LXVI

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Aitana

Mi mente se desvió hacia un momento oscuro en el pasado de Gala, un recuerdo que había guardado muy dentro. Era una época complicada, llena de inseguridades y dolor. Gala había comenzado a lidiar con una lesión que la mantenía fuera del campo, y eso ya era difícil para ella. Pero había algo más que pesaba en su corazón, algo que la estaba destruyendo desde adentro.

Recuerdo los días en los que Gala llegaba a casa con una sonrisa falsa. La observaba desde el comedor mientras ella se encerraba en su habitación, intentando ocultar su tristeza. Sabía que no solo le dolía la rodilla; era un dolor más profundo, uno que yo no podía ver, pero que podía sentir.

El acoso en el instituto comenzó de manera sutil. Eran sus “amigas” quienes se reían de ella a sus espaldas, quienes la excluían de las conversaciones, quienes le hacían sentir que no encajaba. Y yo, aunque me daba cuenta de que algo no estaba bien, no sabía cómo ayudarla. Le preguntaba si estaba bien, y siempre respondía con un “sí” forzado que me desgarraba por dentro. Me decía que estaba cansada, que había mucho que estudiar, que prefería quedarse en casa.

Un día, me atreví a confrontarla. “Gala, ¿hay algo que no me estás contando?” le pregunté, sintiendo que el peso de sus secretos me oprimía. Ella me miró con una mezcla de tristeza y frustración, pero nunca me dio una respuesta. Simplemente bajó la mirada y cambió de tema.

Las cosas parecieron mejorar un poco cuando sus “amigas” comenzaron a tratarla mejor. De repente, se dieron cuenta de que tenía una lesión y, como por arte de magia, comenzaron a incluirla en sus planes. Gala empezó a sonreír de nuevo, a reírse con más frecuencia, y aunque yo sabía que era un alivio momentáneo, me alegré por ella. La vi recuperar algo de su esencia, y eso me hizo sentir esperanzada.

Pero todo cambió en su cumpleaños. Era un día que debería haber sido especial, lleno de risas y sorpresas. Una de las chicas, la que había estado más cerca de ella, le propuso que la acompañara a un lugar. Gala, emocionada y sin sospechar nada, aceptó sin dudarlo. Yo la vi irse, feliz y despreocupada, pero dentro de mí había una pequeña voz que no podía dejar de preocuparse.

Esa voz tenía razón.

Era una noche tranquila, y después de que Gala saliera, el tiempo comenzó a arrastrarse lentamente. Al principio, no me preocupé demasiado. Era su cumpleaños, y a pesar de nuestras diferencias, pensé que tal vez estaba disfrutando con sus amigas. Sin embargo, a medida que las horas pasaban, una inquietud empezó a formarse en mi pecho.

Miré el reloj repetidamente. La cena había terminado, y ya era tarde. Decidí mandarle un mensaje, algo ligero, preguntándole si estaba bien y cuándo volvería. Pasaron los minutos y no recibí respuesta. La preocupación se convirtió en un nudo en mi estómago, una sensación incómoda que no podía ignorar.

Finalmente, cuando ya era casi medianoche, mi teléfono sonó. Al ver el nombre de Gala en la pantalla, un alivio inmediato me invadió, pero eso duró poco. Su voz, entrecortada y llena de sollozos, me dejó helada.

—Aitana… —dijo, y no pude evitar sentir el pánico en su tono—. Necesito ayuda.

—¿Dónde estás? —pregunté, mi corazón latiendo con fuerza—. ¿Que ha pasado?

Ella soltó un sollozo, y el sonido me hizo sentir como si el aire se me escapara. No sabía lo que había ocurrido, pero sabía que no era bueno.

—Me han dejado sola… —dijo, su voz temblando—. Estoy… estoy asustada.

Esa frase me atravesó como un rayo. Recordé el miedo que había sentido antes, las experiencias que había compartido, y un profundo instinto protector se encendió en mí.

—¿Dónde estás, Gala? —insistí, intentando mantener la calma mientras mi mente se desbordaba de imágenes aterradoras—. Puedo ir a buscarte

—No lo sé… —dijo, y podía escuchar el ruido de coches de fondo. No podía dejarla así.

-Tata mándame tu ubicación ya-Dije firme pero con muchísima preocupación.

Sin pensar en nada más, salí de casa. La noche era oscura, y la brisa fría me golpeaba la cara, pero no me importaba. Solo quería encontrarla y asegurarme de que estaba bien.

Estaba a unos minutos de distancia, pero sentí que cada segundo era una eternidad. Las luces de la calle pasaban rápidamente, y mi mente se llenaba de preocupaciones. ¿Quién le había hecho daño? ¿Por qué estaba sola?

Finalmente, llegué y, al buscar con la mirada, la vi. Estaba sentada en un banco, con las manos entrelazadas y la mirada perdida. Cuando me acerqué, me di cuenta de que estaba llorando, y mi corazón se rompió por ella.

—Gala —dije suavemente, acercándome—. Estoy aquí.

Ella levantó la vista, y al verme, sus lágrimas se desbordaron aún más. Corrí hacia ella, la abracé con fuerza, sintiendo cómo sus brazos temblaban mientras se aferraba a mí.

—Lo siento —dijo entre sollozos—. Lo siento tanto.

—No tienes que disculparte —le respondí, acariciando su cabello—. Estoy aquí. Solo quiero que estés bien. ¿Que ha pasado?

Gala inhaló profundamente, intentando calmarse, y mientras lo hacía, me di cuenta de que su fragilidad era aún más desgarradora. La había visto fuerte en el campo, en muchísimas situaciones, pero en ese momento, era solo una niña asustada que necesitaba a su hermana.

—Me dejaron sola. Pensé que iba a ser divertido… pero no. Me hicieron creer que todo estaba bien y luego… me dejaron aquí-La ira y la tristeza burbujearon en mí. Sabía que había algo más, algo que había estado atormentándola.

—Vamos a casa —dije finalmente.

Tomé su mano y la llevé conmigo. Esa noche, supe que nunca dejaría que algo así volviera a pasarle. No importaba lo que tuviera que hacer; siempre estaría a su lado, lista para protegerla de cualquier sombra del pasado.

Desde ese momento, supe que nunca podría dejarla sola, no otra vez.

Por eso, cuando me dijo que quería irse a Alemania, una parte de mí se negaba a aceptar su decisión. No podía evitarlo. ¿Cómo iba a estar tranquila sabiendo que si algo volvía a suceder, no estaría allí para protegerla? No solo era la distancia lo que me preocupaba, era la idea de que, si alguna vez volvía a sentirse sola o traicionada, yo no estaría a su lado. El miedo me consumía, y no podía soportar la idea de que Gala pudiera pasar por algo así de nuevo.

Pensé en todas las veces que me había necesitado, en cada momento en el que la sostuve cuando el peso de todo lo que estaba viviendo era demasiado para ella. Aquel episodio en el instituto, cuando la acosaban, cuando sus supuestas amigas la dejaron sola en medio de la nada en su cumpleaños… Esa herida nunca llegó a cerrarse del todo. La inseguridad se había quedado con ella, y yo me quedé con la responsabilidad de protegerla.

No es que no creyera en su capacidad para enfrentarse al mundo por su cuenta, pero el simple hecho de que pudiera necesitarme y yo no estuviera cerca... eso me aterraba. Por eso, rechacé su decisión de irse a Alemania al principio. No podía soportar la idea de no estar allí si algo le pasaba. Mi mente no pensaba en lo que sería mejor para ella, solo en el miedo de perderla, en el miedo de no poder estar para ayudarla si lo necesitaba.

Sé que probablemente fui injusta con ella, que la limité cuando lo único que quería era encontrar su camino, su lugar. Pero no pude evitarlo. Es mi hermana, y siempre sentiré esa responsabilidad de cuidarla, de protegerla de todo lo malo. A veces pienso que quizá fui egoísta, pero en el fondo, sé que todo lo que hice fue porque la amo, porque el miedo de que vuelva a sufrir me consume más de lo que puedo admitir.

Y aunque Gala ya no es esa niña vulnerable de antes, aunque sé que ha crecido y es fuerte, esa herida en mi corazón nunca desaparecerá del todo. Y tampoco desaparecerá mi deseo de estar allí para ella, sin importar cuántas veces quiera volar lejos.
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Ya sabemos el porqué😭

Mi Gala pobreta

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora