XXVIII

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Volvimos a concentrarnos en los ejercicios, pero mi mente seguía viajando a aquellos días de dolor y recuperación. Veía cómo Gala trabajaba con una dedicación que parecía iluminar el gimnasio, cómo cada movimiento suyo estaba cargado de una determinación serena que antes no había visto. Aunque su cuerpo se movía con la fluidez de alguien que había superado grandes adversidades, no podía evitar sentir una punzada en el pecho al recordar todo lo que había pasado para llegar hasta aquí.

En ese momento, me di cuenta de que el miedo a que algo volviera a romperse seguía ahí, latente, aunque Gala se mostrara fuerte. Era una preocupación irracional, quizás, pero el temor de que todo el sacrificio pudiera desmoronarse de nuevo me invadía. Verla levantar pesas con tanta firmeza y seguridad, sabiendo lo que había pasado, me hacía admirarla aún más. Cada vez que alzaba una pesa, veía no solo su fortaleza física, sino también la emocional, la misma que había ayudado a sanar su espíritu en medio del dolor.

Miraba cómo trabajaba en cada estación del gimnasio, esforzándose sin quejarse, y sentía que había algo más en sus movimientos que simplemente el deseo de estar en forma. Había una historia detrás de cada repetición, un viaje de recuperación y autoafirmación que solo ella conocía completamente. Mi corazón se hinchaba de orgullo al ver que no solo había vuelto, sino que estaba más fuerte que nunca. Aquel dolor, aquellos días oscuros, no la habían vencido. En lugar de ello, habían forjado a alguien que parecía invencible, aunque sabía que no lo era.

Mientras estábamos en medio de una serie de ejercicios de resistencia, Gala se tomó un momento para beber agua, y me di cuenta de que la inquietud en mi pecho no se había disipado. Me preguntaba si todo estaba realmente bien o si, en el fondo, estaba escondiendo su vulnerabilidad detrás de una fachada de fortaleza. El tiempo había pasado, pero las viejas preocupaciones seguían presentes, aunque ahora se mezclaran con un profundo sentido de admiración.

—Has cambiado mucho —murmuré, más para mí misma que para ella, mientras la observaba concentrada en su siguiente serie.

Gala levantó una ceja, sorprendida. Dejó la botella de agua a un lado y me miró curiosa.

—¿A qué te refieres? —preguntó, su voz sincera y directa, sin detenerse en su ejercicio.

—No sé... simplemente lo siento. Te has hecho más fuerte —dije, tratando de ocultar la emoción que me invadía con una sonrisa forzada.

Ella me devolvió la sonrisa, una de esas sonrisas genuinas que había aprendido a valorar tanto. Era una sonrisa que decía mucho más que simples palabras, una sonrisa que reflejaba todo el viaje emocional que había recorrido.

—Supongo que sí —respondió con un encogimiento de hombros, como si todo lo que había pasado fuera simplemente parte del camino—. Tenía que hacerlo, ¿no?

Ese simple "tenía que hacerlo" resumía todo. La lucha, el dolor, las dudas. Y también la victoria que había logrado sobre todo aquello. Mi hermana pequeña no solo había vuelto a jugar, sino que había encontrado en sí misma la fuerza que siempre había tenido, pero que en algún momento pareció perder. Había superado sus miedos, había enfrentado la adversidad y se había levantado de nuevo, más fuerte y más decidida.

Sentí una ola de orgullo que me llenaba por completo, aunque al mismo tiempo, una pequeña parte de mí seguía preocupada, preguntándose si todo estaba realmente bien o si simplemente estaba escondiendo su vulnerabilidad. Pero al ver la determinación en sus ojos, me di cuenta de que Gala había crecido. Había pasado de ser una joven promesa a una jugadora consolidada que sabía lo que quería y cómo conseguirlo. Y eso, para mí, era lo más importante.

A partir de ese momento, me prometí a mí misma que, pase lo que pase, estaría a su lado. No solo como hermana, sino también como compañera de equipo. Porque Gala había luchado demasiado para llegar hasta aquí, y no iba a dejar que nada ni nadie le quitara de nuevo lo que tanto le había costado recuperar. Si alguna vez volvía a enfrentarse a un desafío, lo haría con la certeza de que no estaría sola, de que siempre tendría a alguien que la apoyara.

La jornada en el gimnasio continuó, pero mi mente seguía regresando a ese momento de revelación. Me di cuenta de que no solo estaba viendo a mi hermana regresar al campo, sino que también estaba aprendiendo a apreciarla en una nueva luz. Gala había enfrentado sus demonios, había trabajado duro para recuperar su lugar y, lo más importante, había demostrado una fortaleza que me inspiraba profundamente.

Gala

En medio de un pequeño descanso durante el entrenamiento, me acerqué a donde Jana estaba. Nuestras botellas de agua estaban juntas, así que aproveché para tomar un sorbo y charlar un momento con ella. La rutina de ejercicios estaba resultando más dura de lo que había anticipado, pero sorprendentemente, me sentía bien. De alguna manera, todo se estaba alineando y sentía que estaba logrando mantenerme al ritmo, a pesar de las dificultades iniciales.

Jana se giró hacia mí, una sonrisa traviesa en el rostro.

—¿Qué tal ha ido? —preguntó, con esa actitud relajada que siempre la caracterizaba.

Me encogí de hombros, intentando parecer casual, aunque no podía ocultar una sonrisa satisfecha.

—Sorprendentemente bien. —Mi tono era alegre, casi incrédulo ante lo bien que estaba manejando el entrenamiento.

Jana arqueó una ceja y soltó un "Te lo dije", en un tono de burla amistosa. Era una de esas frases que solía decirme cada vez que lograba algo que había puesto en duda, una especie de lema no oficial que nos unía durante las semanas en las que nos conocimos más a fondo.

Yo, para no quedarme atrás, le hice una mueca de desaprobación y rodé los ojos en señal de que no me sorprendía en absoluto que ella tuviera razón. Mi gesto le hizo soltar una risa burlona, y antes de que pudiera reaccionar, sentí una colleja amistosa en el brazo.

—¡Oye! —exclamé, frotándome el lugar donde me había golpeado. 

Jana se rió con ganas, y su risa fue contagiosa. Su actitud relajada y su sonrisa genuina hicieron que el pequeño golpe se sintiera más como una muestra de cariño que una molestia. Empezamos a reír juntas, compartiendo uno de esos momentos ligeros y cómplices que habíamos acumulado a lo largo de las semanas.

La risa nos conectaba de una manera especial, y mientras nos tomábamos un respiro, me di cuenta de cuánto había disfrutado de esos momentos con Jana. Eran las pequeñas cosas, los chistes compartidos, las bromas internas, los abrazos rápidos y las collejas juguetonas, lo que había hecho que nuestra amistad se fortaleciera tanto en tan poco tiempo.

—¿Cómo van tus entrenamientos? —le pregunté, mientras ambos bebíamos un sorbo de agua.

Jana se encogió de hombros, manteniendo la sonrisa.

—Bueno, ya sabes, el mismo cuento de siempre-Sus palabras me hicieron reír de nuevo. Cada vez que mencionaba su lesión anterior, podía ver cómo su humor y su optimismo nunca se habían perdido, incluso en los momentos más difíciles.

—Te imagino en la cama, rodeada de cojines y sintiéndote como una reina en reposo —bromeé.

Jana se echó a reír, y nuestras risas llenaron el vestuario.

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Aitana va a dar una pequeña asistencia en el siguiente capítulo😋

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora