Gala salió de la ducha y, sin mirarme, se fue directamente a la habitación. Escuché cómo los cajones se abrían y cerraban, el crujido leve del armario mientras buscaba su ropa. Sabía que se estaba preparando para el entrenamiento, como si hoy no fuera un día diferente, como si todo estuviera bien. Pero no lo estaba, y eso me carcomía por dentro.
Me quedé en la cocina, incapaz de moverme al principio. El desayuno intacto sobre la mesa era un recordatorio de mi error. Finalmente, tomé una respiración profunda y decidí enfrentar lo que estaba evitando. Tenía que hablar con ella, tenía que pedirle perdón, porque aunque me había advertido, yo no lo había entendido del todo.
Cuando Gala salió de la habitación, ya vestida con la ropa de entrenamiento, parecía concentrada en otra cosa. Su cabello aún húmedo caía sobre sus hombros, y aunque sus movimientos eran seguros y firmes, había algo en su rostro que me decía que seguía molesta, o peor, dolida.
Me acerqué a ella, sintiendo el nudo en mi estómago crecer con cada paso. No sabía cómo empezar, ni qué decir para arreglar lo que había hecho. Pero tenía que intentarlo.
—Gala… —empecé, mi voz más nerviosa de lo que hubiera querido.
Ella levantó la vista hacia mí, su mirada tranquila pero distante, como si ya hubiera tomado una decisión y no quedara nada más por discutir.
—Lo siento —le dije, sin poder contener la ansiedad en mi tono—. Sé que me pediste que no hiciera nada, y aún así, lo hice. No quise... no pensé que te haría sentir mal, solo quería que supieras que me importa.
Gala suspiró, una respiración larga y pesada que pareció llenar todo el espacio entre nosotras. Se apartó un mechón de cabello mojado de la cara y me miró, pero esta vez su mirada no era fría. Era cansada, como si esto fuera algo que ya había explicado demasiadas veces, algo de lo que estaba agotada.
—Jana, no te preocupes —me dijo, con un tono que intentaba ser más suave—. En serio, está bien. No estoy enfadada contigo.
Pero aunque sus palabras decían una cosa, había una tensión en su mandíbula, una rigidez en sus hombros que me decía que no estaba tan bien como decía.
—Pero... por favor —continuó, su voz más firme esta vez—, olvídate de que es mi cumpleaños. Hoy no es diferente a ningún otro día. Solo quiero que sea eso: un día más.
La forma en que lo dijo, como si necesitara convencerse a sí misma tanto como a mí, me dejó sin palabras. Asentí lentamente, sabiendo que insistir solo haría más daño, pero sin poder evitar sentirme inútil por no poder ayudarla de la manera en que quería.
Gala me dio una pequeña sonrisa forzada, como si estuviera intentando aliviar la incomodidad entre nosotras, pero no llegó a sus ojos. Luego, sin decir nada más, se volvió hacia la puerta, lista para salir. El día seguía, tal como ella quería. Un día más, sin nada especial, sin celebraciones.
Me quedé allí, en silencio, viendo cómo se alejaba, con una sensación de impotencia que no sabía cómo resolver. Quería entenderla, quería saber qué le pesaba tanto de este día, pero no iba a presionarla. No ahora.
Gala
Cuando Jana y yo llegamos al vestuario, el bullicio de nuestras compañeras llenaba el ambiente como siempre. Las conversaciones cruzadas, las risas, el sonido de las botas siendo ajustadas... era una rutina que se sentía reconfortante en su propia manera. Sin embargo, algo era diferente, y lo supe desde el momento en que crucé la puerta. Ninguna de las chicas me miraba con esa sonrisa típica de "feliz cumpleaños". Ninguna se acercaba a darme un abrazo o un saludo especial. Era exactamente lo que necesitaba. Y sabía a quién agradecer.
Aitana ya estaba allí. Mi hermana mayor, siempre alerta, siempre protegiéndome de lo que no podía evitar. La vi desde lejos, sentada en el banco, ajustando sus botas con una expresión de concentración que solo ella podía tener en medio de todo el caos del vestuario. Me dirigí hacia ella sin dudarlo, como un imán que encontraba su polo opuesto. Aitana levantó la vista justo cuando me acerqué, y en sus ojos vi algo más que simple reconocimiento. Vi la comprensión silenciosa de alguien que había estado conmigo en mis peores momentos. La única que sabía realmente lo que significaba para mí este día.
