LXXII

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Gala empezó a hablar, sus ojos se enfocaron en un punto lejano mientras sus dedos jugueteaban nerviosos con los pliegues de su pantalón. Sus labios se movían con cautela, como si cada palabra que estaba por decir fuera una bomba a punto de estallar.

—Es que... hay cosas que no he podido... que no he sabido cómo... —comenzó, pero su voz era apenas un murmullo.

La observé, sentada frente a mí, y noté cómo su pecho subía y bajaba de manera irregular. Sus ojos, que siempre habían sido tan intensos, estaban llenos de una tormenta interna que parecía arrastrarla. Quería abrazarla, tomar su mano y decirle que todo estaría bien, pero sabía que ahora no podía, no debía. Necesitaba que lo dijera, que lo sacara, porque si no lo hacía, seguiría siendo una barrera entre nosotras.

—Gala, estoy aquí. Puedes decírmelo —le insistí, mi voz más suave esta vez, tratando de no presionarla.

Ella tragó saliva, su mirada seguía perdida, como si reviviera algo doloroso. Sus manos se aferraron a los brazos del sofá y vi cómo sus nudillos se volvían blancos. Respiró hondo, como si se estuviera preparando para saltar desde un acantilado.

—Aquel día... También era mi cumpleaños... —empezó, pero su voz se quebró a mitad de la frase. Me acerqué un poco más, sin invadir su espacio, pero lo suficiente para que supiera que estaba a su lado. Gala temblaba ligeramente, un temblor casi imperceptible, pero que para mí era imposible de ignorar.

—Era tú cumpleaños... ¿qué pasó después? —le pregunté con cuidado, dándole espacio, aunque dentro de mí sentía una mezcla de nervios y compasión que me quemaba.

Cerró los ojos con fuerza, como si estuviera luchando con un recuerdo que no quería revivir. Sus labios temblaron antes de que se atreviera a hablar de nuevo.

—Fue... fue todo lo que vino después. Me quitaron las muletas, Jana. Me dejaron allí, en medio de la nada, sin poder caminar bien. No entendía qué estaba pasando. Pensaba que éramos amigas. Y... cuando volví, no solo no había nadie,sino que... —hizo una pausa larga, y en ese momento, vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas—. Rompieron mis muletas.

La vi desmoronarse ante mis ojos. El dolor, la humillación de aquel día todavía la perseguía. La fortaleza que siempre veía en Gala se desvanecía en ese instante, como si una herida vieja se hubiera abierto de golpe. Me acerqué un poco más, mi corazón se rompía al verla así, tan vulnerable, tan rota.

Pero, de repente, ella sacudió la cabeza y se apartó.

—No, no puedo... no puedo hacerlo —dijo de golpe, rompiendo la conversación, como si las palabras la hubieran agotado hasta el límite.

Me quedé congelada, sin saber cómo reaccionar. Su respiración se aceleraba y sus ojos evitaban los míos. Me sentía impotente, como si todo el esfuerzo de llegar a ese punto no hubiera servido para nada.

—Gala... está bien, no tienes que forzarte —intenté decir, aunque por dentro me sentía frustrada. Sentía que estábamos tan cerca de superar algo, de llegar al fondo de lo que la atormentaba.

Pero ella ya no me escuchaba. Se levantó bruscamente del sofá, alejándose de mí. Caminó hasta la ventana y se quedó mirando hacia afuera, con los brazos cruzados. Estaba cerrándose de nuevo, construyendo el muro que yo había intentado derribar.

—No puedo, Jana. No puedo revivir todo eso. No quiero volver a ese lugar —dijo, su voz temblorosa pero firme.

Me levanté lentamente, sin acercarme demasiado, dándole su espacio. Quería abrazarla, decirle que todo estaría bien, que no tenía que cargar con eso sola. Pero sabía que si me acercaba ahora, ella se alejaría aún más.

𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora