LXXXII

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Esa mañana me desperté con la misma sensación de vacío con la que me había acostado la noche anterior. Había dormido mal, dando vueltas en la cama, pensando en lo que había visto en Instagram, en el fichaje de Ewa, en todo lo que no me había contado Gala. El nudo en mi estómago no se deshacía, y cuando finalmente decidí encender el teléfono, esperaba al menos un rayo de esperanza en medio de toda esa confusión.

El mensaje de buenos días de Gala.

Ella siempre me enviaba uno, sin importar dónde estuviera, qué estuviera haciendo o cómo hubiera sido el día anterior. Ese pequeño gesto me daba algo a lo que aferrarme, una prueba de que seguíamos conectadas. Pero esa mañana, cuando revisé mis notificaciones, no había nada.

Mi corazón se hundió de golpe. Un silencio brutal en el lugar donde siempre había un "bon dia" lleno de cariño.

Inmediatamente, mi mente comenzó a descontrolarse. "Claro, ¿cómo va a preocuparse por enviarme un mensaje si está en Barcelona, con Pajor?", me dije, mi propio resentimiento encendiéndose como una chispa que no podía apagar. Las imágenes del fichaje de Ewa seguían rondando en mi cabeza, y ahora el hecho de que Gala no me escribiera me parecía una confirmación de todas mis inseguridades. Estaban juntas, en la misma ciudad, las dos, y yo aquí, sola.

Salí de la cama de mal humor, arrastrando los pies por el suelo frío. Todo me molestaba. Abrí la puerta de mi habitación esperando encontrar a alguien de mi familia, algún ruido en la cocina o la sala, pero la casa estaba vacía. Silencio. Como si todo el mundo se hubiera evaporado sin decirme nada. Mi familia se había ido a algún sitio sin mí, y eso solo aumentaba mi frustración. Ni siquiera habían dejado una nota.

Suspiré, dejando que la rabia y la tristeza me inundaran por completo. Todo parecía estar desmoronándose. Mi relación con Gala, mis inseguridades, y ahora esto. Me sentía completamente desconectada de todo. Caminé hacia la cocina, buscando algo con lo que distraerme, pero el timbre de la puerta sonó, interrumpiendo mis pensamientos.

Me acerqué de mala gana, completamente convencida de que sería algún vecino o quizás alguien de mi familia que había olvidado las llaves. Abrí la puerta, lista para soltar una frase borde y desahogarme un poco, pero lo que vi al otro lado me dejó sin palabras.

Era Gala.

Mi corazón dio un vuelco en el pecho. Allí estaba, de pie frente a mí, con una mirada que era mezcla de nervios y determinación. No había esperado verla aquí. Había pensado que seguía en Barcelona, con Ewa, planeando lo que fuera que estuvieran haciendo juntas. Pero no. Estaba aquí, frente a mí, en la puerta de la casa de verano de mi familia.

Por un momento, me quedé en silencio, sin saber qué decir. La rabia que había acumulado durante horas desapareció tan rápido como había llegado, y todo lo que sentí fue una especie de confusión mezclada con alivio. No sabía si estaba enfadada por no haberme contado lo de Ewa o si estaba aliviada porque, de alguna manera, ella había decidido venir a verme.

Gala dio un pequeño paso hacia adelante, sus ojos buscaban los míos con cuidado, casi con miedo. No era normal verla tan insegura, y eso me descolocó aún más. Todo lo que había sentido en las últimas horas parecía desmoronarse en un solo segundo, pero al mismo tiempo, no sabía cómo reaccionar. Estaba hecha un caos por dentro, entre la felicidad de verla y la confusión de lo que eso significaba.

-¿Jana...?-Gala rompió el silencio, su voz suave, casi temerosa. Me costó un par de segundos responder, y cuando lo hice, fue más un susurro que otra cosa.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, con la voz más temblorosa de lo que me gustaría admitir.

Gala se quedó en silencio unos segundos, mirándome con una mezcla de ternura y preocupación. Sus ojos recorrieron mi rostro, como si estuviera buscando las palabras correctas. Finalmente, dio un paso más hacia mí, dejando la maleta a un lado.

—Jana… —empezó, tomando aire—. Sabes que tenemos que hablar. Las dos lo sabemos. Quiero saber qué te pasa.

Tragué grueso, sintiendo cómo el nudo en mi garganta crecía. Era lo que había estado evitando todo este tiempo. Todas las inseguridades, los celos, el miedo a que algo estuviera cambiando entre nosotras, todo se agolpaba en mi pecho. No quería hablar de ello, pero ella tenía razón. No podíamos seguir esquivando el tema.

Me aparté a un lado, dejando que pasara. No podía decirle que no, no después de que hubiera venido hasta aquí para verme, para enfrentarse a mis silencios, a mi distancia. Ella quería respuestas, y yo… yo ni siquiera sabía por dónde empezar.

Gala entró, su mirada se deslizaba con cautela por la sala, pero de inmediato volvió a posarse en mí. Cerré la puerta detrás de nosotras, mis manos sudaban, mi mente iba a mil por hora.

—¿Te importa si…? —dijo ella, señalando el sofá.

Negué con la cabeza, indicándole que se sentara. Se acomodó en el borde del asiento, como si no estuviera segura de si iba a quedarse mucho tiempo. Yo permanecí de pie, luchando con las emociones que me recorrían el cuerpo. Sabía que esta conversación era inevitable, pero ahora que estaba frente a mí, me sentía completamente vulnerable.

—Jana, por favor… —empezó de nuevo Gala, su tono más suave—. ¿Qué te pasa? Ya no puedo soportar esto. Siento que… te estoy perdiendo.

Esa última frase me atravesó como una flecha. Sentí una punzada en el pecho, como si todo el dolor que había estado intentando negar finalmente me alcanzara. Quería decirle que no era cierto, que no me estaba perdiendo, pero sabía que no era sincero. Algo estaba cambiando, y lo peor de todo era que no sabía cómo detenerlo.

—Yo… —traté de decir algo, cualquier cosa, pero las palabras no salían.

Gala me miraba, con los ojos llenos de esa mezcla de cariño y dolor que hacía que todo se sintiera peor. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, me rendí y dejé escapar un suspiro.

—No sé cómo explicarlo… —dije, mi voz apenas un susurro.

Ella me observaba, esperando, dándome el espacio que necesitaba para continuar. Pero cuanto más intentaba hablar, más grande se hacía el nudo en mi garganta. Me sentía atrapada entre mis propios miedos y las expectativas de lo que se suponía que debía decir.

—Jana… —dijo Gala de nuevo, con un tono suave pero firme—. Sea lo que sea, puedes decírmelo.

Tragué saliva, y finalmente, me dejé caer en el sillón frente a ella. No podía seguir ocultándolo. Gala había venido hasta aquí para enfrentar esto, y yo tenía que hacer lo mismo, aunque me aterrara lo que pudiera pasar después.
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Mejor que todo pase en el siguiente🤭

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora