Después de semanas de preparación, trabajo y paciencia, finalmente llegó el día. Era el momento de volver a pisar el césped, de sentir el balón en los pies y de demostrarme que todo lo que había pasado ya quedaba atrás. La temporada estaba prácticamente en su recta final, pero eso no me importaba. Estaba decidida a luchar cada minuto de los partidos que quedaban. Iba a aprovechar al máximo cada segundo.
Empecé en el banquillo, como era lógico. Todavía tenía que adaptarme al ritmo del juego, coger confianza, y el cuerpo técnico lo sabía. Estaba sentada junto a Jana, que, como siempre, estaba ahí para apoyarme. Su mano descansaba en mi rodilla, dándome ese toque de tranquilidad que necesitaba. A pesar de los nervios que se arremolinaban en mi pecho, sentir su cercanía me ayudaba a mantenerme centrada.
El partido avanzaba y yo observaba cada jugada, anticipando el momento en que el entrenador me pidiera que me levantara. Era extraño estar en el banquillo después de tanto tiempo, pero no me molestaba. Sabía que mi momento llegaría. Y entonces, en el minuto 60, el entrenador se giró hacia mí y me hizo una señal: era hora de calentar.
Me levanté y comencé a estirar, a hacer los ejercicios rutinarios que me habían acompañado durante toda mi recuperación. Pero esta vez era diferente. Esta vez, al final de esos movimientos, me esperaba el campo. Mientras trotaba cerca de la línea de banda, veía de reojo a Jana, que me seguía con la mirada, dándome su apoyo silencioso. No necesitaba decir nada; sabía que estaba ahí conmigo.
Y finalmente, en el minuto 75, llegó mi oportunidad. Me llamaron desde el banquillo y me acerqué corriendo. Aitana fue la primera en sonreírme mientras me dirigía al centro del campo. Entré en lugar de una de las delanteras y, de repente, todo se sintió como siempre. El ruido de la afición, el olor a césped recién cortado, el eco de las voces de mis compañeras... Todo estaba en su lugar.
Los primeros minutos pasaron sin grandes sobresaltos. Me concentré en moverme bien, en no forzar demasiado, en sentir cómo respondía mi cuerpo. Las sensaciones eran buenas. Y entonces, sucedió. Aitana tenía el balón. Yo comencé a desmarcarme, encontrando un hueco entre la defensa contraria, y sin siquiera mirarnos, ella supo exactamente lo que tenía que hacer. Era como si tuviéramos una conexión mental. Sabía que me iba a pasar el balón.
El pase fue perfecto, un toque preciso y limpio que superó a la defensa rival. Todo sucedió en un segundo. El balón llegó a mis pies y, sin pensarlo, lo rematé. Lo dirigí hacia la portería con una potencia y precisión que no había sentido en meses. El estadio pareció detenerse por un instante… y luego, el estallido de la multitud.
Gol.
Me quedé quieta por un segundo, procesando lo que acababa de pasar. Había marcado. En mi regreso, en mi primer partido después de todo lo que había pasado, había conseguido anotar. Antes de que pudiera reaccionar, Aitana estaba a mi lado, abrazándome con una mezcla de alegría y orgullo. El resto de mis compañeras se unieron a la celebración, pero en ese momento, solo podía pensar en una cosa: lo había logrado.
Al mirar hacia el banquillo, vi a Jana, con una sonrisa enorme en su rostro. Sus ojos brillaban de emoción, y supe que, de alguna manera, este gol no solo era mío, sino también de ella. De Aitana, de Jana, de todos los que habían estado a mi lado durante este proceso. Pero sobre todo, era el comienzo de algo nuevo.
Había vuelto. Y no había nada que pudiera detenerme ahora.
Así pasaron los partidos, uno tras otro. Tras mi regreso, las victorias se acumularon, y con cada minuto en el campo, sentía cómo mi confianza volvía a fluir. Poco a poco, recuperé mi lugar en el equipo, y las lesiones quedaron atrás, como una sombra que se desvanecía con cada gol, cada asistencia, y cada jugada. Ganamos tres títulos en un lapso de semanas, cada uno más significativo que el anterior. La liga, la Copa de la Reina, y la Supercopa ya estaban en nuestras manos.
Pero ahora quedaba el más importante de todos: la Champions League. La competición que desde pequeña soñaba con ganar, la que significaba el máximo reconocimiento para cualquier jugadora. Habíamos llegado a la final, y el ambiente en el equipo era de pura emoción, pero también de tensión. No podíamos permitirnos fallar, no después de todo lo que habíamos logrado este año.
Estábamos preparando las maletas para viajar a Bilbao, donde se jugaría la final. Sentada en mi habitación, doblaba con cuidado cada prenda que llevaría, concentrada en lo que estaba por venir. Jana estaba a mi lado, terminando de meter sus cosas en su maleta. No hablábamos mucho, pero el silencio entre nosotras no era incómodo. Al contrario, era como si ambas estuviéramos sintonizadas con el momento, sintiendo la magnitud de lo que estaba por venir.
—¿Lista? —preguntó Jana, interrumpiendo mis pensamientos mientras cerraba su maleta.
—Más que nunca —le respondí, asegurándome de que todo estuviera bien colocado en la mía.
Estaba concentrada, sí, pero también emocionada. Habíamos trabajado tan duro para llegar hasta aquí, y ahora estaba tan cerca que casi podía tocarlo. Este viaje a Bilbao no era solo un paso más; era la culminación de todo lo que habíamos luchado. Jana se acercó a mí y me dio un pequeño beso en la mejilla.
Había algo que siempre me inquietaba un poco cuando viajábamos con el equipo: Jana nunca compartía habitación conmigo. Sabía que no podía juzgarla por ello. Desde siempre, Jana había compartido habitación con Bruna, su mejor amiga, y esa costumbre parecía estar tan arraigada que cambiarla de un día para otro no era tan simple. Pero no podía evitar sentir un pequeño nudo en el estómago cuando llegaba la noche y tenía que irme sola a mi habitación mientras ella se iba con Bruna.
No es que me molestara su amistad; entendía perfectamente lo importante que era Bruna para Jana, y yo también había compartido durante años habitación con mi hermana Aitana cuando los viajes lo permitían. Pero ahora, con Jana, las cosas eran diferentes. Me hubiera gustado compartir esos pequeños momentos de intimidad antes de un partido importante, esos ratos de charla tranquila en la cama o simplemente sentir su presencia cercana para aliviar los nervios de lo que estaba por venir.
La primera vez que me di cuenta de esto fue en uno de nuestros primeros viajes juntas. Cuando el equipo llegó al hotel, todas nosotras nos dividimos por parejas para dirigirnos a nuestras habitaciones. Jana, sin dudarlo, se fue con Bruna, como siempre lo había hecho. No me sorprendió, claro. Lo entendía. Pero a medida que pasaron los meses y nuestra relación se afianzó, esa rutina no cambió. Ella con Bruna, y yo, en mi propia habitación.
Me recordaba a mí misma que solo tenía que esperar unos meses. Sabía que, si todo salía bien, el próximo año mi mejor amiga Ewa llegaría al equipo. Y entonces, todo sería diferente. Podríamos compartir habitación, como lo habíamos hecho en otras ocasiones cuando jugábamos juntas. Ese pensamiento me aliviaba un poco, pero, en el fondo, lo que realmente deseaba era poder estar con Jana, especialmente en estos momentos previos a un partido tan crucial como la final de la Champions.
Había algo especial en esos viajes. Todo el equipo se sentía más unido, y me encantaba la sensación de estar juntas, pero también me frustraba el no poder vivir ese tipo de cercanía con Jana, al menos no de la manera en que lo hacían Bruna y ella. Sabía que no debía darle demasiadas vueltas, pero la idea seguía rondando en mi cabeza.
En cuanto llegamos al hotel en Bilbao, me dirigí a mi habitación, dejando que la familiar rutina siguiera su curso. Al entrar, solté mi maleta en el suelo y me dejé caer en la cama, suspirando. Aún quedaban unas horas antes de que todo comenzara a ponerse en marcha, así que me permití un momento para relajarme. Me giré hacia el móvil, dándole vueltas a si escribirle o no, aunque probablemente estaría ocupada riéndose con Bruna en su habitación.
Tenía que ser paciente, lo sabía. Este viaje era solo una prueba más, y pronto, muy pronto, las cosas cambiarían.
____Quiero llegar ya a cuando llega Ewa porque tengo cositas preparada😝
La final de la champions la pasaré muy rápido y en el verano habrá algo de drama
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𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳
RandomGala es una chica que desde pequeña tiene el sueño de convertirse en una gran futbolista, está en el camino de conseguirlo junto a su hermana cuando sufre una grave lesión, esa lesión hace que los caminos de ambas hermanas se separen de una manera c...