LXXIII

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Se dirigió hacia la puerta, sin decir nada, pero su gesto lo decía todo. La seguí instintivamente, con el corazón latiendo a toda prisa. La idea de que Gala se fuera, de que escapara de lo que estaba pasando entre nosotras, me asustaba. ¿Qué significaba ese "necesito irme"? ¿Irse de aquí, de esta conversación, o algo peor, alejarse de mí?

—Gala, espera —dije, mi voz salió más alta de lo que esperaba, pero ella no se detuvo.

Ya estaba casi en la puerta cuando el miedo me consumió por completo. Di unos pasos rápidos y, sin pensarlo, tomé su brazo con firmeza. La giré hacia mí con suavidad, pero con la suficiente determinación para que supiera que no iba a dejarla escapar.

—No te vayas —le dije, las palabras saliendo de mi boca antes de que pudiera detenerlas.

Gala se sorprendió, sus ojos se abrieron grandes, como si no esperara que yo reaccionara así. Pero no solté su brazo. La atraje hacia mí, y aunque no me resistió, vi en sus ojos la duda, la confusión.

—Jana... —empezó, pero la interrumpí. Necesitaba decirle lo que estaba en mi cabeza, en mi corazón, antes de que el miedo me paralizara.

—No voy a dejarte sola, Gala. No importa lo que pase, no importa lo que estés sintiendo ahora. No me importa si es difícil, o si te duele, o si crees que esto va a alejarme de ti. No lo va a hacer. —Mi voz era firme, pero podía sentir la vulnerabilidad en cada palabra. El miedo a perderla, a que esto nos separara, estaba latente, pero también estaba mi determinación de no dejar que se alejara.

La mantuve cerca de mí, mis manos aún aferradas a su brazo, como si en ese momento tuviera miedo de que, si la soltaba, se desvanecería. El silencio que siguió fue tenso, pero no la solté. Ella me miraba, sorprendida, pero también con algo más en su expresión. Dolor. Duda.

—Gala, mírame —le pedí, inclinándome ligeramente hacia ella.

Sus ojos finalmente se encontraron con los míos, y en ese instante, todo lo que había estado tratando de esconder, todo lo que había mantenido oculto durante tanto tiempo, parecía desbordarse en su mirada. Respiré hondo, tratando de mantener la calma.

—No te voy a dejar sola con esto. Ni ahora, ni nunca. No importa lo que sea, o lo que sientas que no puedes decirme. Estoy aquí para ti, y no me voy a ir —dije con una firmeza que ni siquiera yo sabía que tenía dentro.

Ella sacudió la cabeza, como si intentara resistirse a mis palabras, pero algo en su expresión cambió. Sus ojos, llenos de esa tristeza y ese miedo que había visto antes, parecían suavizarse. Pero aún así, pude ver que estaba luchando internamente, debatiéndose entre dejarme entrar o huir.

—No tienes que hacerlo sola, Gala —susurré, acercándome un poco más, sin soltarla—. No quiero que te sientas como si estuvieras sola en esto.

Gala parpadeó, como si mis palabras la golpearan de una forma que no esperaba. Sus hombros se tensaron, y por un momento, pensé que iba a alejarse de nuevo, pero en lugar de eso, bajó la mirada y respiró hondo.

—No lo entiendes, Jana... —dijo con voz temblorosa—. No quiero que me veas así... rota.

La tristeza en sus palabras me desgarró. La acerqué un poco más, envolviéndola con mis brazos en un abrazo suave. Apoyé mi frente contra la suya, tratando de calmarla.

—No estás rota —le dije, mi voz suave pero firme—. Y aunque lo estuvieras, no me importaría. Porque te quiero, y nada de lo que puedas decir o hacer va a cambiar eso.

Sentí cómo su respiración se hacía más pesada contra mi pecho, y sus manos se aferraron a mi camiseta como si estuviera tratando de aferrarse a algo real, algo que la anclara.

—Déjame estar contigo en esto, Gala. No tienes que cargarlo sola.

Finalmente, sentí cómo se relajaba, cómo ese muro que había levantado entre nosotras empezaba a caer, aunque fuera solo un poco. No me soltó, pero tampoco dijo nada. Y en ese momento, supe que había dado un paso hacia mí, hacia nosotras.

No sabía cuánto tiempo estaríamos así, cuánto tiempo necesitaría para confiar en mí plenamente. Pero lo importante es que no se fue. La sostuve, la quise en ese silencio, y supe que, sin importar lo que viniera después, enfrentaríamos sus demonios juntas.

Volvimos al salón en silencio, el ambiente entre nosotras era denso, pero había algo diferente, más suave. Gala no se había ido, y eso era lo más importante para mí en ese momento. Me dirigí al sofá y me dejé caer sobre los cojines, el cansancio emocional del momento se sentía en mis huesos, pero aún así, una sensación de alivio me invadía. Gala me siguió, acercándose lentamente.

Sin decir nada, se tumbó a mi lado, acurrucándose contra mí como si buscara refugio. Sentí el calor de su cuerpo contra el mío cuando envolvió sus brazos alrededor de mi cintura y escondió su rostro en mi cuello, respirando de manera pausada pero profunda. Su cercanía era reconfortante, y en ese instante supe que había hecho lo correcto al no dejarla ir.

Mis manos encontraron su espalda de manera natural, y empecé a acariciarla suavemente, deslizando los dedos por su piel con movimientos lentos y tranquilizadores. Quería que sintiera que estaba allí, que no tenía que decir nada, que no tenía que justificarse. Solo quería que supiera que no estaba sola.

Mientras acariciaba su espalda, mis pensamientos vagaban. Recordaba cómo había querido salir corriendo, cómo había querido encerrarse en su propio dolor, en esa barrera que levantaba entre nosotras. Si la hubiera dejado ir, probablemente habría vuelto más tarde, pero algo habría cambiado. Algo se habría roto, y no quería que eso sucediera. No con ella. No con nosotras.

El sonido de su respiración contra mi cuello era suave, pero constante. Sentí que, aunque el día había sido difícil, en ese momento estábamos en el lugar correcto. Gala estaba luchando con algo más grande de lo que yo podía entender, algo que aún no me había contado por completo, pero al menos estaba aquí, en mis brazos. Y eso era lo que realmente importaba.

El peso de la responsabilidad de estar ahí para ella no me resultaba una carga. Al contrario, era lo que quería hacer. Quería ser esa persona para Gala, la que no la dejaba caer, la que no la dejaba irse cuando todo se volvía demasiado. Porque sabía que ella haría lo mismo por mí.

Sus dedos se aferraron a mi camiseta, como si aún no quisiera soltarme del todo, como si temiera que, si lo hacía, todo desaparecería. La abracé con más fuerza, asegurándome de que no iría a ninguna parte.
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Jana te resuelve😝


𝐒𝐄𝐂𝐎𝐍𝐃 𝐂𝐇𝐀𝐍𝐂𝐄-𝐉𝐚𝐧𝐚 𝐅𝐞𝐫𝐧á𝐧𝐝𝐞𝐳Donde viven las historias. Descúbrelo ahora