Cuando me paré frente a ella, no hubo necesidad de decir nada. Ningún "hola" o "¿cómo estás?" fue necesario. Lo que necesitaba en ese momento era algo que las palabras no podían proporcionar. Así que, sin más, me dejé caer en sus brazos.
El abrazo fue instantáneo, natural, como si ambas hubiéramos estado esperando este momento desde el instante en que me levanté esa mañana. Aitana me envolvió con fuerza, y de repente, todo lo demás se desvaneció. Las risas en el vestuario, el sonido de los balones siendo pateados por alguna de las chicas que ya estaban listas... todo quedó en segundo plano.
Cerré los ojos y me permití respirar, por primera vez en todo el día, sin la presión que había estado acumulándose en mi pecho desde que desperté. Ese abrazo no era solo un gesto de cariño; era un refugio. El único lugar donde sentía que podía ser vulnerable sin miedo a que me hicieran daño, sin temor a que alguien aprovechara esa vulnerabilidad. Con Aitana, siempre había sido así. Ella había estado allí desde el principio, desde que aquel cumpleaños desastroso me había marcado de una forma que pocas personas entendían.
Aitana había visto todo. Había sido testigo del acoso que sufrí, de las burlas y la traición. Ella era la única que sabía cuánto me dolía recordar esa etapa de mi vida. El día que todo se desmoronó, cuando pensé que por fin había encontrado un grupo de amigos que me aceptaban tal como era, solo para descubrir que todo era una mentira cruel. Un juego a mis expensas. Esa tarde, mis supuestas amigas me habían llevado a las afueras de la ciudad, bajo el pretexto de celebrar mi cumpleaños. Pero en lugar de una fiesta, me dejaron sola. Herida y rota, sin mis muletas, burlándose de mí a lo lejos mientras se marchaban. Y mis muletas, mi única manera de moverme en ese momento, estaban destrozadas en el suelo.
El dolor físico de esa traición no se comparaba con el emocional. Pero Aitana había estado allí esa noche, cuando la llamé desesperada, llorando, pidiendo ayuda. Fue ella quien vino a buscarme, quien me sostuvo mientras lloraba todo lo que había guardado durante meses. Desde entonces, los cumpleaños dejaron de tener sentido para mí. Eran solo días más en el calendario. No quería celebraciones, no quería recuerdos.
Y Aitana lo entendía. Por eso, al sentir sus brazos alrededor de mí en ese momento, toda esa carga se desvaneció por completo. Sabía que ella había hablado con las chicas. Les habría dicho que no me felicitaran, que no hicieran de este día algo más grande de lo que era. Que para mí, no había nada que celebrar.
Sentí que Aitana me daba un apretón más fuerte antes de soltarme. Cuando nos separamos, nuestras miradas se cruzaron, y aunque ninguna de las dos dijo nada, el mensaje era claro. "Estoy aquí, todo estará bien". Ella siempre había sido mi pilar, y en momentos como este, su presencia era todo lo que necesitaba.
—Gracias —murmuré en voz baja, apenas lo suficientemente fuerte para que ella lo oyera.
Ella sonrió ligeramente, ese tipo de sonrisa que solo Aitana podía darme, una mezcla de ternura y fortaleza. No necesitábamos más palabras. Ella sabía lo que significaba para mí, y yo sabía que podía contar con ella sin importar qué. Nos separamos, y me giré hacia mi taquilla para empezar a cambiarme. Mientras lo hacía, sentí el alivio correr por mi cuerpo. Las chicas estaban ocupadas con sus cosas, preparándose para entrenar, y yo no tenía que preocuparme por las felicitaciones incómodas o los abrazos forzados.
Jana me lanzó una mirada desde su banco, claramente nerviosa, pero no dije nada. Sabía que su intención había sido buena esa mañana, aunque no la entendiera del todo. Quizás más tarde podríamos hablar, pero en ese momento, lo único que quería era concentrarme en el entrenamiento y en lo que estaba por venir. Hoy no era un día especial. Hoy era solo un día más. Y eso, en cierta forma, me daba la paz que necesitaba.
____Aitana y Gala más monas
La nueva historia es de una que todavía no he hecho historia, y tampoco he visto ninguna historia de ella, quién lo adivine le dedico el primer capítulo de la historia😝

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𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳
RandomGala es una chica que desde pequeña tiene el sueño de convertirse en una gran futbolista, está en el camino de conseguirlo junto a su hermana cuando sufre una grave lesión, esa lesión hace que los caminos de ambas hermanas se separen de una manera c...