Salimos al campo después del descanso con una energía completamente distinta. La charla en el vestuario nos había recargado; todas estábamos enchufadas, concentradas, como si el marcador inicial ya no importara. Lo único que teníamos en mente era remontar, y sabíamos que podíamos hacerlo.
El pitido del árbitro marcó el inicio del segundo tiempo, y desde el primer segundo nos lanzamos hacia el ataque, presionando alto, sin darles ni un respiro al Wolfsburgo. Ellas parecían sorprendidas por nuestra intensidad renovada, como si no esperaran que saliéramos con tanta fuerza después de la ventaja que habían conseguido.
En el minuto 48, tuvimos nuestra primera gran oportunidad. Me desmarqué por la banda , recibiendo un pase largo que controlé con un toque rápido. Vi a Patri adelantándose por la banda derecha, y no dudé ni un segundo. Le di un pase milimétrico, justo entre las defensoras. Patri, con esa velocidad y precisión que siempre la caracteriza, remató con la cabeza, el balón superó a la portera y se clavó en el fondo de la red.
El grito de gol fue ensordecedor. Mis compañeras corrieron hacia Patri, abrazándola mientras yo levantaba los brazos, llena de adrenalina. Habíamos recortado distancias, y lo habíamos hecho rápido. El marcador ahora estaba 2-1, pero sabíamos que esto no había terminado.
No nos relajamos ni un segundo. Apenas reiniciaron el juego, seguimos con la misma intensidad. El Wolfsburgo intentó reaccionar, pero ya no tenían el control. Les robamos el balón casi de inmediato, y otra vez nos lanzamos al ataque.
En el minuto 50, apenas dos minutos después del primer gol, se produjo lo inesperado. Patri estaba otra vez en una posición privilegiada, rondando el área. Hansen vio su desmarque, supo que era el momento y le envió un pase preciso, justo por encima de las defensas, dejándola completamente sola frente a la portera. Sin pensarlo dos veces, Patri remató con fuerza y precisión, y el balón se incrustó en la red por segunda vez en un tiempo récord.
El estadio explotó. 2-2. Lo habíamos conseguido. Patri, con una sonrisa de pura satisfacción, levantó los puños al cielo, y corrimos a celebrarlo con ella. Habíamos empatado el partido en apenas dos minutos, y la energía en el campo era eléctrica.
Sabíamos que esto aún no había terminado, pero en ese momento, todo parecía posible. Habíamos vuelto al partido, y ahora el Wolfsburgo era el que tenía que preocuparse de cómo frenarnos a nosotras.
El partido, tras nuestro doblete de Patri, había vuelto a equilibrarse. Aunque sorprendidas por nuestra remontada, las jugadoras del Wolfsburgo no se dejaron intimidar. Siguieron luchando con la misma intensidad, y poco a poco el juego se fue igualando otra vez, convirtiéndose en un tira y afloja entre ambos equipos. Cada pase, cada desmarque, era disputado con fiereza. Ningún equipo cedía terreno fácilmente, y el balón iba de un lado a otro sin que nadie consiguiera hacerse con un control definitivo. El marcador seguía 2-2, pero el ritmo del partido era frenético.
El tiempo avanzaba, y alrededor del minuto 60, el Wolfsburgo nos arrinconó. Estaban presionando con todo lo que tenían, y la sensación de peligro constante se sentía en el aire. Nos obligaron a retroceder hasta que prácticamente todas estábamos defendiendo en nuestro propio campo. Sus jugadoras avanzaban con precisión, combinando pases rápidos que nos mantenían en alerta, mientras tratábamos de cerrar cualquier espacio posible.
El balón llegó a los pies de Gala. Sabía que el peligro estaba allí, más vivo que nunca. Mis compañeras intentaron frenarla, pero la velocidad de mi hermana y su habilidad con el balón eran casi imposibles de controlar. La vi superar a dos de nuestras jugadoras con un par de movimientos rápidos, y antes de que me diera cuenta, estaba casi al borde del área, cara a cara conmigo.
El tiempo pareció detenerse por un segundo. Allí estaba ella, mi hermana, frente a mí, con los ojos fijos en el balón y en mí, sabiendo que yo era el último obstáculo antes de la portería. Sentí una mezcla de adrenalina y determinación. No podía dejarla pasar. La conocía mejor que nadie. Sabía sus movimientos, sus trucos. Me convencí de que esta vez la pararía.
Gala hizo un amago, el tipo de regate que había visto miles de veces. Era casi instintivo para mí meter la pierna para arrebatarle el balón. Estaba segura de que la había leído bien, que sabía exactamente lo que iba a hacer. Pero en el último segundo, Gala cambió de dirección. El balón se alejó de mis pies, y, antes de que pudiera reaccionar, sentí el impacto. Mi pierna no alcanzó el balón, sino la pierna de Gala.
El sonido del golpe fue seco, y antes de que pudiera procesar lo que había pasado, Gala cayó al suelo. Todo sucedió en un instante. La vi llevarse las manos a la pierna mientras ahogaba un grito de dolor, su rostro contrayéndose de manera instantánea.
Mi corazón se detuvo por un segundo. El pitido del árbitro sonó fuerte en mis oídos, pero todo lo que podía oír era mi respiración agitada y el latido de mi corazón. El estadio entero quedó en silencio, y yo me quedé inmóvil, viendo a Gala retorcerse en el suelo. Mi mente estaba en blanco. No sabía qué hacer. La había golpeado. Había herido a mi propia hermana.
Las jugadoras del Wolfsburgo corrieron hacia ella, el árbitro se acercó rápidamente, y todo el mundo parecía moverse a cámara lenta. Mientras me quedaba allí, incapaz de reaccionar, una sensación de pánico me invadió. No había sido intencional, pero eso no quitaba el hecho de que Gala estaba en el suelo, visiblemente en dolor, por mi culpa.
Mis compañeras vinieron a separarme de allí para evitar cualquier trifulca, tratando de hablarme, pero apenas podía oírlas. Mi mirada estaba fija en mi hermana, y el mundo parecía haberse reducido solo a ese momento.
Las jugadoras del Wolfsburgo rodearon al árbitro casi de inmediato, con gestos airados y protestas en voz alta. Gritaban pidiendo una sanción para mí, exigiendo al árbitro que tomara medidas más severas. El golpe había sido claro, y yo misma lo sabía. En lo más profundo, entendía que me merecía una sanción. Había llegado tarde, y mi entrada fue dura, más de lo que pretendía. El contacto había sido directo y doloroso, y ver a Gala en el suelo me hacía sentir como si me hubiera roto por dentro.
Miré al árbitro, esperando casi con resignación la tarjeta, cualquier tipo de castigo que me hiciera responsable de lo que había pasado. Me preparé mentalmente para lo peor. Pero, sorprendentemente, después de unos segundos de deliberación bajo la presión de las jugadoras rivales, el árbitro señaló la falta sin sacar ninguna tarjeta. No me amonestó. Solo dejó que el juego siguiera con el tiro libre para el Wolfsburgo.
Por un momento, sentí alivio, pero fue breve. El sonido de las protestas de las jugadoras rivales seguía zumbando en mis oídos, pero lo único que podía ver era a Gala aún en el suelo, rodeada de sus compañeras, con el rostro contraído por el dolor. Mi corazón latía con fuerza, no por la falta de sanción, sino por lo que había hecho.
El equipo médico entró al campo, y yo observé, paralizada, cómo revisaban a mi hermana. Mi mente estaba atrapada en una mezcla de culpabilidad y angustia. ¿Y si la había lesionado de verdad? Nunca me lo perdonaría.
Después de lo que parecieron minutos interminables, vi cómo Gala comenzaba a levantarse con la ayuda del personal médico. Todos contenían la respiración, incluido yo. Finalmente, se puso de pie, pero cuando apoyó el pie en el suelo, noté que cojeaba ligeramente. Esa pequeña señal me atravesó como un cuchillo.
Lo peor, sin embargo, no fue su cojera. Lo que realmente me destrozó fue que, mientras caminaba, Gala no levantó la vista para mirarme. Ni un solo vistazo en mi dirección. Ni siquiera una expresión de dolor o enfado. Simplemente avanzó, enfocada en su equipo, en el partido, en seguir adelante. Ese silencio, esa indiferencia hacia mí, fue peor que cualquier palabra que pudiera haber dicho. No me estaba castigando con gritos o reproches; me estaba castigando con su ausencia.
Mi pecho se apretó de una manera que no había experimentado antes. Mi propia hermana, a quien siempre había querido proteger, a quien había visto crecer y convertirse en la jugadora increíble que era, ahora no podía ni mirarme. Había sido yo quien la había derribado. Yo, su hermana mayor.
Mis compañeras intentaban consolarme, me daban palmadas en la espalda, diciéndome que no había sido intencional, que esas cosas pasan en el fútbol. Pero sus palabras no llegaban a mí. Lo único en lo que podía pensar era en la expresión de Gala, en su silencio, en cómo había apartado la mirada de mí. Cada paso que daba con esa ligera cojera parecía retumbar en mi mente, haciéndome sentir más y más pequeña.
El juego se reanudó, pero para mí, todo se sentía distante. Estaba allí, en el campo, pero mi mente estaba con mi hermana.
____Aitana con esa recuperas la relación sigue así💪
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𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳
RandomGala es una chica que desde pequeña tiene el sueño de convertirse en una gran futbolista, está en el camino de conseguirlo junto a su hermana cuando sufre una grave lesión, esa lesión hace que los caminos de ambas hermanas se separen de una manera c...