XLIV

553 75 9
                                    

Jana

Cuando Gala comenzó a moverse lentamente en la cama, me acerqué al borde, esperando verla despertar con esa sonrisa que siempre iluminaba cualquier habitación. Pero cuando abrió los ojos, la expresión en su rostro no era ni siquiera un asomo de alegría. Estaba seria, tensa, como si el simple hecho de estar allí fuera una carga para ella.

—Gala… —susurré, con la esperanza de que mi voz suave pudiera aliviar un poco de la incomodidad que seguramente sentía.

Ella giró la cabeza hacia mí, sus ojos apenas se encontraron con los míos antes de desviarse rápidamente hacia la ventana, como si mirar cualquier otra cosa fuera más fácil que enfrentarme. Esa pequeña acción, tan insignificante pero tan elocuente, me apretó el corazón. Sabía que estaba dolida, no solo físicamente, sino también por algo más profundo. Algo que yo no sabía cómo alcanzar.

—¿Cómo te sientes? —pregunté, tratando de romper el silencio que se había vuelto insoportable.

—Bien. —Su respuesta fue corta, seca. No era la Gala que conocía. La Gala con la que había compartido sonrisas, bromas y besos. Esa Gala se había desvanecido tras el choque, y lo que quedaba ahora era una versión distante de ella, una versión que parecía haberse levantado una muralla invisible.

Me quedé en silencio, esperando, dándole espacio. Pero, al mismo tiempo, quería acercarme, quería romper esa barrera que sentía crecer entre nosotras, minuto a minuto.

—¿Necesitas algo? —intenté nuevamente, buscando cualquier excusa para mantenerme cerca, para estar allí para ella.

—No, estoy bien —dijo, esta vez sin siquiera mirarme.

"Bien." Sabía que no lo estaba, pero no quería presionarla. Sabía que Gala era así cuando se sentía vulnerable. Lo había oído de Aitana, lo había visto en pequeños momentos antes, pero ahora lo estaba viviendo en carne propia, y dolía mucho más de lo que esperaba. Verla tan cerrada, tan distante conmigo, me hacía sentir impotente, como si todo lo que habíamos construido en estas semanas se estuviera desmoronando ante mis ojos, ladrillo a ladrillo.

El silencio volvió a instalarse en la habitación, pero esta vez era más frío, más distante. Y por primera vez desde que estábamos juntas, no sabía cómo acercarme a ella. La chica que solía hacerme reír, la que siempre encontraba una manera de sacarme una sonrisa o de hacerme sentir especial, ahora me miraba como si fuera una extraña.

Me quedé sentada en la silla al lado de su cama, sin atreverme a moverme, sin saber si debía irme o quedarme. Cada minuto que pasaba, sentía como si estuviera perdiéndola poco a poco, como si se estuviera alejando sin moverse un solo centímetro de esa cama.

Finalmente, Gala rompió el silencio.

—Puedes irte, Jana —dijo, su voz apenas un susurro. No era una orden, pero tampoco una invitación a quedarme.

—¿Qué? —Mi voz sonó más rota de lo que esperaba—. No… quiero quedarme contigo.

Gala suspiró y cerró los ojos, como si el simple hecho de tenerme allí fuera agotador. La persona que siempre lograba hacer que todo pareciera fácil, ahora se veía tan frágil, tan distante.

—No hace falta —dijo, con más firmeza esta vez—. Estaré bien.

Y ahí estaba, el muro. Ese maldito muro que Aitana me había advertido, ese que Gala levantaba cuando no quería que nadie la viera en su peor momento, cuando prefería fingir que todo estaba bien antes que dejar que alguien se acercara demasiado. Pero ¿por qué lo hacía conmigo? Después de todo lo que habíamos compartido, de todo lo que sentía por ella, ¿por qué ahora, cuando más me necesitaba, me estaba alejando?

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora