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El calor entre nosotras era abrasador, cada beso se volvía más intenso, más profundo. El aire dentro del coche se volvía denso, cargado de todo lo que no habíamos dicho en semanas. Nuestros cuerpos se comunicaban de una manera que las palabras jamás podrían expresar. Los besos se volvían torpes y desesperados, no había suavidad, solo urgencia.

De pronto, Gala cambió el ritmo. Sus labios abandonaron los míos, solo para descender hacia mi cuello. Sentí el calor de su aliento y el contacto suave de sus labios en mi piel. Un suspiro escapó de mi garganta al sentir cómo exploraba mi mandíbula, bajando por mi cuello con besos que quemaban. Su boca seguía un rastro lento y delicado, pero lleno de pasión, como si estuviera descubriendo cada centímetro de mi piel.

Mis manos se enredaban en su pelo, aferrándome a ella como si necesitara ese contacto para mantenerme firme, para no perderme en el torbellino de emociones que crecía con cada segundo. La necesitaba más cerca, mucho más cerca. Gala parecía sentir lo mismo, sus manos en mi cintura apretaban con fuerza, atrayéndome hacia ella hasta que no quedaba espacio entre nuestros cuerpos.

Pero eso no era suficiente. Nada era suficiente en ese momento.

Gala levantó la cabeza y nos miramos a los ojos, ambas sabiendo lo que estábamos pensando. Sin decir una palabra, con un acuerdo tácito, me deslicé de su regazo, y ambas nos movimos casi en sincronía hacia los asientos traseros del coche, un espacio más amplio, pero no menos íntimo. Nuestros cuerpos estaban tensos, ansiosos por lo que sabíamos que vendría.

Mi respiración estaba acelerada, el corazón golpeaba en mi pecho mientras me acomodaba en el asiento trasero, con Gala siguiéndome, sin apartar su mirada de la mía. Sus ojos brillaban con la misma mezcla de deseo y necesidad que yo sentía. El coche era algo incómodo, pero eso solo hacía que el momento fuera aún más electrizante.

Gala volvió a besarme, esta vez con más hambre, su boca devorando la mía, y no pude evitar corresponder con la misma intensidad. Mi cuerpo ardía bajo su toque, y cada beso suyo en mi piel encendía una llama que se hacía imposible de ignorar. Cuando sus labios volvieron a mi cuello, un escalofrío recorrió mi espalda, y mis dedos se aferraron a la tela de su vestido, tirando de ella, queriendo más, mucho más.

El espacio dentro del coche desaparecía, todo lo que existía era ella y yo, juntas, fundiéndonos en un solo ser. No había dudas, no había miedos, solo el deseo crudo de sentirnos, de reconectar después de tanto tiempo de sufrimiento.

Aitana

Estaba empezando a preocuparme. Gala no había vuelto, y aunque no era raro que desapareciera un rato para tomar aire, esta vez sentía que algo no andaba bien. Me acerqué a las chicas y les pregunté si alguna la había visto regresar, pero todas negaron con la cabeza. Un nudo comenzó a formarse en mi estómago. Gala siempre había sido fuerte, pero después de todo lo que había pasado este verano… no estaba segura de que estuviera bien.

Miré alrededor del lugar, tratando de encontrar alguna señal de mi hermana, pero nada. Entonces, casi de manera automática, mi mente pensó en Jana. A ella tampoco la había visto en un buen rato. Recordé claramente la conversación que tuvimos. Le había dicho que no fuese detrás de Gala, que no le hiciera más daño. Pero por lo que parecía, a Jana no le había importado lo más mínimo.

El mal presentimiento creció. Algo me decía que la situación no era buena. Salí del local sin decir nada a las demás y me dirigí al aparcamiento. Tal vez Gala había vuelto a su coche, tal vez solo necesitaba estar sola. Pero cuando vi el coche de lejos, me detuve en seco. Las ventanas estaban ligeramente empañadas.

Mierda.

Sabía exactamente lo que eso significaba.

Mi primera reacción fue de pura incredulidad. No podía creer que, después de todo lo que había pasado, Jana hubiese ido detrás de Gala y que las cosas hubiesen llegado a este punto. Un millón de pensamientos cruzaron mi mente en ese momento, pero todos se detenían en la misma idea: mi hermana pequeña, en el coche, con una de mis compañeras de equipo. No hacía falta ser un genio para entender lo que estaba sucediendo allí dentro.

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora