XLVI

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Me desperté sintiendo el familiar dolor punzante en el abdomen. Al principio, me sentí desorientada, la luz del día ya se filtraba a través de las persianas de la habitación, iluminando el entorno con una claridad suave. Lentamente abrí los ojos, esperando encontrar la misma soledad que había sentido toda la noche.

Pero, en lugar de eso, lo primero que vi fue a Jana, sentada junto a mí, en una de esas incómodas sillas de hospital. Me quedé completamente de piedra. Su cabeza estaba inclinada hacia un lado, como si hubiera estado durmiendo, pero al oírme moverme, alzó la mirada y sus ojos me encontraron al instante. Su expresión era tranquila, serena, pero a la vez mostraba una determinación que me descolocó.

—¿Qué... qué haces aquí? —pregunté, la sorpresa evidente en mi voz. No entendía por qué había vuelto. Después de cómo la había tratado la noche anterior, lo último que esperaba era verla ahí, junto a mí.

Jana esbozó una sonrisa pequeña, pero genuina, y se recostó un poco más en la silla, como si mi pregunta no la sorprendiera ni un poco.

—Porque sé que puedes ser muy cabezota, Gala —dijo, con esa calma tan suya—, pero no me voy a mover de tu lado.

Me quedé mirándola, sin saber cómo responder. Había esperado que estuviera molesta, que no quisiera saber nada más de mí después de cómo la había apartado. Pero ahí estaba, como si nada hubiera pasado. Como si, a pesar de todo, no tuviera la intención de irse. Me sentí completamente desarmada.

—Jana... —murmuré, sin saber exactamente qué decir—. No tienes que estar aquí.

Ella dejó escapar una pequeña risa, aunque había algo suave y vulnerable en su mirada, una ternura que me hizo sentir aún más culpable.

—Lo sé, Gala. Pero quiero estar aquí. Y sé que, aunque no lo digas, también quieres que esté-Mis labios se entreabrieron, pero no pude decir nada.

Porque sabía que tenía razón. Claro que quería que estuviera. Lo había querido desde el momento en que se fue la noche anterior. Pero mi miedo a mostrarme débil siempre me detenía, me empujaba a apartar a los que se preocupaban por mí, a levantar un muro que protegiera mis sentimientos. Pero con Jana... ese muro nunca parecía ser lo suficientemente fuerte.

—Lo siento —murmuré finalmente, bajando la mirada, incapaz de sostener la suya por la vergüenza que me embargaba—. Fui una idiota. No debí haberte tratado así.

Sentí su mano cálida cubriendo la mía. Me obligué a mirarla, y ahí estaba de nuevo esa sonrisa, suave y comprensiva. La sonrisa que parecía decirme que todo iba a estar bien, incluso cuando yo misma no lo creía.

—Gala, sé que te sientes vulnerable. Y entiendo por qué actúas así cuando te sientes mal —dijo con voz calmada—. Pero estoy aquí para ti, ¿vale? No tienes que enfrentarlo sola.

Sus palabras, tan sencillas y tan directas, me dejaron sin aliento. ¿Cómo podía ser tan paciente conmigo, tan comprensiva, cuando ni yo misma lograba entender mis propios sentimientos?

Sentí una oleada de emociones recorriéndome, desde la gratitud hasta el remordimiento. Nunca había sido buena expresando lo que sentía, pero con Jana, sentía que cada parte de mí estaba al descubierto, y eso me asustaba. Sin embargo, en ese momento, no había nada más que quisiera hacer que agarrar su mano con más fuerza, anclarme a ella como si fuera mi única conexión con el mundo real.

—No merezco que estés aquí —dije, con un nudo en la garganta—. Te aparté cuando solo querías ayudarme.

Jana negó con la cabeza, su mirada nunca se despegó de la mía.

—No, Gala. Te mereces mucho más de lo que crees —su tono era tan firme y seguro que no me dejó espacio para discutir—. Y yo no me voy a ir, te guste o no.

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora