desapareció, y aunque mi recorrido fue diferente al que había planeado, encontré nuevas formas de mantener viva esa chispa dentro de mí. Y eso, al final del día, es lo que realmente importaba.
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Aquí estamos otra vez😝

Tenemos una pequeña introducción al personaje, pero sabemos pocas cositas todavía😬

Vuelvo a pedir perdon por la petada monumental

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora