XLVIII

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Gala se quedó dormida antes de lo que esperaba. Apenas habían pasado unos minutos desde que nos acomodamos en el sofá, y aunque intentó mantenerse despierta para hablar un poco más, su cuerpo estaba agotado por el dolor y el cansancio acumulado de los últimos días. Vi cómo, poco a poco, su respiración se hacía más profunda y pausada, y al final, sus ojos se cerraron completamente.

Nunca había visto a Gala así, tan tranquila, tan vulnerable. Siempre la veía llena de energía, con esa actitud fuerte que me había atrapado desde el principio. Incluso cuando estaba lesionada, seguía intentando mantenerse firme, pero ahora, con sus costillas rotas y el agotamiento pesando sobre ella, parecía haber dejado caer toda esa armadura que solía llevar.

Me quedé mirándola en silencio, observando cómo su pecho subía y bajaba lentamente al respirar. La forma en la que su rostro se relajaba completamente mientras dormía me hizo sentir algo que nunca había sentido antes. Esa ternura, esa necesidad de protegerla, de estar a su lado en todo momento, era algo que no podía ignorar. Gala, la chica que siempre bromeaba, que siempre parecía tenerlo todo bajo control, estaba allí, dormida junto a mí, y yo no podía apartar la vista de ella.

Mientras la observaba, no pude evitar que mis pensamientos volvieran al día del partido. El momento en el que todo cambió. El golpe, el grito de dolor que aún resonaba en mi cabeza. Había sentido miedo, un miedo que jamás había sentido antes por nadie. Verla en el suelo, sufriendo, me hizo darme cuenta de cuánto me importaba, de lo mucho que significaba para mí. Y ahora, viéndola dormir así, tan cerca de mí, supe con más certeza que nunca lo que quería hacer.

Ese día, antes de que todo ocurriera, mi plan había sido claro. Quería pedirle salir. Llevábamos semanas en las que nuestra relación había crecido de una manera que ni yo misma podía haber previsto. Cada día con ella era mejor que el anterior, y cada momento que pasábamos juntas hacía que mis sentimientos se volvieran más claros. Lo que antes había sido una especie de atracción indefinida, ahora se había convertido en algo mucho más profundo. No era solo que me gustara Gala. La quería. Lo sabía con certeza ahora.

Mientras la veía dormir, recordé cómo había planeado todo. Había esperado el final del partido para acercarme y decírselo, para finalmente pedirle que fuera mi novia. Pero entonces ocurrió lo del golpe, y todo se detuvo de repente. El miedo y la preocupación lo habían eclipsado todo. Sin embargo, esa sensación seguía dentro de mí, esa necesidad de decirle lo que sentía, y ahora, después de todo lo que habíamos pasado estos días, ese deseo no hacía más que crecer.

El verla allí, dormida y tranquila después de todo el dolor y la tensión, hizo que me diera cuenta de lo mucho que quería estar con ella, no solo en los momentos buenos, sino también en los difíciles, como este. Quería ser su apoyo, la persona en la que pudiera confiar siempre. Sabía que Gala no era del tipo de persona que pedía ayuda o que dejaba que otros se preocuparan por ella, pero yo quería ser la excepción, la persona que siempre estuviera a su lado, aunque fuera una lucha.

Me acerqué un poco más, con cuidado de no despertarla, y me quedé a su lado en silencio, sintiendo la paz que su cercanía me daba. Sabía que cuando despertara, encontraría la manera de decírselo. Pedirle salir, pedirle que fuera mía, oficialmente, y que me dejara ser suya también.

Pero por ahora, solo quería quedarme allí, viéndola dormir, sintiendo lo afortunada que era por tenerla a mi lado. Y aunque no se lo había dicho aún, sabía que ese momento estaba cada vez más cerca. Porque no podía seguir esperando. No quería. Gala era todo lo que quería y más, y la idea de pasar más tiempo sin decirle lo que sentía me parecía imposible.

Así que me quedé a su lado, en silencio, dejando que ese momento se grabara en mi memoria, y decidida a hacer lo que debía en cuanto tuviera la oportunidad.

Gala

Cuando abrí los ojos, la primera sensación que tuve fue de desorientación. La luz suave de la tarde ya se había colado por las cortinas, y me di cuenta de que me había quedado dormida. Giré la cabeza en busca de Jana, pero el sofá junto a mí estaba vacío. Fruncí el ceño y me incorporé lentamente, sintiendo el dolor leve pero persistente de mis costillas rotas. Lo primero que pensé fue en lo estúpida que había sido. Me había quedado dormida, dejando a Jana sola. Había sido una completa desconsiderada, y ahora lo único que sentía era culpa.

Suspiré y estiré la mano para buscar mi móvil. Si no estaba aquí, seguro que se había ido, quizás cansada de esperar a que yo me despertara. Empecé a escribirle un mensaje para disculparme por ser tan desatenta, pero justo en ese momento escuché el suave sonido de la puerta de mi casa abriéndose. Mi corazón dio un vuelco, y cuando levanté la vista, allí estaba Jana, de pie en el umbral de la puerta con una sonrisa que me hizo olvidar cualquier preocupación que hubiera tenido.

—Te has despertado—dijo ella, con esa voz dulce y despreocupada que siempre conseguía tranquilizarme.

No pude evitar sonreír de vuelta, aunque una parte de mí seguía sintiéndose algo torpe por haberme quedado dormida.

—¿Dónde has estado? —le pregunté, intentando sonar casual, aunque internamente me estaba maldiciendo por haberme perdido tiempo con ella.

Jana se acercó con calma, como si no hubiera pasado absolutamente nada fuera de lo normal, y levantó una pequeña bolsa que llevaba en la mano.

—Te he cogido las llaves y he salido a comprar algo para cenar —dijo, como si fuera lo más natural del mundo—. No tenías mucho en la nevera y pensé que podríamos preparar algo juntas.

Me quedé mirándola durante unos segundos, asimilando lo que acababa de decir. Normalmente, algo así me habría agobiado. Alguien tomando control sobre mi vida, sobre mi espacio personal… siempre había sido algo que me ponía de los nervios. Pero con Jana, era diferente. No sentía ese impulso de alejarme o de mantener mi espacio. De hecho, sentía justo lo contrario. Había algo en ella, en la manera tan natural en la que se movía por mi vida, que no solo no me agobiaba, sino que me hacía sentir una especie de paz. Una paz que no estaba acostumbrada a sentir, y que no sabía que necesitaba tanto hasta ahora.

—Gracias —dije finalmente, algo torpe. No era muy buena expresando gratitud, pero Jana siempre sabía leer entre líneas.

—No es nada —respondió ella, restándole importancia mientras empezaba a sacar lo que había comprado—. No pensaba dejarte comer cualquier cosa solo porque estés lesionada.

Había algo en su tono de voz, en la manera en la que se preocupaba por los pequeños detalles, que me desarmaba por completo. Normalmente, habría intentado detenerla, decirle que estaba bien, que no necesitaba que se encargara de esas cosas por mí. Pero con Jana... con Jana simplemente quería dejar que las cosas fluyeran. Porque su presencia me hacía sentir algo diferente, algo que me permitía bajar la guardia, aunque solo fuera un poco.

La observé mientras sacaba algunos ingredientes de la bolsa, moviéndose por mi cocina con la misma naturalidad como si fuera su casa. Y por primera vez en mucho tiempo, no me importaba que alguien entrara así en mi vida, con esa facilidad. No me molestaba que tomara el control, que decidiera qué cenaríamos o que me cuidara. De hecho, esa idea me hacía sentir algo cálido en el pecho, algo que apenas podía describir.

—No tenías que hacer todo esto —le dije, aunque mi voz sonaba más suave de lo que pretendía.

—Lo sé —contestó, girándose para mirarme con esa sonrisa que parecía iluminar todo a su alrededor—. Pero lo quería hacer. Y eso es lo importante, ¿no?

Asentí, sabiendo que no tenía caso discutir con ella. Jana siempre hacía las cosas a su manera, y yo... bueno, yo estaba empezando a aceptar que me gustaba, que me encantaba, de hecho, la forma en la que tomaba las riendas cuando yo no podía o no quería hacerlo.

Mientras la veía moverse por la cocina, sonriendo y hablándome de manera despreocupada, me di cuenta de que, tal vez, había algo más grande entre nosotras. Algo que iba más allá de simplemente estar juntas, de pasar tiempo como pareja. Jana me estaba mostrando lo que era dejarse cuidar, dejarse querer, y aunque para mí eso siempre había sido complicado, con ella sentía que estaba bien intentarlo. Que tal vez no necesitaba ser tan autosuficiente todo el tiempo.

Y esa idea, por sorprendente que fuera, no me aterraba tanto como habría pensado.
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En los siguientes capítulos llegará alguien🫢

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𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora