XXXII

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Estábamos caminando por el centro comercial después de haber devorado nuestros helados, pasando de tienda en tienda sin un rumbo fijo, solo disfrutando de la tarde. En algún momento, terminamos entrando en una tienda de animales, más por curiosidad que por intención real de comprar algo. Jana y yo nos reímos al ver a los cachorros y los gatitos jugueteando tras los cristales, pero fue en la sección de los pequeños roedores donde Jana de repente se quedó completamente embobada.

—Mira, hámsters —dijo, con una sonrisa que parecía de niña pequeña mientras se acercaba al acuario de vidrio donde varios hámsters correteaban entre el aserrín y los túneles de plástico.

Me acerqué a su lado, mirándolos también con una sonrisa, aunque la verdad es que nunca había sido muy fan de los roedores.

—Siempre he querido tener uno —confesó Jana, apoyándose contra el cristal, como si observar a los pequeños hámsters fuese lo más fascinante del mundo.

—¿En serio? —pregunté, con algo de sorpresa. Era gracioso imaginar a Jana, la defensa implacable del Barça, embelesada con una cosita tan pequeña—. Yo tuve dos cuando era pequeña.

Jana me miró, visiblemente interesada, dejando de lado el acuario por un momento.

—¿De verdad? —preguntó, alzando una ceja—. ¿Tú y Aitana?

Asentí con una sonrisa.

—Sí. Uno era mío y el otro de Aitana-Contesté con una sonrisa.

—¿Y cómo se llamaban? —quiso saber, sonriendo con curiosidad.

—El de Aitana tenía un nombre bastante normal. No recuerdo bien —dije, moviendo una mano en el aire como si no tuviera demasiada importancia.

Jana asintió, esperando a que le dijera el nombre del mío.

—¿Y el tuyo? —insistió, sus ojos aún clavados en mí, expectante.

Suspiré antes de responder, sabiendo lo que iba a pasar.

—El mío se llamaba Messi —contesté, con una pequeña sonrisa que pretendía ser orgullosa, pero que sabía que no iba a durar.

Tal como lo predije, Jana soltó una carcajada tan fuerte que llamó la atención de las personas a nuestro alrededor. Se llevó una mano a la boca, como intentando contenerse, pero fue imposible. Estaba doblada de risa, casi sin poder hablar.

—¿Messi? —repitió entre risas, mirándome como si no pudiera creerlo.

—¿Y qué pasa? —respondí, cruzándome de brazos, intentando sonar seria pero con una sonrisa tirando de las comisuras de mis labios—. Era el mejor hámster de todos.

—Lo siento, lo siento —dijo Jana, respirando hondo para intentar calmarse, pero las risas seguían escapándosele—. No es que me ría de él... Es solo que... Messi.

La miré con fingida severidad.

—En paz descanse, Messi —añadió Jana rápidamente, llevándose una mano al corazón como si de verdad le doliera.

Al final, me fue imposible mantener la cara seria y terminé riéndome también, porque la situación era absurda, pero divertida.

—No le hagas burla —dije entre risas, empujándola suavemente con el hombro—. Era un gran hámster. Siempre estaba haciendo trucos en su rueda, te lo juro.

Jana me miró, con una mezcla de diversión y ternura en sus ojos, todavía con una sonrisa de oreja a oreja.

—Estoy segura de que lo era —respondió, y aunque seguía riéndose, había algo en su voz que me hizo sentir bien, como si realmente estuviera compartiendo algo especial conmigo, incluso si era un recuerdo tonto de la infancia.

Nos quedamos ahí un rato más, observando a los hámsters correr y esconderse, hablando de lo que haríamos si alguna vez nos decidiéramos a tener una mascota. Pero, a pesar de las bromas y las risas, había una sensación de comodidad entre nosotras que me hacía sentir tranquila, como si este tipo de momentos fueran lo único que importara.

Finalmente, nos alejamos de la tienda de animales, pero el recuerdo de Messi y las carcajadas de Jana siguieron flotando entre nosotras, llenando el ambiente de una complicidad que parecía crecer con cada día que pasábamos juntas.

Caminábamos de vuelta al coche después de una tarde larga y divertida. Jana parecía cansada, casi arrastrando los pies mientras nos dirigíamos hacia el aparcamiento. Aunque todavía nos reíamos de los momentos ridículos en las tiendas, notaba cómo su energía iba apagándose un poco.

En ese momento, no sé qué se me pasó por la cabeza, pero vi una oportunidad perfecta. Jana iba distraída, mirando al suelo, y sin pensarlo mucho, la cogí por detrás, rodeando su cintura con ambos brazos, y de un tirón, la levanté del suelo.

—¡Gala! —exclamó, sorprendida, ahogando un pequeño grito que rápidamente se convirtió en carcajadas.

Podía sentir cómo su cuerpo se tensaba al principio, pero pronto su risa la relajó, y no pude evitar soltar una risa también mientras la sostenía en el aire. Jana, siempre lista para bromear, empezó a moverse ligeramente en mis brazos, fingiendo que quería soltarse, pero claramente disfrutando del momento.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó entre risas, intentando girar la cabeza para mirarme.

Me reí, y estaba a punto de soltarla, ya que mi intención solo era asustarla un poco y hacernos reír, pero entonces, para mi sorpresa, Jana dijo algo que me hizo parar.

—No, no… —dijo rápidamente, riendo aún más fuerte—. Por lista, ahora me vas a llevar así hasta el coche.

Solté una carcajada incrédula, pero a la vez divertida.

—¿Estás hablando en serio?-Pregunté riendo.

—Totalmente —contestó, y aunque no podía verle la cara, sabía que tenía una sonrisa traviesa. Jana no era de las que dejaban pasar oportunidades para devolver las bromas.

Negué con la cabeza, riéndome de lo absurda que era la situación, pero obedecí. Apretando un poco el agarre alrededor de su cintura, comencé a caminar hacia el coche, cargándola sin mucho esfuerzo. Jana, por su parte, seguía riéndose como si aquello fuera la cosa más divertida del mundo, su risa contagiosa llenando el ambiente.

—No puedo creer que me estés haciendo esto —dije, aunque en el fondo estaba disfrutando del momento tanto como ella.

—Tú empezaste, Sonic —respondió, utilizando ese apodo que habían inventado para mí desde la concentración con la selección, lo que hizo que rodara los ojos, aunque sin poder contener la sonrisa.

A medida que avanzábamos, la gente nos miraba, algunos con curiosidad, otros con sonrisas divertidas al vernos pasar. No me importaba. Tener a Jana ahí, riendo, era suficiente para que todo lo demás pasara a segundo plano. Era un momento nuestro, uno de esos en los que todo parecía fácil y natural.

Llegamos al coche y finalmente la bajé, riendo mientras ella fingía quejarse por haberla soltado tan pronto.

—Eres imposible —dije, tratando de recuperar el aliento después de tanto reírme.

Jana me miró con una sonrisa, esa sonrisa que hacía que todo pareciera más ligero.

—Lo sé —respondió, como si fuera algo de lo que estar orgullosa—. Pero admito que te ha salido bien la broma… esta vez.

Nos miramos durante unos segundos, todavía con las sonrisas en la cara, y sin necesidad de decir nada más, ambas sabíamos que esos pequeños momentos eran los que hacían que nuestra amistad o lo que fuera que había entre nosotras fuera tan especial.
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¿Quién dará el primer paso y cuando?😬

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora