LXVIII

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El agua caliente caía sobre mi cuerpo mientras cerraba los ojos, dejando que el vapor llenara la ducha. Intentaba centrarme en el calor, en la sensación reconfortante del agua, pero no podía escapar de mis propios pensamientos. Hoy, más que nunca, los recuerdos de aquel día volvían a mi mente, golpeando con la misma fuerza que lo hicieron en su momento. Recordaba más de lo que alguna vez le había contado a Aitana. A veces, me preguntaba si debí ser más honesta con ella, pero ni siquiera estaba segura de querer enfrentar todo aquello.

Aquella tarde de mi cumpleaños, el cielo se tornaba cada vez más oscuro, como si el mismo universo supiera lo que estaba a punto de suceder. Mis "amigas", o al menos, aquellas que creía que lo eran, me dijeron que habían planeado algo especial para mí. No sabía muy bien qué esperar, pero por primera vez en semanas, sentí una pequeña chispa de emoción. Estaba lesionada, lidiando con la frustración de no poder entrenar, pero la idea de que tal vez habían preparado algo para animarme me daba algo de esperanza.

Me llevaron a un lugar apartado, un sitio que no reconocía bien, y cuando llegamos, todo se sentía extraño. El aire estaba frío, y el cielo gris apenas dejaba pasar algo de luz. Aún así, no me atreví a decir nada. Después de todo, ¿quién se queja en su propio cumpleaños? Sin embargo, lo que me pedían era cada vez más raro. Me dijeron que fuese a comprar algo para picar, unas chucherías o algo así. Lo extraño era que insistieron en que fuera yo, a pesar de estar lesionada.

—Dame mis muletas —les pedí con voz baja, intentando sonar tranquila, aunque por dentro ya me estaba sintiendo mal.

Ellos, algunos de los chicos que siempre se unían a nosotras, llevaban un rato jugando con mis muletas. Se las habían estado pasando de mano en mano, imitando mi manera de caminar con ellas. Al principio había intentado tomármelo como una broma, una de esas tontas bromas que los adolescentes hacen sin pensar, pero ahora ya era demasiado.

—Apáñatelas sin ellas —me contestaron, riéndose como si aquello fuera lo más gracioso del mundo.

Me quedé helada. Miré las muletas en sus manos, deseando poder cogerlas, pero el miedo a replicar se apoderó de mí. Tenía miedo de que si decía algo, empeoraría todo. Así que, con la cabeza gacha y sintiéndome más pequeña que nunca, les hice caso. Me giré y caminé hacia la tienda más cercana, cojeando todo el camino. Cada paso era doloroso, no solo físicamente por mi lesión, sino porque sentía que la poca dignidad que me quedaba se iba con cada paso que daba sin mis muletas.

El cielo se oscurecía más a cada segundo, y yo no podía sacudirme la sensación de que algo iba mal. Aún así, me aferré a la idea de que cuando volviera, todo estaría bien, que me estaban esperando con una sorpresa o algo. Quizás todo esto era parte de algún plan que no entendía. Pero cuando regresé, lo que encontré fue un silencio aterrador.

El lugar donde me habían dejado estaba vacío. No había nadie, ni una sola persona. Y lo peor de todo, mis muletas estaban allí, en el suelo. Rotas. Las piezas de metal estaban dobladas y torcidas, como si alguien las hubiera destrozado deliberadamente.

Me quedé quieta, sin saber qué hacer. El miedo y la desesperación comenzaron a apoderarse de mí. Las lágrimas llenaron mis ojos y la garganta se me cerró de angustia. No podía caminar bien sin las muletas, y ahora, ni siquiera tenía forma de volver a casa. Me sentía completamente abandonada, traicionada por las personas que pensaba que se preocupaban por mí.

Recuerdo que me senté en el suelo, al lado de los restos de mis muletas, y lloré. Lloré porque no entendía por qué me habían hecho eso. Lloré porque me sentía ridícula por haber confiado en ellos. Lloré porque, en ese momento, me di cuenta de que estaba sola.

No sé cuánto tiempo pasó, pero la noche ya había caído cuando finalmente reuní el valor para llamar a Aitana. La voz me temblaba tanto que apenas podía hablar, pero le pedí ayuda, llorando como una niña perdida.

El agua de la ducha seguía cayendo, arrastrando las lágrimas que no me había dado cuenta que estaban cayendo por mis mejillas. Recordar aquel día aún dolía, y aunque no se lo contara a nadie, esa experiencia había dejado una marca imborrable en mí. Desde entonces, los cumpleaños dejaron de ser algo que celebrara.

Jana

Me quedé sentada en el comedor, mirando la mesa con todo lo que había preparado, y lo único que sentía era un nudo en el estómago. Sabía que lo había hecho mal, muy mal. Gala me lo había dejado claro, desde el principio me había dicho que no quería nada para su cumpleaños, pero yo no había sabido escucharlo, o no había querido. Y ahora ella estaba en la ducha, y yo no podía dejar de pensar en cómo se había alejado de mí, como si lo que acababa de hacer no fuera un simple descontento, sino algo más profundo, más doloroso.

El sonido del agua corriendo en el baño me mantenía atrapada en ese remolino de pensamientos. Me recosté en la silla, tratando de entender cómo algo tan sencillo, como un desayuno especial, podía haber tocado una fibra tan sensible en Gala. Pero lo más frustrante era que no entendía del todo por qué. ¿Qué había detrás de ese "no quiero nada"? ¿Qué le dolía tanto de este día?

La imagen de su expresión cuando le dije “Feliz cumpleaños” me perseguía. El beso que le di fue respondido con un gesto que no me esperaba. Ella se separó rápido, como si mi cariño en ese momento fuera demasiado para soportar. Y entonces vino su respuesta, esa firmeza que rozaba lo borde, casi defensiva.

No era un simple malestar, era más profundo, más visceral. Lo supe en ese instante, y ahora estaba aquí, sola en el comedor, preguntándome qué había hecho mal exactamente. Me quedaba claro que no se trataba de una rabieta por algo superficial, sino que había algo más en su rechazo, algo de lo que yo no tenía ni idea. ¿Qué era lo que la tenía tan cerrada a la idea de celebrar su cumpleaños? ¿Por qué algo tan sencillo como un gesto de amor podía desencadenar una reacción tan fuerte en ella?

Suspiré y me pasé la mano por el pelo, sintiendo el peso de la culpa hundiéndose en mi pecho. Sabía que no debería haber insistido. Gala me había advertido que no quería que este día fuera diferente a cualquier otro. Me había dicho "nada" y, estúpida de mí, había interpretado que ese "nada" aún podía ser algo pequeño, algo que no la incomodara. Pero lo que estaba claro es que "nada" significaba exactamente eso: nada.

El silencio en la casa era ensordecedor. El comedor, que en mi mente debía haber sido un lugar cálido y acogedor para empezar el día, ahora se sentía frío y vacío. La luz suave del sol apenas entraba por las ventanas, y las cosas sobre la mesa, que antes me habían parecido una buena idea, ahora parecían fuera de lugar. Cada pequeño detalle, cada plato de pastas, cada taza de café, ahora me parecía un error monumental.

¿Qué es lo que me estaba perdiendo? ¿Qué había en su pasado que hacía que cualquier gesto en su cumpleaños la hiriera de esta manera? Sabía que Aitana lo entendía. Su reacción cuando le mencioné la idea de la sorpresa había sido reveladora. Algo no cuadraba, algo que yo no sabía y que Aitana se guardaba.

Otra ola de culpa me golpeó. ¿Y si ese "algo" era tan importante que ahora yo lo había traído a la superficie sin querer? No quería hacerle daño. Lo último que quería era que este día, que había planeado para que fuera especial, terminara siendo todo lo contrario, recordándole algo que, claramente, ella prefería dejar en el pasado. Pero… ¿qué era ese pasado?

El agua de la ducha finalmente dejó de correr, y el silencio que siguió me puso aún más nerviosa. Me mordí el labio, sabiendo que tenía que hablar con ella, pedirle perdón, pero también temiendo lo que pudiera encontrar si indagaba más. La verdad era que aún no sabía si estaba lista para escuchar lo que Gala no había compartido conmigo.

Me quedé esperando, sintiendo el peso de la conversación que se avecinaba y el temor de haber roto algo en ella que no sabía cómo arreglar.
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😭😭

Habré escrito la palabra nada unas 200 veces

La nueva historia está cogiendo muy buenas formas😈

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora