XXXI

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Gala

Estábamos en una tienda del centro comercial, una de esas en las que probablemente no compraríamos nada, pero que de algún modo siempre acabábamos entrando por puro aburrimiento. No sé cómo habíamos llegado a la sección de gafas de sol, pero ahí estábamos, entre un montón de modelos que iban desde lo extravagante hasta lo hortera. Sabía que no íbamos a llevarnos nada de allí, pero de todos modos, estábamos pasándolo tan bien que no importaba.

Me acerqué a un expositor donde había unas gafas enormes, de esas que te cubren media cara, con montura dorada y cristales de colores. Eran lo más ridículo que había visto en mi vida, pero justo por eso las agarré y me las puse.

—Mira esto —le dije a Jana, dándome la vuelta con una pose exagerada, como si estuviera desfilando por una pasarela.

Ella rompió a reír al instante, esa risa contagiosa que siempre conseguía hacerme reír también. Saqué la cadera, levanté la barbilla y empecé a caminar por el pasillo como si fuera una modelo, dando pequeños toques con las manos a las gafas para ajustarlas dramáticamente.

—Madre mía, qué diva —exclamó Jana, entre carcajadas, mientras sacaba el móvil del bolsillo y comenzaba a hacerme fotos.

—Espera, espera, que no he terminado —le respondí, tratando de mantener la compostura aunque yo también estaba a punto de estallar en risas.

Cogí otras gafas, aún más extravagantes, con formas de estrellas y brillantes por todas partes. Me las puse e hice una pose aún más exagerada, llevándome una mano a la frente como si estuviera pensativa y al borde del llanto dramático.

—Es que el mundo no está preparado para mi brillo —dije en tono teatral, imitando a alguna celebridad ficticia que solo existía en mi mente.

Jana soltó una carcajada tan fuerte que la gente de la tienda empezó a mirarnos, pero ninguna de las dos podía contenerse. Ella no dejaba de hacerme fotos, capturando cada una de mis poses absurdas. Estaba claro que ninguna de las dos se tomaba aquello en serio, pero justo eso lo hacía más divertido.

—Tienes que probarte estas —dije, acercándole unas gafas de sol enormes con montura de leopardo—. Serás una auténtica estrella de rock.

—No, no, esas son demasiado para mí —respondió ella, tratando de apartarlas, aunque su sonrisa la delataba.

—¿Demasiado? —pregunté, alzando una ceja—. Por favor, Jana, si alguien aquí puede llevar esto, eres tú.

Finalmente, con una mezcla de resignación y diversión, se las puso. Cuando se las vi puestas, fue mi turno de reírme. Las gafas eran ridículas, pero de alguna manera, le quedaban increíblemente bien, aunque dudo que se lo hubiera planteado.

—Vale, ahora soy yo la estrella de rock —dijo, posando como si estuviera a punto de subirse a un escenario.

—Definitivamente —dije, sacando mi móvil para devolverle el favor y hacerle unas cuantas fotos también—. Eres todo un ícono, ¿sabes?

Ella sacudió la cabeza, todavía riendo, mientras se quitaba las gafas y las dejaba de nuevo en su sitio. Nos quedamos un momento en silencio, las dos recuperándonos de las carcajadas. Y aunque era solo una tontería, una de esas situaciones absurdas en las que cualquiera podría encontrarse, había algo en el momento que me hacía sentir increíblemente cómoda.

Estábamos siendo nosotras mismas, sin ninguna preocupación, sin presión, simplemente disfrutando. Esa facilidad con la que todo fluía entre Jana y yo era algo que me había estado acompañando durante semanas. No necesitábamos hacer nada especial para que fuera divertido; solo bastaba con estar juntas y el resto simplemente pasaba.

Volví a coger las gafas de sol doradas y me las puse de nuevo, pero esta vez me acerqué a un espejo para verme mejor. Jana se acercó también, de pie a mi lado, y las dos nos miramos en el reflejo. Éramos un desastre con esos accesorios ridículos, pero al mismo tiempo, no podía recordar una tarde en la que me hubiera reído tanto en mucho tiempo.

—Esto es lo más glamuroso que he hecho en mi vida —bromeé, mientras me quitaba las gafas y las dejaba de nuevo en el expositor.

—Sin duda —respondió Jana, con una sonrisa que parecía quedarse permanentemente en su rostro cada vez que estábamos juntas.

Y por un momento, me quedé mirándola. Había algo en esos ojos, en la forma en que me miraba, que me hacía sentir... diferente. Pero antes de que pudiera pensar demasiado en ello, Jana rompió el silencio.

—¿Vamos a otra tienda o seguimos aquí posando como estrellas de Hollywood? —preguntó, burlona.

Sonreí, sintiendo cómo una pequeña chispa de algo, que aún no entendía del todo, se encendía en mi interior.

—Vamos, diva —le respondí, dándole un pequeño empujón en el hombro mientras caminábamos hacia la salida de la tienda, listas para seguir con la tarde, pero con esa risa compartida aún colgando en el aire.

Llegamos a una heladería después de recorrer varias tiendas, todavía riéndonos por las tonterías que habíamos hecho con las gafas de sol. El lugar era acogedor, con una vitrina enorme que mostraba todo tipo de sabores de helado, desde los más clásicos hasta combinaciones que jamás había imaginado.

—Creo que nunca he visto tantos sabores juntos —dije, medio sorprendida mientras intentaba decidirme.

—Yo ya sé qué voy a pedir —respondió Jana, casi sin dudarlo.

No me sorprendió. Jana siempre parecía tener claro lo que quería, incluso en las pequeñas cosas. Cuando llegó nuestro turno, pedí un helado de chocolate con almendras, mi favorito, mientras ella optaba por algo más colorido: un cucurucho de mango.

Recibimos nuestros helados, y antes de que pudiera saborear el mío, Jana ya había sacado su móvil. La observé de reojo, sonriendo. Ya me había dado cuenta de que era de esas personas que necesitaban hacer fotos de absolutamente todo antes de comer.

—¿Me agarras el mío un segundo? —me pidió, con la cámara ya enfocada hacia los helados.

Resoplé, pero con una sonrisa, porque ya me lo esperaba. Me pasó su cucurucho y, con un movimiento algo torpe, intenté sujetar los dos mientras ella buscaba el ángulo perfecto. Jana dio un par de pasos hacia atrás, agachándose ligeramente, claramente intentando capturar el helado desde todas las perspectivas posibles.

—Estás tardando una eternidad —dije, a modo de broma, mientras sostenía los dos conos con cuidado. El de Jana empezaba a derretirse un poco por los bordes.

—Es que la luz aquí no es la mejor —respondió ella, concentrada, sin levantar la vista de la pantalla.

—¿Quieres que sujete una lámpara o algo? —pregunté, divertida, mientras seguía en mi labor de equilibrista.

Finalmente, después de lo que me pareció una sesión de fotos completa digna de cualquier influencer, Jana sonrió satisfecha y guardó su móvil.

—Listo —anunció triunfante, cogiendo su helado de mis manos—. Ahora sí, a comer.

—Por fin —dije, exagerando un suspiro de alivio antes de darle una primera lamida al mío.

Nos sentamos en una pequeña mesa afuera de la heladería, bajo el cálido sol de la tarde. La brisa era suave, y había algo increíblemente relajante en el ambiente. Mientras saboreaba mi helado, me di cuenta de lo bien que me sentía en ese momento, de lo natural que era estar allí con Jana. No había presión ni incomodidades, solo risas y momentos sencillos que, de alguna forma, se sentían importantes.
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Vaya dos se han ido a juntar


𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora