XLIII

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Aitana se acercó rápidamente a la recepción del hospital, su rostro era una mezcla de determinación y preocupación, mientras yo caminaba detrás de ella, sintiendo un nudo en el estómago que no paraba de apretarse más y más con cada paso que dábamos.

—Hola, mi hermana está aquí, Gala Bonmatí —dijo Aitana, su voz firme, aunque noté el leve temblor en su tono.

La recepcionista tecleó en su ordenador sin levantar la vista, el sonido de las teclas parecía amplificarse en el silencio del hospital. Después de unos segundos, que se sintieron como una eternidad, la mujer nos miró y dijo:

—Habitación 307, en el tercer piso. Pueden tomar el ascensor al fondo del pasillo-Aitana asintió con un leve gesto de agradecimiento antes de girarse y dirigirse rápidamente hacia el ascensor.

Yo la seguí, sintiendo el peso de la incertidumbre en cada paso que daba. Mientras subíamos en el ascensor, mi mente no dejaba de imaginar lo peor, repasando el momento del impacto una y otra vez, como si eso fuera a darme alguna claridad. ¿Cómo había podido pasar algo así? Gala era una de las jugadoras más fuertes que conocía, pero ahora estaba en una cama de hospital, y no sabíamos hasta qué punto estaba herida.

El sonido de la campana del ascensor nos sacó de nuestros pensamientos cuando llegamos al tercer piso. Salimos rápidamente, buscando el número de la habitación, mis ojos recorriendo cada puerta hasta que finalmente lo vi: 307.

Aitana fue la primera en llegar, levantando la mano para tocar la puerta. Hizo un gesto suave, casi con miedo de interrumpir. Después de un par de segundos, giró el pomo y entramos con cuidado, como si estuviéramos entrando en un lugar sagrado.

Ahí estaba Gala, en la cama, su rostro pálido y su respiración lenta. Parecía estar profundamente dormida, su cuerpo estaba cubierto por una fina manta, pero lo que más llamó mi atención fue la expresión de dolor que aún se reflejaba en sus facciones. A su lado, un médico revisaba algunas notas en una tablet. En cuanto nos vio entrar, se acercó a nosotras con una mirada calmada, pero profesional.

—¿Es su familiar? —preguntó el médico, dirigiéndose a Aitana.

—Sí, soy su hermana —respondió Aitana rápidamente, la ansiedad claramente palpable en su voz—. ¿Cómo está? ¿Qué le ha pasado?

El médico miró a Gala por un segundo antes de responder, midiendo sus palabras.

—Por ahora está dormida, le hemos administrado pastillas para el dolor, y han comenzado a hacer efecto. Lo más importante es que no parece haber daños graves en órganos internos, pero... —hizo una breve pausa, mirando de nuevo a Aitana— se ha roto dos costillas por el impacto.

Sentí cómo todo mi cuerpo se tensaba de inmediato al escuchar esas palabras. Dos costillas rotas... No era solo un golpe, no era algo menor. Aitana, a mi lado, cerró los ojos un segundo, respirando profundamente, como si intentara procesar la noticia sin perder la compostura.

—¿Está... fuera de peligro? —preguntó Aitana finalmente, con la voz más tranquila de lo que yo misma me sentía.

El médico asintió.

—Sí, está fuera de peligro. Pero necesitará tiempo para recuperarse. Las costillas rotas pueden tardar varias semanas en sanar completamente, y durante ese tiempo tendrá que evitar cualquier actividad física intensa. Además, el dolor será considerable durante los primeros días-Aitana apretó los labios, claramente intentando mantenerse firme, aunque la preocupación se veía en cada línea de su rostro.

Mis ojos se volvieron hacia Gala, quien seguía dormida, ajena a la conversación que estábamos teniendo. Me acerqué un poco más a la cama, observando cómo su pecho se movía con dificultad al respirar.

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora