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Todo el entrenamiento transcurrió sin ningún problema. Me enfoqué en el juego, en los ejercicios, en todo lo que podía mantener mi mente lejos de cualquier otra cosa. El vestuario estuvo animado, como siempre, con bromas entre las chicas y esa energía que siempre acompaña a un buen entrenamiento. Aitana estaba cerca, siempre vigilante, pero no necesitaba decir mucho. Y Jana... bueno, Jana también parecía estar haciendo lo suyo, concentrada en sus propios movimientos, pero la noté un poco ausente.

A medida que avanzaba la mañana, me fui sintiendo más ligera, como si el peso de lo que había sido el inicio del día se fuera disipando con el ritmo del entrenamiento. Y, para ser honesta, fue un alivio. Aunque parte de mí aún estaba tensa, el simple hecho de que mis compañeras actuaran con normalidad y que no me dijeran nada sobre mi cumpleaños me daba ese espacio que tanto necesitaba.

Cuando terminamos y caminamos juntas hacia el coche, algo en el ambiente había cambiado. Jana, que normalmente estaría bromeando o contándome alguna anécdota del entrenamiento, estaba inusualmente callada. Sus manos estaban en los bolsillos, la cabeza un poco inclinada hacia adelante, y su expresión, aunque neutral, dejaba ver que algo le estaba rondando por la mente.

Nos subimos al coche y, durante los primeros minutos del trayecto, el silencio se hizo incómodo. El motor del coche y el ruido suave de la carretera eran lo único que llenaba el espacio entre nosotras. Giré la cabeza para mirarla de reojo. Jana siempre había sido alguien transparente, alguien que no escondía cómo se sentía, y ahora estaba claro que algo le incomodaba.

El silencio me empezaba a pesar. No era el tipo de silencio cómodo que a veces compartimos, el que viene cuando simplemente disfrutamos de la compañía mutua sin necesidad de hablar. No. Este era tenso, como si hubiera algo que se estaba acumulando entre nosotras, y a mí no me gustaba nada esa sensación.

Finalmente, no pude aguantar más.

—Jana, ¿estás bien? —pregunté con suavidad, aunque sabía que la respuesta no sería tan simple.

Ella tardó en responder, apretando un poco más el volante, los nudillos blancos por la presión. Finalmente, soltó un suspiro pesado, pero no me miró.

—Sí... bueno, no lo sé. —Su voz sonaba insegura, algo raro en ella. Jana no solía dudar, y escucharla así me puso en alerta.

Sabía perfectamente por qué estaba así, pero necesitaba escucharla decirlo.

—¿Es por esta mañana? —insistí, girándome un poco más en el asiento para observar su perfil, esperando que me diera algo con lo que trabajar.

Ella asintió sin mirarme. El ceño ligeramente fruncido. Podía sentir cómo se mordía por dentro, cómo esa incomodidad que la estaba carcomiendo tenía más que ver conmigo que con cualquier otra cosa.

—Lo siento —murmuró finalmente—. Sé que te dije que no haría nada, que lo respetaría. Pero no lo hice, e hice que te sintieras mal.

Su voz era apenas un murmullo, pero cada palabra golpeó como si estuviera cargada de culpa. No pude evitar sentir un tirón en el pecho. No quería que se sintiera así. Sabía que lo que había hecho esa mañana había sido con buena intención, aunque no había salido como ella esperaba.

—Jana, ya está —dije, intentando suavizar el ambiente, pero la incomodidad seguía ahí—. Te lo dije, hoy es solo un día más. No quiero que te sientas mal por algo así.

Pero ella seguía sin mirarme, y ese silencio volvía a caer entre nosotras como un muro. Sabía que no era solo la culpa lo que estaba sintiendo. Era más profundo, más personal. Jana odiaba fallar, y en este caso, ella sentía que lo había hecho, que me había fallado. Y eso me dolía más que cualquier otra cosa. No quería que cargara con eso, no cuando todo lo que había intentado era hacerme feliz.

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora