XVII

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Gala

Las palabras de Aitana se quedaron en el aire, flotando en mi mente mucho después de que todas comenzaran a hablar de otras cosas. No pude evitar quedarme callada, atrapada en ese momento en el que mi hermana, de forma tan simple, pero tan inesperada, me había dicho que estaba segura de que, hiciera lo que hiciera, iba a ser lo correcto. Nunca imaginé que esas palabras, viniendo de ella, me harían sentir así.

Recuerdo la última vez que hablamos antes de que me fuera a Alemania. La conversación fue tensa, llena de reproches, sobre todo de su parte. Aitana me miraba con ese aire de superioridad que siempre ha tenido, como si ella supiera lo que era mejor para mí, como si mi decisión de marcharme fuera un error monumental. Me dijo que estaba equivocándome, que abandonar el fútbol español para irme tan lejos era una locura, que iba a arrepentirme. Me fui pensando que quizá tenía razón, pero nunca quise dársela.

Y ahora, años después, me decía que lo que eligiera, fuera lo que fuera, estaría bien. Que confiaba en mí.

Algo había cambiado en Aitana. Lo notaba en la forma en la que me miraba ahora, menos crítica y más... cercana. Quizás era porque habíamos estado tanto tiempo distanciadas, y ahora que teníamos la oportunidad de volver a estar en la misma habitación, estaba tratando de ganarse de nuevo mi cariño. O quizás, en realidad, ya no pensaba que me había equivocado.

Me costaba creer que mi hermana pudiera dejar atrás todo lo que había pasado entre nosotras. Los años de competencia, de comparaciones constantes, de tensiones familiares... Habían dejado una cicatriz en nuestra relación que yo siempre pensé que no desaparecería nunca. Pero, al mismo tiempo, algo dentro de mí quería creer que esta nueva versión de Aitana era genuina. Quería pensar que, en algún rincón de su corazón, realmente estaba orgullosa de mí, de lo que había logrado fuera de su sombra.

Me removí en el colchón, incómoda con mis propios pensamientos. Miré a mi alrededor. Las chicas seguían bromeando, ajenas a lo que pasaba por mi cabeza. Jana, como siempre, soltaba algún comentario sarcástico que hacía reír a todas. Pero yo no podía concentrarme en nada de eso. Tenía la mente atrapada en el pasado, en ese momento antes de mi partida, cuando Aitana me hizo sentir que, al irme, la estaba traicionando. Y ahora, aquí estábamos, en una habitación llena de compañeras, y Aitana me decía que confiaba en mí.

—¿Estás bien? —me preguntó Jana en voz baja, inclinándose un poco hacia mí, con una preocupación sincera en sus ojos.

La miré y le sonreí, pero mi cabeza seguía dando vueltas.

—Sí, solo... estoy pensando —contesté, con la voz más apagada de lo que pretendía.

Jana me miró como si supiera que algo andaba mal, pero no insistió. Solo asentió y volvió a participar en la conversación con las demás. Yo, en cambio, me sumí de nuevo en mis pensamientos, intentando descifrar lo que realmente sentía por esas palabras de Aitana.

Quizás solo lo estaba diciendo para recuperar la relación. Después de todo, ahora estábamos en la misma selección, compartiendo vestuarios, entrenamientos, momentos de presión... Era más fácil volver a conectar cuando todo parecía apuntar a que seríamos compañeras durante mucho tiempo. Pero algo en su tono, en la forma en que lo había dicho, me hacía pensar que lo sentía de verdad. Como si, con el tiempo, hubiera llegado a ver que yo también tenía el derecho de hacer mis propios caminos, mis propias elecciones, y que, al final, no había un solo modo de tener éxito.

En mi interior, sentía que ese pequeño comentario de Aitana había removido muchas emociones que había intentado enterrar durante años. Por mucho que me dijera a mí misma que no me importaba lo que pensara, que mi carrera la había hecho yo y solo yo, la verdad era que siempre me había afectado. Siempre había deseado, en lo más profundo, que Aitana reconociera mi esfuerzo, que me viera como algo más que su hermana menor, como algo más que alguien a quien debía corregir o proteger.

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora