XLVII

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Jana

Los días en el hospital habían sido largos, pero no me moví ni un momento del lado de Gala, a pesar de su cabezonería y su empeño en demostrar que podía con todo sola. Cada vez que intentaba hacer las cosas por su cuenta, yo estaba allí, lista para ayudarla, pero sin querer agobiarla. Sabía que tenía que encontrar ese delicado equilibrio entre estar a su lado y no hacerla sentir que era una carga. No era fácil, porque Gala podía ser increíblemente testaruda, pero entendía que su orgullo era parte de quién era.

Hoy, finalmente, le daban el alta del hospital. Me sentía aliviada de que por fin pudiera ir a casa, pero también sabía que el verdadero reto comenzaba ahora. Gala seguía con las dos costillas rotas y, aunque ya no estaba en ese dolor agudo de los primeros días, su movilidad seguía siendo limitada. Nos habíamos acostumbrado a los suspiros silenciosos de frustración cada vez que intentaba moverse un poco más rápido de lo que debía o cuando algo tan simple como levantarse de la cama se volvía complicado.

Mientras el médico revisaba los últimos detalles, Gala estaba sentada en la cama, con la mirada fija en la ventana del hospital, claramente incómoda. Pude ver cómo su mandíbula se tensaba ligeramente, probablemente pensando en lo que le esperaba en las próximas semanas.

—¿Lista para irte? —le pregunté en voz baja, acercándome para sentarme junto a ella en la cama.

Gala me miró de reojo, como si aún estuviera procesando todo. Al final, asintió lentamente.

—Sí, creo que sí... —su voz sonaba firme, pero había una ligera nota de resignación que no se le escapaba a nadie. Sabía que odiaba esta sensación de estar limitada, de no poder controlar su propio cuerpo como siempre lo había hecho. Pero sabía también que no iba a dejar que eso la derrotara.

Mientras terminaban de tramitar el alta, empecé a recoger sus cosas. Las pocas que habíamos acumulado en esos días. Era una pequeña rutina que habíamos establecido. Yo me encargaba de todo lo práctico y Gala... bueno, Gala intentaba no protestar demasiado.

—No tienes que hacerlo todo tú sola, ¿sabes? —escuché su voz detrás de mí. Me giré y la vi intentando ponerse de pie, con esa típica expresión de fastidio que siempre aparecía cuando sentía que dependía demasiado de alguien.

—Lo sé —respondí tranquilamente, con una sonrisa leve—. Pero no tienes que hacer todo tú tampoco. Así que déjame ayudarte.

Gala me miró en silencio por un momento, como si quisiera debatirlo, pero luego soltó un suspiro y dejó de pelear. Era un pequeño triunfo, pero lo tomé con gratitud.

Una vez que estuvo lista, ayudé a Gala a levantarse con cuidado, asegurándome de no forzar demasiado su cuerpo. Todavía me preocupaba cada vez que hacía el más mínimo movimiento, aunque ella intentara fingir que estaba bien. Caminamos juntas hacia la puerta, y aunque su andar era lento, lo hacía con una determinación que me recordaba por qué la admiraba tanto.

Cuando llegamos a la recepción, firmamos los últimos papeles y nos dirigimos hacia la salida. El aire fresco del exterior nos golpeó al salir por la puerta principal. Vi cómo Gala respiraba profundamente, claramente disfrutando del hecho de estar fuera del hospital por fin.

—¿Quieres que llamemos a un taxi o prefieres caminar un poco? —le pregunté mientras miraba hacia el aparcamiento.

Gala me miró y, con esa media sonrisa terca que tanto me gustaba.

—Caminemos un poco. No puedo estar sentada todo el día-Dijo convencida de su decisión.

Asentí, aunque sabía que después de unos minutos probablemente le dolerían las costillas. Pero no iba a negarle ese pequeño gusto. Empezamos a caminar a un ritmo suave, con mi mano siempre cerca de su brazo, lista para sostenerla si lo necesitaba.

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora